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‘Gusano’ (Cuentos de sábado en la tarde)

‘Gusano’ era la palabra de control que siempre usaba. Si uno de sus pacientes se sentía vulnerado de alguna manera, o simplemente quería que terminara la sesión, debería proferirla: ‘Gusano’.

M.Mantra
21 de agosto de 2021 - 08:00 p. m.
Lo de hoy había sido una jornada para olvidar, no solo por los escasos clientes, también porque le tocaba soportar el sofoco de los 35 grados que hacía en su calabozo, a pesar de que su sistema de climatización nuclear trabajaba a tope. Era un verano brutal y muy húmedo.
Lo de hoy había sido una jornada para olvidar, no solo por los escasos clientes, también porque le tocaba soportar el sofoco de los 35 grados que hacía en su calabozo, a pesar de que su sistema de climatización nuclear trabajaba a tope. Era un verano brutal y muy húmedo.
Foto: Pixabay

‘Mistress Svetlana’ era su nombre de combate. “Sangre fría. Dulce suplicio. Amplio surtido de juguetes de alta gama”, rezaba su anuncio en la Journalario, acompañado de una foto suya de cuerpo entero, recostada contra el marco de una puerta, el fuete térmico en la mano, la mirada desafiante, así como sus carnes turgentes forradas en látex negro. Svetlana o Lana, como prefería que la llamaran, ajustaba ya 42 años, pero lucía como de 30, y acababa de cumplir los 20 de vida profesional; de sudor, sangre y demás fluidos que a veces eran inevitables en algunos de sus clientes.

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No obstante, no estaba preparada para la espalda encorvada y lechosa del hombrecillo de anteojos que acababa de entrar en su calabozo, rogando por sus servicios. De no ser porque le había pagado por adelantado, con una generosa propina incluida, lo habría mandado a la mierda. Había algo del tipejo aquel que no le gustaba. Tenía la mirada escurridiza del reptil o del perro demasiadas veces apaleado, que seguro te muerde al menor descuido. Solo le indicó que quería el combo especial, el ‘Agonía Thermos # 3’, el más extremo dentro de su menú.

Además, lo de hoy había sido una jornada para olvidar, no solo por los escasos clientes, también porque le tocaba soportar el sofoco de los 35 grados que hacía en su calabozo, a pesar de que su sistema de climatización nuclear trabajaba a tope. Era un verano brutal y muy húmedo. La canícula de Efos y Efebos, los soles gemelos, repotenciada por la bruma permanente del humo de los millones de speedsters y de las factorías aledañas, había convertido su ciudad en un verdadero infierno.

Pero el deber era el deber. Invitó a su cliente a que se sacara la ropa y se acostara bocabajo, sobre el potro. El tipo aquel temblaba de excitación o auténtico miedo. Mistress Svetlana se sintió en presencia de una sobredimensionada y pusilánime gelatina, más cercana a un reptil baboso que a un ser humano de verdad.

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Cuando el individuo estuvo en el potro, solo fue cuestión de ajustar las correas de sus brazos y piernas, y comenzó la función. ‘Gusano’ era la palabra de control que siempre usaba. Si uno de sus pacientes se sentía vulnerado de alguna manera, o simplemente quería que terminara la sesión, debería proferirla: ‘Gusano’. “¿Entendido?”, preguntó, pero por respuesta solo obtuvo el aleteo inútil de las aspas de la ventilación. Así que tomó aliento y le propinó el primer latigazo térmico al sujeto. Pero además del zap del aire cortado por el fuete, nada más sucedió. El hombre ni se quejó. Algo bastante inusual, habida cuenta de la minucia tecnológica con la que eran elaborados estos aparatos, y aún más los suyos, fabricados a su medida y siguiendo sus exigentes requerimientos técnicos. Ella misma los diseñaba y encargaba su fabricación a un neoartesano, con más de cuatro décadas de experiencia en la industria del entretenimiento para adultos. Así que reajustó la temperatura y potencia del aparato, y lo castigó de nuevo, esta vez en las nalgas.

Pero en lugar de un grito, o un gemido a medio camino entre el dolor y el gozo, de inmediato escuchó un beep y recibió la brisa húmeda de lo que parecía plasma azul. Se limpió la cara con el dorso de la mano, escupió y contuvo una arcada. “Qué putas…”, alcanzó a decir, antes de que el individuo le gritara: “Qué pasa, inepta, ‘sangre fría’, decía el anuncio, el anuncio, el anuncio, el anuncio, el anuncio, el anuncio…”.

Las heridas abiertas, en el lomo y posaderas de su cliente, exhibían gruesos labios de piel blanca y grasosa, y ahora emanaban un olor a plástico quemado. La dominatrix le subió la temperatura a su instrumento, esta vez hasta comprobar que las terminaciones de látex lucían al rojo vivo y, con renovado ímpetu, le soltó otro azote, que la bañó de nuevo en el líquido baboso aquel.

Humo y un chisporroteo de circuitos ardiendo brotaron del espinazo lacerado del sujeto, que ahora lucía desmadejado, pendiendo por las muñecas de las correas de cuero, repitiendo, cada vez de forma más y más apagada y distorsionada: “el anuncio, el anuncio, el anuncio…”.

Mistress Svetlana tuvo que apoyarse contra la pared, respirando con dificultad y tapándose boca y nariz. Al parecer, estaba muerto o lo que fuera que les pasara a estos seres: “Malditos humanoides, por más que se esfuercen, nunca lograrán un sistema nervioso como el nuestro”, alcanzó a murmurar entre dientes, antes de que la atacara una nueva arcada que, esta vez, no pudo contener.

Por M.Mantra

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