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La última vez que la vi (Cuentos de sábado en la tarde)

En ese momento la vi irse, pero justo cuando dio su último paso para bajar las escaleras y que Esmeralda saliera de mi vista, sentí como si una parte de mi se hubiera ido con ella, sentí que tenía que ir tras mi pedazo faltante.

Maya Abagí Andrade*
25 de febrero de 2023 - 11:13 p. m.
—Me llamo Esmeralda.
“Igual que sus ojos”, pensé.
—Me llamo Esmeralda. “Igual que sus ojos”, pensé.
Foto: Unsplash

Escribiré una historia de desamor donde le rompen el corazón a mi protagonista tan fuerte, tan fuerte, como una caída mortal desde el último piso de un rascacielo.

Serás capaz de sentir el dolor ajeno y reconocerás el valor de ponerte en los zapatos o en el corazón partido de los demás.

Hace seis meses, exactamente, tenía una vida plena y feliz. Mi vida era perfecta, mis calificaciones no bajaban de diez; era popular, tenía muchos amigos y mi familia me amaba. Solo había un problema: me sentía solo. Tenía amigos pero no hablaba de mi vida personal con ellos y la verdad es que siempre me he sentido de esa manera. Siempre he sentido que mi interior es frío como si tuviera el corazón congelado… hasta que llegó ella.

Era una cena familiar, yo ya estaba cansado y me subí a mi habitación. Cuando ya estaba casi en los brazos de Morfeo, de repente escuché que alguien abría la puerta. Pensé que era mi primo para fastidiarme, pero en vez de eso vi a una joven hermosa. Su piel era blanca, era blanca como la nieve, tan fina como la porcelana y sus facciones tan marcadas que la hacían ver tan delicada. Sus ojos eran como esmeraldas; sus labios, rojos como la sangre. Su cuerpo se veía tan delgado y ligero al igual que una pluma de un ave.

—Perdón pensé que era el baño, discúlpame —me dijo y la detuve. Me levanté rápidamente de la cama y le dije– oye… –ella se quedó inmóvil.

—No te preocupes no tienes que disculparte, pero ¿Quién eres? Jamás te había visto.

—Me llamo Esmeralda.

“Igual que sus ojos”, pensé.

—Soy amiga de tu prima Rosa, me invitó a comer. Perdóname por haber entrado a tu cuarto —y entonces se fue.

En ese momento la vi irse, pero justo cuando dio su último paso para bajar las escaleras y que Esmeralda saliera de mi vista, sentí como si una parte de mi se hubiera ido con ella, sentí que tenía que ir tras mi pedazo faltante.

Me quedé viendo el techo como si allá arriba pudiera obtener una respuesta. Sentí como si me hubieran despertado de un sueño de tres siglos. Me sentí tan ¿Emocionado? ¿Feliz? No sabía que sentía. Vi el reloj que estaba en mi tocador y eran las 12:45 ¿Desde cuándo el tiempo se pasa tan rápido?

Decidí dejar el dilema para mañana, tenía escuela al siguiente día.

Me levanté un poco tarde. Casi pierdo el bus pero llegué y todo transcurrió normal, solo que mi cuerpo estaba en la clase pero mi mente estaba en otro lado, simplemente no podía dejar de pensar en Esmeralda “como sus ojos”, recordé.

Sentí que alguien me daba un golpe y rápidamente regresé al mundo. Mi amigo Marco me había dado un golpe en la pierna para que reaccionara ya que el profe estaba explicando un tema que no sabía, yo no le estaba prestando atención. Marco me dio otro golpecito y señaló su cuaderno y rápido empecé a copiar y le susurré “gracias amigo”. Él me guiño el ojo, volvió a señalarme su libro para que copiara más rápido y fue justo lo que hice.

El día pasó normal. Hacer trabajos, comer, charlar… uno que otro regaño. Iba de regreso a la casa cuando saqué las llaves, percibí una voz muy conocida como si la hubiera escuchado un millón de veces. Supe quien era por su hermosa melodía que parecía que era de los mismos ángeles, se me abrieron los ojos como platillos ¡Era ella!

Mis manos empezaron a temblar. Lentamente inserté la llave, abrí la cerradura y la fui girando lentamente para abrir la puerta y encontrarme con lo que me temía. Esmeralda estaba en el sillón dibujando mientras tarareaba una canción, una de mis canciones favoritas. Iba a subir para irme a mi cuarto y no molestarla, la verdad quería saber que hacía ahí pero tenía mucha tarea.

