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Juan Carlos Botero: “En Colombia está prohibido el éxito”

Conversamos con el autor de Las ventanas y las voces (Alfaguara), libro que fue publicado originalmente en 1998 y este año fue reeditado.

Andrés Osorio Guillott

17 de junio de 2024 - 07:00 a. m.
Juan Carlos Botero, columnista y autor de libros como “Los hechos casuales”, “El arte de Fernando Botero” o “Las semillas del tiempo”.
Foto: Óscar Pérez
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Así como no cambiamos de pasiones, parece que tampoco cambiamos de obsesiones. Hay dudas, preguntas o ideas que nunca abandonamos porque todas las respuestas que encontremos le seguirán dando sentido a la vida. Quizá las obsesiones sean como las utopías que mencionaba Fernando Birri, tal vez todas nos ayuden a caminar y nunca las alcanzaremos del todo, pues hacerlo sería caer en el absurdo de la existencia.

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Han pasado 26 años desde que Juan Carlos Botero publicó Las ventanas y las voces, obra que puede entenderse como un libro de cuentos, pero también como una novela con siete episodios, pues lo que une a todos los relatos es que el personaje es el mismo, así en algunos no aparezca con su nombre. En todo este tiempo cambiaron muchas cosas en la vida y el oficio de Botero como escritor, pero lo que sí parece permanecer es el interés y la duda por temas que siguen siendo transversales en su obra.

“La actitud más necesaria y la más revolucionaria es la decencia. En otros momentos era la lucha. Tenemos que desarmar el corazón, practicar la cortesía, escuchar respetuosamente al otro desde una posición de permeabilidad, tolerancia y autocrítica. Hay que seguir intentando elevar el debate y sacarlo de la cloaca. Tenemos que vernos como hermanos y compatriotas, no más como enemigos”, dijo Juan Carlos Botero en entrevista para este diario.

Usted habla en el epílogo del libro de unas herramientas que le hubiera gustado tener hace 16 años para escribir estos cuentos, ¿cuáles son?

Desde que publiqué el libro tuve la insatisfacción de sentir que había cosas que hubieran podido quedar mejor, que hubiera podido limar algunas frases. Era consciente de que había errores garrafales en el libro. Aquí hay dos cuentos sobre el mar, desde entonces, he escrito dos novelas sobre el mismo tema. Aprendí mucho sobre esto; la terminología y el potencial del mar como escenario idóneo para ubicar a un personaje en una situación límite es enorme. Esa madurez la adapté ahora a estos cuentos, pues los reescribí en su totalidad con esa nueva experiencia, con ese nuevo conocimiento del oficio, que es algo que uno va adquiriendo semana a semana.

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¿Qué tanto han cambiado las obsesiones en estos 20 años?

Me llamó la atención darme cuenta de que los cuentos no estaban del todo mal, que incluso bastó con pulir algunas partes. Eso fue muy grato. Lo otro fue entender que muchos de los elementos, de las obsesiones e inquietudes que planteo ahí han sido desarrolladas en otros libros. Fue interesante darse cuenta de que este libro fue el momento en que esas inquietudes están plasmadas por primera vez. Por ejemplo, el concepto de la fugacidad de la existencia, la preciosidad que hay de que una vida se pueda escapar de manera dramática de un momento a otro dependiendo de cosas triviales. El concepto de la amistad, del amor y el desamor, todo eso está presente en este libro.

La fugacidad de la vida y el azar que la determina se ve sobre todo en los dos primeros cuentos o capítulos...

La gente en realidad no es consciente de lo limitado que es esto. Todos actuamos como si fuéramos inmortales, por eso cada vez que surge una tragedia nos coge totalmente desarmados y muy vulnerables. Creo que una de las tareas de la literatura es comunicar esa enseñanza, mostrar cómo la vida es supremamente limitada. En parte, también hay una influencia un poco desafortunada de la Iglesia católica, que ha creado una cultura en la que hemos crecido y en la que se han premiado y valorado las cosas de otro mundo, lo eterno, donde se ha menospreciado la vida terrenal, y creo que debería ser al contrario. Si no tuviéramos esa consciencia de lo limitado, por ejemplo, no cuidaríamos tanto una relación de pareja. El hecho de ser conscientes de esa fugacidad hace que apreciemos y cuidemos más las cosas.

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Más que la muerte, hay una relación con la pérdida que atraviesa todos los cuentos o capítulos...

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Hay muchas pérdidas en el libro, incluso la del amor. Estos cuentos son siete relatos independientes con el mismo personaje que aparece con nombre o sin nombre, por eso se puede leer en desorden, o puede leerse también como una novela con siete capítulos. Eso me permitió hacer algo que a mí me gusta y es contar una historia que sea atractiva, pero a la vez con enseñanzas que permitan una lectura más profunda. Por eso en el descenso con respecto a la pérdida del amor el descenso físico toma lugar en el Caribe, y el descenso interno en su propia psicología, entonces en esa pérdida lo que buscaba era el epígrafe de Shakespeare, los siete momentos capitales en la vida de este personaje son las siete lecciones fundamentales, y casi todas suceden a partir de ese hecho: pierde la inocencia en el último cuento, en otro pierde el amor, en otro la amistad. La pérdida es lo más doloroso, pero a su vez lo más formativo.

