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Jean-Michel Basquiat, la sed de éxito y la pintura furiosa

Una historia sobre un artista pop que soñaba con llegar a la fama. Una obra a la que le imprimió los sentimientos que suscitaba ser un joven afroamericano en la Nueva York de los años ochenta.

Daniela Cristancho

01 de julio de 2022 - 05:36 p. m.
Andy Warhol y Jean-Michel Basquiat, exponentes del arte pop estadounidense.
Foto: Tomada por Ap
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En el 2017 se vendió la que es, quizás, la obra más conocida de Jean-Michel Basquiat: Sin título (1982). El cuadro evidencia una cabeza humana, aunque se ve casi una calavera. Los colores gritan. El fondo es azul brillante, los gruesos trazos de la imagen saltan en rojo, negro, blanco y amarillo. Son difusos, marcados, como un niño que ha tomado una caja de colores para desfogar su ira. Es también una de las más costosas de la historia. La pintura fue comprada por un millonario japonés en una subasta de Sotheby’s por la suma de 110.5 millones de dólares.

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Así, Sin título se convirtió en la segunda obra más costosa hecha por un artista americano, después de Silver Car Crash, de Andy Warhol, quien también tendrá un papel importante en la vida de Basquiat. La suya es la historia de un joven artista, hijo de la cultura afro latina y de la sed de fama y libertad, quien logró su acometido antes de morir por sobredosis a los 27 años. Es una historia que fácilmente puede ser romantizada, como lo han dicho algunos de los críticos de Basquiat. Sin embargo, y teniendo en cuenta los matices de la misma, es la historia de un exponente del pop art norte americano que, desde pequeño, se opuso a seguir las normas.

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Basquiat era hijo de inmigrantes. Su padre, Gerard Basquiat, nació en Haití y su madre, Matilda Andrades, en Puerto Rico. No era una familia de escasos recursos ni tampoco carente de educación. De la mano de su madre, que era una reconocida artista gráfica, fue a ver Guernica de Pablo Picasso en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) y lo hizo miembro del Museo de Arte de Brooklyn. Creció rodeado del mundo del arte y las imágenes quedaron grabadas en su memoria. De hecho, se cree que la millonaria cabeza de Sin título fue inspirada en uno de sus recuerdos de infancia. A los ocho años, tras haberse roto el brazo, su madre le mostró el manual Gray’s Anatomy. Aquellas ilustraciones anatómicas, sumadas a las imágenes vudú que había visto en su casa, habrían sumado a la hora de producir esta célebre obra de arte.

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A los 16 años, fue expulsado del colegio católico privado en el que estudiaba e ingresó a una institución para jóvenes con facilidad intelectual. Pero el estudio no era la prioridad para Basquiat, al igual que habitar en la comodidad de su hogar. Tras múltiples intentos, a los 17 años, se fue de manera definitiva de su casa familiar y se decidió a vivir en las calles de Soho. Aunque años más tarde afirmó que no sabía cómo había sobrevivido caminando sin dormir por días, durmiendo con sus novias y comiendo papas de paquete de 15 centavos, estuvo empapado de la subcultura artística de este barrio neoyorkino. Se dispuso entonces, con su amigo Al Diaz, a hacer frases en grafiti cerca de las galerías de arte. Juntos, firmaban como SAMO (Same old shit). Era una forma de ser vistos y, en Nueva York de los años 80, a pesar de las duras leyes contra el grafiti, tuvieron éxito. Escribían frases contra el estado, “el sistema”, el capitalismo.

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Pero esta fue solo una de las dimensiones iniciales de Basquiat como artista. Tuvo una banda de rock llamada Gray y vendió camisetas y postales. De hecho, así fue que conoció a Andy Warhol. Le trató de vender una postal con sus obras y muy pronto se convirtió en su padrino del mundo del arte. Se influenciaron mutuamente y colaboraron juntos en el desarrollo de sus obras. “Jean-Michel Basquiat ha logrado que pinte de una forma muy diferente y eso está muy bien”, afirmó Warhol.

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Fue así que Basquiat empezó a cumplir su sueño de tocar la fama y el dinero. Tuvo una primera exposición en 1980, en Times Square Show y, en 1981, en el Instituto de Arte y Recursos Humanos de Nueva York, muestra que lo ayudó a catapultarse en el mundo del arte pop. “Desde que tenía 17 años pensé que podría ser una estrella”, afirmó entonces el artista afroamericano. Murió a los 27 años, en 1988, producto de una sobredosis.

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A Basquiat se le tilda de eterno mimado, de ser la mascota de los círculos adinerados de la capital del mundo, se le critica por su ambición. Pero es innegable una cosa: sus obras tienen un toque de brutalidad propio de la marginalidad, de quienes se sienten ajenos a ciertas esferas sociales. En sus cuadernos de notas se evidenciaba su preocupación por la segregación y sus brochazos fueron muestras de la ira que le producía esta injusticia social. Son piezas imperfectas, emocionales, vitales y, en ese sentido, eternas. Justo como lo deseaba. Así se lo dijo alguna vez a Warhol: “No te preocupes. Soy inmortal”.

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Por Daniela Cristancho

Periodista y politóloga de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en resolución de conflictos e investigación para la paz.@danielacsidcristancho@elespectador.com
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