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El futuro del cine es como esas tormentas que azotan a la isla de Lido a finales de verano. Precisamente ese porvenir sumido en la incertidumbre fue uno de los temas con los que arrancó la 79 edición de la Mostra de Venecia.
Siendo un festival de larga tradición, de indiscutible peso en la industria cinematográfica mundial, además de constituir un escaparate para la temporada de premios, luce como el escenario perfecto para tomarle la temperatura al cine. El diagnóstico no es el más alentador.
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En ese sentido la actriz y productora Julianne Moore, presidenta del jurado, decía en rueda de prensa que si bien la discusión del futuro del cine se centra mucho en el negocio – que de por sí también es -, no hay que perder de vista lo creativo. Para Moore, evidentemente entusiasmada con la tarea encomendada, a pesar de los movimientos telúricos que se están viviendo en el seno de la industria, “siempre se van a encontrar las maneras para seguir contando historias”.
Una buena muestra de esas historias la constituyen las 23 películas que compiten por el León de Oro, entre ellas Bardo (de Alejandro González Iñárritu) y Argentina 1985 (dirigida por Santiago Mitre). Curiosamente estas producciones latinoamericanas están aupadas por dos de las plataformas de streaming más importantes del momento tal como lo son Netflix y Amazon, así mismo co-responsables del revolcón - desde todos los puntos de vista - que ha estado experimentando la industria cinematográfica.
La Mostra celebra a lo grande el cine, ese que se ve en una gran pantalla, pero a la vez – y a diferencia del Festival de Cannes- acoge a aquellos que representan y protagonizan esa metamorfosis que tanto preocupa y maravilla por igual, es decir las plataformas.
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Hace 55 años, cuando Catherine Deneuve participó en La Mostra por primera vez con Belle de jour (dirigida por Luis Buñuel), el cine, el mundo y ella eran otros.
Antes de recibir el León de Oro por su carrera durante la gala de apertura en la Sala Grande del Palazzo del Cinema, en la que también Vlodímir Zelenski recordó que todavía se libra una guerra en Ucraina, la actriz francesa reflexionó sobre esos cambios en un encuentro con la prensa.
Directa hasta el punto de ser cortante, ahorrativa en sonrisas y bondadosa en opiniones oportunas, no parece estar dispuesta a prestarse a las poses y refuta que la llamen icono y sex symbol. Se le sintió honestidad cuando dijo un rotundo “amo el cine”, que aún disfruta de la experiencia de ver una película a oscuras con un grupo de extraños, y que abriga la esperanza de que la gente siga yendo a las salas de cine.
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Puede que Catherine Deneuve no sea la misma chica de cabellera rubia y belleza enigmática que llegó a la Mostra por primera vez hace más de 50 años, pero en todo este tiempo dedicado a la actuación si una cosa para ella no ha cambiado es la importancia que tienen las historias, así como trabajar con un colectivo, con gente conocida y por conocer.
Aún activa a pesar de haber sufrido recientemente un accidente cerebrovascular, Deneuve representa una especie de puente de unión entre el pasado “glorioso” de la cinematografía y el presente en constante y vertiginosa transformación. Una representación muy oportuna para plantearnos qué queremos conservar del pasado y la posibilidad de moldear – y quizás minimizar- las incertidumbres del futuro.