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12 de octubre
Érase una «s» en taparrabos, ingenua como la serpiente, hasta que llegaste en carabela.
—Eres una «zeta» —quisiste enseñarle.
—Soy una «ese» —aclaró.
Empezaste a torcerle el brazo.
—¡Admite que eres una «zeta»!
—No.
—Dilo: «zeta» —reclamaste aumentando la fuerza.
—«Seta» —se sometió adolorida, pero seseante.
La hincaste, le prohibiste hablar la lengua de su hemisferio de pecado, con zetas le tachaste los dioses y le dislocaste el brazo para que se pareciera más a ti.
Hoy, tanto tiempo después de doblegarla, por mucho que le muestres cómo juntar la lengua con los dientes, al preguntarle su nombre, dirá, seseante, «seta».
Hernando Escobar Vera
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Grietas
En el pueblo recordaron con nostalgia el bosque que durante muchos años cubrió la sabana. Ahora, el suelo permanecía seco, agrietado y triste. La tierra huía del fuego, gritaba sedienta, implorando ser salvada.
Los niños en su inocencia y ganas de ayudar, se reunieron en una loma, donde alguna vez hubo mucho pasto verde, y ahí orinaron, vaciaron sus vejigas. Creían que le calmarían la sed.
Los más viejos miraron a lo lejos, esperanzados en encontrar una pequeña reserva de agua, sin importar que estuviera sucia por las patas de animales moribundos.
El tiempo pasó y, en una semana, todos murieron calcinados.
La tierra lloró desconsolada, pero el cielo, con una sonrisa, le susurró: «No llores. Por fin, ya no queda ninguno.»
Y entonces, llovió en verano.
Manuel de León
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Yo, ¿Yo?
Te miro, y de lo profundo de mis podridas tripas nace la repulsión, el asco y la nefasta idea de ponerte en medio de los ojos una bala. No me preguntes por qué; desafortunadamente, no tengo una razón. Tal vez, todo el tiempo que he vivido contigo, los fracasos que nos llevan al suelo o lo desesperante de soportar las fetideces de todos. No tengo idea, pero tranquilo, aunque sucede seguido, se me pasa cuando aparto la mirada del espejo.
Jorge Duarte
Tres moscas en la ventana
Trataba de calentarse con la taza de café que sostenía en sus manos mientras observaba tres moscas que revoloteaban contra el vidrio de aquella ventana desde donde contemplaba la ciudad.
Columnas de humo se levantaban en varios barrios tratando de alcanzar las nubes grises. Es que la gente cansada de la pandemia y el hambre ha salido a protestar, pensó.
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Los jóvenes de la primera línea, así les llamaban a los que, con improvisados escudos, cascos y anteojos, resistían las granadas aturdidoras y las balas que descargaba sobre ellos la policía, los que seguían, incansables, resistiendo los ataques de los acorazados agentes del orden. No demorarán en aparecer los primeros muertos y heridos, pensó mientras tomaba un sorbo de café sin dejar de observar las tres moscas que seguían tratando de pasar al otro lado del vidrio. De pronto, una logró hacerlo, él no supo cómo, pero aquel insecto lo había logrado. Las otras la siguieron. Atrás había quedado aquella época durante la cual las moscas quedaban atrapadas hasta la muerte tratando de pasar al otro lado de los cristales instalados por los humanos. En la calle la primera línea seguía resistiendo.
Jorge Enrique Almario García