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Cuéntenos sobre su rol.
En julio cumpliré siete años al frente de la gerencia del Teatro Colsubsidio. Al principio solo dirigía el teatro, pero al poco tiempo me propusieron hacerme cargo también del área de Cultura, y desde entonces integramos ambas líneas bajo una misma visión. Tengo la fortuna de ocupar un cargo que me permite pensar en cómo las artes pueden impactar positivamente a la mayor cantidad de personas, empezando por los afiliados, pero sin perder de vista el principio de universalidad cultural. Ampliar el acceso a las artes de calidad no es solo un reto, es una alegría, un privilegio en un contexto donde transmitir belleza es casi un acto de resistencia. Mi labor principal es gestionar proyectos de formación artística y una programación de excelencia en el teatro, para que nuestras acciones aporten al bienestar de las personas y las empresas afiliadas. Además, tengo el honor de liderar un equipo comprometido, apasionado por la cultura, que trabaja cada día para generar un impacto positivo en la ciudadanía.
¿Cuál ha sido el reto con el que se ha encontrado para acercar las personas a esas bondades de la cultura?
Uno de los grandes retos es encontrar espacio en la agenda y el imaginario colectivo para una propuesta cultural que no se rige por lo comercial. Convivimos con macrofestivales y grandes productoras, pero apostamos por una agenda de excelencia que no cede a lo fácil. No buscamos llenar el teatro con reguetón o despecho, sino visibilizar contenidos con sentido, integrando artes universales y locales, y construyendo un relato sólido. Cuando programamos en el Teatro Colsubsidio, no pensamos solo en las mil personas que caben en la sala. La agenda cultural suele estar llena de propuestas efímeras, que pasan y se olvidan. Para nosotros, en cambio, es fundamental el legado, la memoria, la construcción de ciudadanía con una mirada crítica. Cuando hablamos de contenidos, buscamos que sean pertinentes: que hablen de lo que se ha perdido, de lo que se debe preservar, de lo que no suele decirse, y que lo hagan desde una perspectiva crítica.
Hay una creencia de que en Colombia a la gente poco o nada le importa la cultura, ¿cree usted que eso es cierto?
Eso es una cuestión compleja. Yo creo que a la gente sí le interesa la cultura, incluso la necesita. No seríamos la sociedad que somos sin haber estado profundamente mediados por ella. Ahora bien, en la cultura hay categorías, no de calidad, sino de profundidad. Algunas capas culturales llegan con más facilidad al público general, especialmente aquellas más frívolas, porque requieren menos esfuerzo de apreciación. Aun así, hay un consumo cultural importante, aunque gran parte ha migrado hacia lo efímero. Sin embargo, sigue existiendo un segmento que valora propuestas más profundas y retadoras, aunque no se trata solo de complejizar. Colombia, como Brasil, es uno de los países más diversos y ricos culturalmente en América Latina. Eso ha permitido que surjan expresiones desde territorios antes invisibilizados. Hoy, gracias a la velocidad y versatilidad de las comunicaciones, lo que antes estaba oculto ahora se visibiliza. Esto amplía las posibilidades de apreciación, pero también diversifica tanto la oferta que muchas expresiones terminan dirigidas a nichos pequeños. Nunca antes, por ejemplo, la música del Pacífico había tenido tanto auge como ahora. El Festival Petronio Álvarez ha crecido vertiginosamente, especialmente en la última década. Entonces, es cuestión de seguir ampliando esas visiones y nutriéndolas desde las comunicaciones. La gente está ávida de ser retada creativamente.
Con eso que mencionó sobre el Petronio Álvarez, ¿cree que ese interés también tiene que ver con una necesidad a la que nos ha llevado esta era de lo mediático, de mirar hacia dentro, hacia las raíces y a entender el pasado?
