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Hojas secas (Cuentos de sábado en la tarde)

¿Será que no soy ambiciosa? ¿Será que soy un bicho raro? ¿Será que soy apocada y estoy jodida? No tengo respuestas concretas, pero he pensado en ello.

Linda Esperanza Aragón
24 de julio de 2021 - 09:30 p. m.
Escaleras al ego.
Escaleras al ego.
Foto: Ilustración: Inefable

Si usted está leyendo esto entonces el monólogo se volvió diálogo.

¿Será que no soy ambiciosa? ¿Será que soy un bicho raro? ¿Será que soy apocada y estoy jodida? No tengo respuestas concretas, pero he pensado en ello. Y estas preguntas me las hago porque me rodean personas (familiares, amigos, vecinos y colegas) que solo piensan en generar y acumular más y más dinero. Me asusta. Siento una competencia salvaje. Van rodando como hojas secas con el propósito de llenarse los bolsillos y tener éxito. A veces no saben qué es lo que realmente les apasiona, no se cuestionan, les da pavor hablarse a sí mismos y terminan por ocultar esa duda tremenda con el objetivo de hacer solo plata. A otros les diseñan la vida: si quieren ser pintores o actores les dicen que eso no genera billete, que piensen en otras opciones más rentables. Y a esas personas que no defienden sus sueños pronto las devorará la desazón. Van como hojas secas. Se cuartean los sueños, sí.

Recuerdo las palabras de George Steiner para tratar de mitigar este espanto: “El dinero nunca ha gritado tan alto como ahora. El olor del dinero nos sofoca, y eso no tiene nada que ver con el capitalismo o el marxismo. Cuando yo estudiaba la gente quería ser miembro del Parlamento, funcionario público, profesor… hoy incluso el niño huele el dinero, y el único objetivo ya parece que es ser rico”.  Describió con lucidez la realidad. Tiene razón, ¿o no?

También hay voces que escucho en la calle y me ponen a pensar. Una vez alguien dijo: “La plata no te da la felicidad, pero te deja bien cerquita, y de ahí te puedes ir caminando”. ¿Será verdad? El dinero se necesita para solventar ciertas necesidades, pero no estoy segura de que sea el vehículo que nos acerque a la felicidad. Entiendo que la felicidad no tiene una definición universal, que cada cual la vive a su manera.

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A mí me da alegría escribir y fotografiar con libertad historias sobre los pueblos del Caribe colombiano; estar en casa con mis dos gatas; el olor del orégano; la lluvia nocturna; dejar de temerle a la muerte y entender que no soy eterna; picar cilantro, cebolla y tomate mientras escucho a Buika, Nina Simone, Buena Vista Social Club, Los Hermanos Lebrón, Soukous Stars, Alejo Durán, Joe Arroyo, Susana Baca, Totó La Momposina, Aída Bossa, Cerati, El Kanka y Jarabe de Palo; bailar sin tener en mente una coreografía y darle rienda suelta al cuerpo; quitarme los zapatos al llegar a casa y acordarme de lo que dijo aquel Morgan Freeman descalzo cuando le preguntaron por sus zapatos en la película Golpes del destino: “Mis zapatos están descansando de mis pies”; quitarme el sostén y pensar en una garza que vuela sobre el río Magdalena; mirar la ciudad al tiempo que ando en bicicleta; escuchar mi propia respiración antes de dormir. Podría seguir describiendo aquí lo que me pone contenta, tal vez se haría más extenso el texto.

Quizá la felicidad no sea un destino o una cúspide. Se cree que es sinónimo de éxito, y el éxito se suele medir por lo que se consiguió: el proceso, los errores, el aprendizaje se omiten. Lo definen como ascender o llegar, y esa definición también nos la han vendido los medios de comunicación: desde la narrativa sobre personajes triunfantes nos dibujan el panorama y nos dicen que si no alcanzamos lo que nos proponemos hemos fracasado, que se vaya al diablo el aprendizaje porque lo que interesa es ganar.

Y me sigue asustando todo esto, sin embargo, trato de no dejarme arrastrar por esas definiciones y me autopregunto: ¿el éxito para un artista es ganar premios y dinero o es transmitir lo que realmente quiere cantar, pintar, fotografiar, bailar, etc.?, esta es una pregunta que podemos adaptar a nuestras realidades. Nadie me ha pedido este consejo, pero creo que hacerse preguntas no es perder el tiempo, porque lo que es monólogo quizá se vuelva un diálogo, y hablar de estos temas puede ser útil para no andar como una hoja seca siguiendo el olor del dinero; para dejar de estirar los cuellos y mantener clavados los ojos en la cúspide mientras olvidamos los sueños. Allá, en la anhelada cúspide, tal vez nos espere una jaula o nos dé vértigo.

Amalaya la voz de la ambición no sea la que cante ni la plata sea el único vehículo que nos deje cerquita de la felicidad. Ajá, soy un bicho raro. Quizá estoy jodida pero contenta, como lo cantó Buika. Probablemente, estas palabras pasen desapercibidas, no obstante, decidí darle una salida digna a mi soliloquio a través de la escritura, un ejercicio que me hace rugir.

Por Linda Esperanza Aragón

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Juancho(17942)09 de agosto de 2021 - 07:22 p. m.
Pero imaginen la tristeza del banquero por tener solo 10 sucursales cuando quisiera tener 20.
Jesús(o9rw6)08 de agosto de 2021 - 04:14 p. m.
Linda muchas gracias por las palabras, casi siento como propias las reflexiones que haces y me asusto también ante el vertigo de la necesidad de tener dinero.
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