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Gustavo Castro Caycedo: “Tengo 80 años y todavía tengo sueños”

Gustavo Castro Caycedo publicó en el marco de la Feria del Libro de Bogotá “Lo que nunca olvidaremos”, una obra dedicada a su nieta.

Andrés Osorio Guillott
02 de mayo de 2023 - 05:32 p. m.
Gustavo Castro Caycedo es autor de 37 libros. La trayectoria del periodista incluye varios medios de comunicación, desde salas de redacción hasta noticieros.
Gustavo Castro Caycedo es autor de 37 libros. La trayectoria del periodista incluye varios medios de comunicación, desde salas de redacción hasta noticieros.
Foto: El Espectador
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Leer Lo que nunca olvidaremos, el nuevo libro de Gustavo Castro Caycedo, me recordó a Alfredo Molano Bravo por su libro Cartas a Antonia, pues en esta ocasión la publicación del periodista de 80 años también tiene que ver con una dedicatoria a su nieta.

Un libro que reafirma un sueño cumplido. “Desde que era niño, y mi abuela me consentía, yo quería ser abuelo. Toda la vida quise ser abuelo. Y vine a ser abuelo apenas hace tres años. Siempre pensé todo lo que había hecho en la niñez y juventud a mi nieta o a mi nieto. Porque yo pensaba: qué tal que yo no viva cuando ellos ya sepan leer, entonces pensé en esto, en escribir un libro para dedicárselos. El libro no lo narro en primera persona, pero es lo que yo viví, y siempre anhelé poderle contar a mi nieta eso. Ella ahorita es muy chiquita, pero cuando sepa leer sabré que podrá entenderlo”, contó Castro Caycedo.

La entrevista empezó con el recuerdo de Gustavo Castro Caycedo sobre el ciclismo colombiano, de cómo su afición por este deporte y su admiración por Efraín ‘El Zipa’ Forero lo llevaron a convertirse en periodista. “El ciclismo era una afición terrible. Yo comencé a escribir notas sobre este deporte. Era gerente del IBM, pero yo lo que quería era ser periodista. Y La República, donde trabajaba mi hermano Germán, un día tenía que ir a un congreso en México, y él dijo que les cubriera la Vuelta a México, eso hice y me terminé quedando en el periodismo, por lo que hizo Efraín Forero”.

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Más adelante, luego de responder a otras preguntas sobre sus memorias y lo que afirma en su nuevo libro, volvimos a hablar de ciclismo y aseguró que: “Aunque el fútbol es la pasión del país, hay un deporte que me apasiona, que es el ciclismo. El ciclismo tiene una serie de condiciones especiales: se necesita inteligencia, un físico que no tienen ningún otro deportista, estrategia. Es un deporte muy completo. Fue un deporte que hizo soñar a Colombia en las décadas de 1950 y 1960. Colombia se paralizaba con las transmisiones que hacían los grandes relatores de la época: Carlos Arturo Rueda, un costarricense que era un fenómeno, que vino a vivir a Colombia y nos enseñó a hacer periodismo deportivo. Era tan importante que en el colegio cancelaban las clases y ponían altavoz para que uno pudiera estar pendiente de las carreras, y tenía que recuperar el tiempo perdido en la tarde y noche”.

Esa figura de los abuelos que resulta tan importante para la vida de cualquier persona, que incluso ha sido retratada de manera directa e indirecta en la literatura, que nos recuerda, por ejemplo, a la relevancia que tuvieron los abuelos de Gabriel García Márquez para construir el mítico mundo de Macondo. Esa figura también es relevante para Gustavo Castro Caycedo, que no solo recuerda con amor a su abuela, sino que por ella es que soñó desde pequeño con ser un abuelo protector, no únicamente en términos de alcahuetería, sino de ser, como dice él, un depositario y un escudero de las memorias de la familia.