Hay una parte del público que quiere entender estos temas en su complejidad. Cada vez se reconocen más audiencias ilustradas, y no me refiero a que se necesite ser erudito para abordar estos asuntos, sino a que hay personas más informadas. Otras acuden porque está de moda, pero incluso eso es valioso. Como dicen, “la moda no incomoda”. Si se pone de moda la música que se hace en los territorios de Colombia y la gente la consume, ¡bienvenida sea! Nos hace falta que se pongan de moda otras cosas que también nos narren como sociedad. Hay quienes se preguntan: “¿esto de dónde viene?”, y otros que simplemente se acercan porque suena bien o está “cool”. Ninguna de esas posturas es desdeñable. Por supuesto, uno desearía que quienes se interesan por las músicas regionales lo hicieran con un mayor grado de comprensión, pero el solo hecho de que las escuchen y las vivan ya es valioso.
¿Qué lo llevó a tomar ese camino de la gestión cultural?
De niño entré al conservatorio en Manizales, y allí comenzaron mis inquietudes musicales. Luego, un hecho inesperado las afianzó: mi padre compró un bar cultural con un pequeño escenario. A los 15 años, con un permiso especial, empecé a administrar y programar ese espacio, al tiempo que participaba en el grupo de teatro del colegio. Creamos una obra colectiva y comencé a gestionar su circulación por otros colegios y ciudades. Así, entre el bar y el teatro, inicié un camino en la gestión cultural. Más adelante fundé, junto a unos amigos, un festival de jazz en Manizales, que nos llevó a presentar proyectos al Ministerio de Cultura y otras entidades. Aunque estudié Mercadeo Nacional e Internacional, siempre enfoqué mi formación en el marketing cultural. Desde 1992 no he dejado de trabajar en cultura, combinando procesos de gestión con una participación más puntual en la música: formé una estudiantina, toqué tiple en un dueto y canté durante siete años en el taller de ópera de la Universidad de Caldas. Pero lo constante ha sido la gestión cultural. Y todo empezó, curiosamente, gracias a un bar.
¿De qué cosas se ha convencido del mundo cultural?
Desde que uno se deja impactar por un hecho cultural, reconoce su valor, pero luego entiende con más claridad que no existe desarrollo humano viable sin la cultura como eje fundamental. Ninguna sociedad con visión de futuro ha dejado de lado la cultura. Antes de trabajar en Colsubsidio, estuve en Findeter, una banca de desarrollo que adoptó en Colombia el modelo de “ciudades sostenibles y competitivas”, basado en una batería de indicadores. Cuando llegué, no había un solo indicador relacionado con cultura. Entonces propuse incorporar los de la UNESCO sobre cultura para el desarrollo, y así lo hicimos. Les dije al presidente y al equipo: no se puede pensar el desarrollo de una ciudad sin tener en cuenta la cultura. Por fortuna, la propuesta fue acogida de inmediato. También me he convencido de la necesidad de formalizar el sector cultural. En este país, rendir cuentas ante la DIAN, las contralorías, la bancarización o las cámaras de comercio parece ajeno al universo creativo, pero es fundamental lograr esa articulación.
¿Cambiaría alguna de las decisiones que ha tomado?
La verdad, no cambiaría nada. He sido un privilegiado. Cuando llegué a Bogotá hace 23 años desde Manizales, me preguntaban qué me gustaría hacer. Yo respondía que, entre otras cosas, me encantaría dirigir el Teatro Colsubsidio. En ese entonces trabajaba en un pequeño pero significativo espacio del Instituto Distrital de Cultura y Turismo, y que años después ese sueño se haya cumplido es muy significativo para mí. Probablemente, he perdido algunas oportunidades, sobre todo en lo público, por tener posturas políticas claras o por el ímpetu con el que defendí ciertas ideas. Pero no me arrepiento. Todo ha hecho parte de mi proceso de crecimiento. No cambiaría nada porque no quiero desnaturalizar el privilegio que tengo hoy.

Por Samuel Sosa Velandia