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Sentí que me dieron dos toques en el hombro, me volteé para preguntarle ¿Qué pasó? Pero justo cuando mis ojos se posaron en ella, me quedé embobado viéndola y apenas me di cuenta que era mucho mas baja de estatura que yo, me llegaba abajo del codo; me dio ternura. Ella habló y me sacó de mis pensamientos.

—Hola ¿Cómo estás? Oye, hice de comer enchiladas ¿Gustas?

¡Dios! Es educada y ¡sabe hacer enchiladas!

—¿Bien y tú? Si no es mucha molestia, sí quiero unas cuántas enchiladas… y mi nombre es Ethan.

—Claro que no es molestia. Y un gusto en conocerte, Ethan.

Se dio la vuelta rápido para dejar sus audífonos en el sillón. “Bueno voy a servirte” dijo ella.

Se fue casi que corriendo a la cocina. Estaba muy roja, se notaba mucho por su tono de piel, me senté y esperé a que viniera; después de unos quince minutos, llegó a la mesa con un plato que tenía cuatro enchiladas que se veían tan buenas que se me hizo agua la boca.

Ella dejó el plato enfrente mío y volvió a la cocina para ir por el suyo. Se sentó frente a mí. Al principio cominos los dos en silencio hasta que ella empezó a hacer preguntas simples y variadas. Dijo que era para “conocerme”, yo le seguí la plática muy plácidamente.

Me contó todo de ella, bueno casi todo. Empezó por su comida favorita -enchiladas- su color favorito, su animal favorito y todo con lo que termine en favorito. Después me preguntó lo mismo y yo gustoso le respondí. Me sentí tan cómodo esa tarde, sentí como si le pudiera contar todo sin juzgarme, era la primera vez que me sentía así con alguien y sé que era algo increíble.

Cuando terminamos de comer, ella se ofreció a lavar los trastes y yo no acepté. Ella me había preparado la comida y sentí que ya eran muchas molestias, pero Esme -me dijo que le gustaba que le dijeran de esa manera- me ganó y fue corriendo con los platos en mano para lavarlos. Se me hizo tan gracioso que no paraba de reír, hacía mucho tiempo que nadie me había hecho reír de esa manera.

Esme terminó de lavar y me preguntó si quería jugar en su Nintendo. La verdad me sorprendí, nadie en diez años me había preguntado eso. Me sentía como un niño cuando estaba con ella. Lo pensé un poco ya que tenía que hacer tarea pero al final cedí.

Nos sentamos y empezamos a jugar.

Fue muy divertido ver su cara mientras intentaba ganar, pero no lo logró e hizo un puchero que hizo que los dos nos muriéramos de la risa. Íbamos a tener otra partida pero ella tenía que ir al baño. Mientras yo la esperaba fui por mis cuadernos y cuando regresé, mis padres estaban en la entrada.

—¡Ethan! —dijo mi madre ansiosa quien me daba un fuerte abrazo.

—Hola, hijo —saludó mi padre y me dio un apretón de manos.

Entramos a la casa con mi madre y mi padre. Hablaban. Yo no les estaba prestando atención; solo escuchaba la típica excusa que “tenían mucho trabajo” y por eso no estuvieron en la comida. Yo ya me había acostumbrado a sus disculpas.

Me fui a mi cuarto con el pretexto de que tenía que hacer mucha tarea, aunque técnicamente no era era pretexto ya que en efecto tenía que hacer mucha tarea. Preferí dejarlos cenar; yo no quería estar en sus conversaciones de negocios y escuchar sus risas falsas. Terminé mi tarea… no estaba tan complicada. Salí para ver si mis padres seguían cenando y tal como pensé, no estaban, ya se habían ido a su cuarto y lo más probable es que ya estaban dormidos. Así que lo mejor fue regresarme a mi habitación para ir a dormir ya que mañana tenía un mini examen, pero no me preocupé porque yo era el segundo mejor promedio de la clase. Me dirigí al baño para lavarme los dientes e ir a la cama para por fin estar en el mundo de los sueños.

Cuando ya me acosté en mi cama no se me dificultó dormir, estaba demasiado cansado y en ese momento sólo deseaba soñar.

Me desperté en un mar de sudor, había tenido una pesadilla en la cual había una mujer que estaba aterrada sollozando y muy deprimida… hasta podía sentir su tristeza. Sentí frío y justo cuando iba a dar un paso, se volteó y me gritó que despertara. En ese momento regresé al mundo común y corriente.