¿Y cuál es su relación con la pérdida?

La he experimentado muchas veces. He sentido la pérdida de un amor, de personas muy importantes en mi vida, de la salud —porque tuve un cáncer muy terrible—, y de la amistad. Esas experiencias, por dolorosas que sean, tienen una cosa positiva y es que son formativas, como lo acabamos de decir. De una u otra manera, todos tenemos la misma condición humana, y a medida que uno va metiendo las manos en las raíces va uno tocando lo que es común a todas las personas. De eso también se trata la literatura, de llegar a esas experiencias que son universales.

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Hay una inquietud también por lo cotidiano...

En lo cotidiano está la magia. Es decir, uno siempre cree que lo cotidiano es lo banal, lo trivial, lo intrascendente, pero hay que tener la mirada muy despierta para darse cuenta de que lo cotidiano es un espejismo y una suma de momentos mágicos. En el último cuento el personaje descubre que cada andén, que cada calle cambia según la hora del día, los peatones que van transitando... El mismo espacio va cambiando permanentemente. La cotidianidad y la vida están llenas de opciones y posibilidades de grandes aventuras: unas buenas, unas malas, otras terribles.

Hablemos de la amistad, otro de los elementos presentes en estos relatos…

Lo que me gusta de este libro es que todos los cuentos están basados en experiencias personales, salvo el primero. Eso me permite contarlos con verosimilitud, porque los viví en carne propia. En el caso del último cuento, a mí me pasó lo mismo que al personaje. Yo no tuve amigos de mi edad hasta los 13 años, y no había tenido acceso a la ciudad hasta esa edad, y cuando lo tuve para mí fue toda una revelación. Con un amigo, o varios, hacíamos recorridos nocturnos y era tal mi pasión que yo los acompañaba después a sus respectivas casas y me quedaba dormido en el andén. Ese descubrimiento de la amistad para mí fue tremendo. Los amigos son los hermanos que uno escoge voluntariamente, y esa mutua elección es sagrada. En el libro quiero glorificar varias cosas, una es la naturaleza, otra es la amistad.

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En el cuento que lleva el nombre del libro se toca el tema de la violencia, y de algo que usted llama la pérdida de la inocencia…

Todos los días nos asomamos a una pantalla y recibimos un bombardeo sistemático de hechos violentos. Poco a poco, a fuerza de repetición hay una familiarización con la violencia, se narcotiza la gente frente a esto y termina no solo reproduciéndola sino siendo víctima. En Colombia hay un error muy grande y es creer que la violencia la cometen otros lejanos, pero eso no es cierto. Lastimosamente vivimos en una cultura de la violencia, y lo mismo pasa con el machismo. En América Latina la gente es machista, eso contagia a todos. Nosotros, sin ser conscientes de eso, al vivir en una cultura terminamos reproduciendo esa violencia, y si creen que exagero, hay que ver cómo nos tratamos, cómo polemizamos, cómo conducimos, cómo convivimos.

Hablemos del niño que observa con curiosidad cómo una puerta en el lugar de la fiesta separa al mundo de la élite del mundo de la pobreza…

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Las grandes obras de arte tienen algo muy interesante y es que los pintores y autores recrean el mundo que vivieron en alabanza estética, pero a la vez toman cierta distancia para tener una mirada crítica sobre ese mundo. La mirada del niño es incontaminada y fresca, pero revela un mundo al borde del colapso: una aristocracia que abandonó al país, protegiendo sus privilegios en lugar de modernizarlo. Esta actitud llevó al país a su destrucción, en un gran suicidio colectivo sin darse cuenta. Este relato pretende ser una moraleja o metáfora de dicho suicidio colectivo.

En uno de los diálogos de ese cuento dicen que “así tratamos a los héroes en nuestro país”, refiriéndose a otra frase que dice “aquí es mayor la envidia que el orgullo y la fama ajena nos resulta insoportable”. ¿Qué opina de la envidia?

Hay un esfuerzo muy grande por lograr el éxito, la gloria, la fama, pero tan pronto la persona está en la cúspide, hay un deseo muy peligroso en el país de tumbarlo, de cuestionarlo, que si llegó haciendo trampa. Una vez escuché una conferencia de Robert Wright, acá en Colombia, donde mencionaba que nuestro problema radica en una cultura de la envidia. Según él, no hemos comprendido que ciertos países son dominados por este tipo de culturas. La envidia impide que uno suba, por temor a que el vecino también lo haga, lo cual estanca el crecimiento. No es casualidad que todos los grandes artistas del país triunfen en el extranjero; porque no hay una tolerancia a la fama, en Colombia está prohibido el éxito.

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