“Estaba predestinada a darme felicidad, a darle felicidad a sus padres y abuelos. El cariño y la enseñanza de los abuelos de uno se refleja también en lo que yo le puedo dar a una nieta. Tuve mucha ansiedad de ser abuelo. Era tal el amor de mi abuela Lola que siempre quise ser como ella. Mi abuela era mi alcahueta. Me consentía mucho. Cuando me iba na castigar no dejaba que me regañaran. El recuerdo que tengo de ella es el de haber sido mi primer gran amor, junto con mi mamá, lógicamente, pero en especial porque yo fui su nieto preferido, éramos siete. Eso me dio una dimensión muy grande de lo que son los abuelos”, dijo Caycedo, que además aprovechó y habló sobre la importancia que tienen las mujeres en su vida, reafirmada además con el nacimiento de su nieta hace tres años. “Tuve admiración por la mujer por mi abuela, por mi mamá, por ella creé el Premio Cafam a la Mujer, en honor a ella. Siempre he admirado a la mujer. Me horroriza el machismo porque la mujer es la mamá, es la esposa, es la hija, es la nieta. No sé cómo puede haber personas que matan a una mujer”.

Esa admiración por la mujer también se debe al ejemplo de su mamá, que cuidó y educó a siete hijos, pues el padre de Gustavo y sus hermanos los abandonó en su infancia. En su reemplazo, fue su tío Antonio quien también dejó una huella indeleble en la memoria y en la familia. “No tuve padre. Siendo muy niños, mi papá se fue, nos abandonó. Quedamos en manos de mi mamá, de una mujer extraordinaria. Tuve la ausencia de padre, pero tuve la fortuna de tener un tío -Antonio-, que fue más que un padre. Tuve una segunda mamá que fue mi abuela, y tuve un tío que fue mi papá, un hombre de una rectitud... Educaba a la antigua, era cumplido, honesto. De él aprendí que lo que vale es la palabra. Me enseñó a ser un hombre de bien, a respetar a los mayores, a los maestros”.

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Su nuevo libro, que no es narrado en primera persona, evoca los referentes culturales de su infancia y juventud, de los hechos que los marcaron, de los libros que se leían en los colegios, de las amistades y de la vida que ha cambiado tanto, sobre todo para los niños.

Y en ese ejercicio de memoria, noté la ausencia de nostalgia, elemento que me llamó la atención, y debido a eso decidí preguntarle por la fórmula para mantener los recuerdos y salvarlos de la nostalgia, para rememorar con alegría y, sobre todo, para no evocar reminiscencias acompañadas de tristeza. “Normalmente, cuando uno habla con los amigos, con la familia, muchas veces rememoran lo que vivieron juntos. Uno generalmente recuerda lo positivo, lo negativo no se recuerdan por una razón: uno goza con lo que gozó, pero si no me acuerdo de las cosas tristes, pues no me voy a entristecer. Recuerdo de forma amable. Lo que antes fue tragedia hoy es apenas anécdota. Eso hace que la mayoría de cosas sean positivas. Y lógico que la mente busca los momentos más gratos. Walt Disney decía que todo lo que uno piensa puede ser. Y mis pensamientos y recuerdos siempre son en pro de la construcción, no de la destrucción”.

Castro Caycedo sonríe y mira con orgullo cuando habla de la infancia, del niño que lleva adentro, de ese paraíso que esta vez no está perdido, sino más vivo que nunca, y más ahora que tiene la posibilidad de dejarlo salir cuando está con su nieta. “Nunca he dejado a mi niño interior. Siempre he tenido alma de niño. Yo gozo con la música de Walt Disney. Sigo gozando viendo los cómics antiguos de Mickey, del Pato Donald. Llevo el espíritu infantil por dentro, y yo creo que todos, lo que pasa es que no aflora para todos, sino en circunstancias especiales, pero para mí no, yo sigo teniendo sueños e ilusiones. Tengo 80 años y todavía sueños. Tengo el sueño de poder viajar con mi nieta. Poder escribir más libros y seguir soñando”.