Al sueño no le tomé importancia; pensaba en que solo era eso, un sueño, un simple sueño normal. Todo el día fue normal: trabajo, uno que otro regaño, comer y regresar a la casa como todos los días. Justo cuando iba a abrir la puerta, escuché la voz de Esmeralda y mis ojos brillaron. Recordé entonces lo de ayer, que no la vi desde que entró al baño. Fue como si mi mente se hubiera librado de ella por completo ¡Que tonto fui! Entré con emoción para encontrarme casi la misma escena de ayer.

Y se repetía. La misma secuencia todos los días: despertarme en un mar de sudor por una pesadilla, ir a la escuela, llegar a casa y encontrarme con Esme. La mejor parte me la paso con ella toda la tarde y en algunas ocasiones en las que mis padres no llegan hasta el próximo día, ella se queda a dormir en casa ¡Amo esos momentos!

Cada día que pasó con ella, cada segundo, cada hora, me siento vivo, siento que mi vida es perfecta cuando está ella, como si me le diera color a mi vida. Pero hace dos días entré en una crisis emocional por Esmeralda, porque llegué a la conclusión de que me enamoré de ella y ¿quién no lo haría?

Es maravillosa.

Es amable.

Es divertida, hermosa y tierna.

Ella es muchas cosas más que la hacen tan perfecta. Cuando me empecé a dar cuenta, al principio me dio mucho miedo ya que como había dicho antes, nadie jamás me ha hecho sentir de la manera en la que ella me hace sentir… es que Esmeralda me hace sentir ¿especial?

Cuando ella dice lo increíble que soy es como si sintiera como mi interior se evapora y cuando la vuelvo a ver a los ojos, ¡el estómago me estalla! Pero justo cuando pensé que mi vida tenía color, todo se derrumbó.

***

Conforme los días pasaban, sentí como mis padres se distanciaban de mi lentamente. Sentía como si me miraran como a un bicho raro y no entendía el por qué. Aunque la relación con mis padres jamás fue buena, los quería pero se notaba que el sentimiento no era mutuo.

Un día normal, a la mitad de las clases, una maestra entró a mi salón para decirme que me tenía que ir por un asunto urgente. Todos pusieron su atención en mi, odiaba eso. Hice caso, recogí mis cosas para irme con la maestra y al llegar a Dirección me encontré a mis padres en la puerta. Se me hizo extraño porque la última vez que vi esta escena fue en primero de primaria por un viaje de “negocios”, pero en esta ocasión no sabía qué pasaba y mis padres no se veían felices.

Me fui con ellos. En el camino a casa nadie habló y el ambiente era incómodo a mi parecer. Llegamos y mi padre fue el primero en abrirme la puerta, esto ya no era normal y me empecé a asustar. Todos entramos y vi a Esmeralda, mi corazón se aceleró, ella vino corriendo y en el momento en el que yo toqué su piel, mis padres desaparecieron y todo se tornó en un mundo alegre y lleno de colores.

En sólo cinco segundos mi mundo se derrumbó. Unos hombres de blanco salieron del baño para después mostrar unos pañuelos color blanco. Pronto esos pañuelos estaban en mi cara. En el momento que inhalé eso que no sé qué era, todo se derrumbó.

Esmeralda se iba poniendo borrosa mientras gritaba, mientras veía cómo mis padres se iban lentamente a su cuarto, mientras a mi me estaban metiendo a una camioneta blanca. Eso fue lo que logré ver después de desmayarme y perder lo que me quedaba de juicio.

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Desperté encadenado de los pies en una cama blanca y en un cuarto con paredes del mismo color. No había más que la cama y un inodoro. Me intenté levantar rápidamente pero fue imposible por las cadenas que me lo impedían. De la nada entró una señora que se veía de unos sesenta y tantos años; yo intenté alejarme de ella lo más posible porque no sabía que estaba pasando, no sabía dónde estaba, ni por qué estaba allí y en ese momento la señora me habló :

—Hola, Ethan, se que en estos momentos no sabes porqué estás aquí y quieres saber.

Yo solo respondí un “sí” seco… tenía demasiadas preguntas.

—Te vas a quedar aquí hasta que te curemos ya que tus padres vieron que actuabas de una manera poco normal.

—No estoy entendiendo —respondí.

—Veras, Ethan, tus padres nos llamaron para que te ayudáramos y te observáramos por varios días. Le dimos a tus padres nuestra opinión, ellos aceptaron que te trajéramos aquí, Ethan, este lugar es un hospital psiquiátrico.

¿Qué acababa de decir? ¿Cómo que un hospital psiquiátrico? No entiendo nada.

—Dónde está Esmeralda, ¿qué pasó con ella?