Tiene tan presente la niñez que le preocupa que los pequeños de ahora no puedan disfrutarla como él lo pudo hacer. En el libro habla de un concepto central de la infancia, pero lo hace de una manera casi que poética, pues se refiere al derecho a la inocencia. “Las circunstancias actuales de inseguridad, de rapidez para todo, de desconfianza, hacen que el niño salga de la cuna a la adultez. Esa adultez la da la televisión y las redes sociales. El niño no goza de la espiritualidad, de la inocencia que uno tenía, tanto que uno llegaba a los 10 años y todavía quería que el Niño Dios nos diera los juguetes, y eso era muy lindo porque uno tenía mucha fe. Hoy en día los niños saben que no es así. Todo el día jugábamos en la calle. Hoy en día eso no es posible. (...) Las ilusiones se construyen con la inocencia. Y las ilusiones lo hacen a uno ver las cosas fantásticas y ver todo mágico. Uno tiene derecho a que eso pase. Ya llegará el momento de afrontar la realidad y saber cómo es la vida, pero tener una etapa de inocencia es sumamente importante”.

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Las amistades. Otro capítulo aparte. Pero sobre todo las amistades de la infancia, que son las que también pueden alimentar la inocencia, las que terminan siendo cómplices para construir nuevos mundos y las que pueden ayudar a que con el paso del tiempo se protejan las alegrías y las memorias que nunca más vuelven de la misma forma a nuestras vidas. “Cuando uno era niño, el amigo era una especie de hermano con apellido distinto. Era cómplice en las pilatunas, que eran muy elementales. Era el confidente que conocía todas las cosas de uno y que guardaba el secreto frente a los padres o los tíos de uno. Por eso la amistad era algo tan entrañable. Las amistades que tenemos de niños son las más fuertes”.

Las lecturas del colegio. Esos primeros libros que dejan su semilla sembrada y no se olvidan por la curiosidad que despertaron, por la imaginación que avivaron. “La alegría de leer era el primer cuento de uno. Era tan elemental que le enseñaban a uno cómo era la “i”, la “o”, la “e”, y ese libro era el nombre ideal. Era a lo que aspiraba uno siempre. No sé si esa cartilla exista hoy. Ahora hay una onda retro, la gente quiere lo de antes. No sé si todavía circule, pero lo cierto es que es un clásico de la lectura para niños. (...) El Principito, por ejemplo, las fábulas le decían mucho a uno. Estaban las fábulas de Esopo, los cuentos, historias y poemas de Rafael Pombo. Creo que me marcó más eso. El Principito ya era más elaborado. Pero esos fueron elementales”.

Gustavo, así como su hermano Germán Castro Caycedo, cubrió guerras, conoce la violencia, y en su libro y en esta entrevista habla de un deber moral con el país y con la sociedad. “Quienes tenemos posibilidades de transmitir pensamientos, de contar historias, de influir a través de las letras, tiene la responsabilidad o ese deber moral de transmitir lo que fue la violencia. Yo conocí la violencia y conocí la guerra. Cubrí guerras internacionales y sé que lo representa para un país esa tragedia. Aquí no somos muy conscientes de eso. Aquí nos tomamos de una forma deportiva las posibilidades de una guerra civil. La defensa de las instituciones y de la paz es algo muy importante”.

De la vejez también habla, y dice que en ese punto de la vida muchos se han ganado el derecho de vivir sin dejarse afectar por el “qué dirán”, de vivir en absoluta libertad. “En la parte laboral, en la educación de los hijos, ya se cumplió. La estabilidad económica ya se tiene. Qué es lo que uno aspira en este momento: primero, yo soy joven por dentro. Mis ojos ven la belleza como la ve un niño. Me interesa vivir lo que más me gusta. Yo trabajo de 10:00 de la noche a 6:00 de la mañana todos los días y no incómodo a nadie. Para escribir, lo hago así porque no hay ruidos, no hay teléfonos, nada. Soy enemigo del conflicto, muy contestatario, quizá sobre todo con las columnas, pero no más. Me gusta la tranquilidad y esa me la gané y por eso llegué a abuelo”, concluyó Castro Caycedo.

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