—Ethan, tienes esquizofrenia, ¿sabes qué es esa enfermedad?

En ese momento no pude pensar más, no pude articular una palabra ¿desde cuándo? ¿porqué? ¿estoy soñando? Mis ojos estallaron y empezaron a caer pequeñas gotas de agua que cada vez se hacían más continuas. Sentí una mano en mi pierna y me acordé en donde estaba y tuve un flashback.

Esmeralda, ¡ella no por favor, ella no! Me di cuenta de todo. A Esme solo la veía en las tardes y cuando mis padres no estaban y de la nada desaparecía. Pero mi felicidad era ella, era imposible. ¡No era verdad! tenía que ser un sueño ¡una pesadilla! Esmeralda era mi vida, ella le devolvió el brillo a mi alma, descongeló mi corazón.

—Ethan, sé que en este momento estás en shock pero tienes que saberlo para entenderlo todo. Hoy mismo empezaste el tratamiento. Y te recomiendo que sigas todas la órdenes que te demos porque si no te va a ir mal —me dijo esas asquerosas palabras tan lento solo para que me quedara claro que de esta no salgo —te vamos a curar, Ethan.

Sacó una jeringa demasiado grande con un líquido azul adentro y entraron dos hombres. Yo empecé a llorar y la anciana dijo sus horripilantes palabras “no te muevas, solo será un piquete”. Empecé a llorar, a gritar y los hombres de blanco me agarraron para que me quedara quieto, mientras la anciana encajaba la jeringa lentamente en mi brazo. Sentí que mi brazo estaba tocando ácido. Grité más y más hasta que mi vista se nubló y dejé de razonar. En el momento en el que la anciana metió el líquido en mi cuerpo empezó mi infierno.

Cada día empezaba igual. Me despertaba un horrible hombre y me obligaba a tragar unas pastillas que hacían que viera todo borroso. Después, a las doce, me sacaban de mi cuarto y me llevaban a convivir con las demás personas y almorzar. A las tres de la tarde, me llevaban a un cuarto para irme inyectando diferentes líquidos que hacían que me quisiera morir.

¡Ya no puedo más estoy destruido!

Entré en depresión hace dos días porque iba a poder hablar con mi madre, le pregunté todo y me dijo que estaba enfermo y que siempre que llegaba de la casa me encontraba hablando con la nada o comiendo solo, pero como si hubiera alguien enfrente mío. También me contó que de más chico yo decía que podía ver mis dibujos caminando o arbustos que trotaban y tiempo después mis padres llamaron a “expertos” para que me llevaran directo al infierno, pensé. Les supliqué que me sacaran de ese lugar pero antes de que siguiera insistiendo sentí una fuente eléctrica recorrer todo mi cuerpo al ver a mi madre irse mientras yo regresaba a las llamas del infierno.

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Después ya no le vi sentido a nada. Saber que el amor de mi vida lo había creado me derrumbó. Cuando escuché las palabras de mi madre sentí y escuché a mi corazón romperse en pedazos chiquititos y se encajaba en mis pulmones. No quería nada. Justo cuando mis ojos se habían secado de todo lo que lloré, Esmeralda estaba frente a mi. Las lágrimas volvieron y sentí como mi mundo se volvía a romper. Esmeralda se acercó a paso lento y se intentó poner a mi altura, yo solo logré formular estas palabras:

“¿Por qué me dejaste?”

“¿Por qué me dejaste?”

“¿Por qué me dejaste?”

Esa pregunta me la repetía un millón de veces en la cabeza. Esmeralda apareció de la nada, me acarició la mejilla y con dulce pero no empalagosa voz, me dijo lo que sería la cereza del pastel.

—Ya te había dicho, Ethan, en todos tus sueños te lo dije. Te dije que nada era real, que despertaras, yo te amo pero no existo y jamás lo haré. Tú me diste vida y tú mismo me la puedes quitar, ya lo estás haciendo.

Mis manos empezaron a temblar mientras derramaba lágrimas y mis piernas dejaban de funcionar. Empecé a ver a Esmeralda desvanecerse como si fuera neblina mientras me decía: “tú me puedes matar”. Cuando terminó de decirlo se fue, mi vida se iba a terminar. Mis rodillas no aguantaron más y me caí; empecé a gritar y pude escuchar unos pasos a lo lejos. Vi como dos hombres abrían la puerta. En cuanto la abrieron me llegó la rabia, ya no podía explotar más y lo decidí, iba a irme de ese lugar para siempre.

Me hice el débil y cuando el hombre se acercó lo suficiente, le di una patada con las pocas fuerzas que me quedaban. Corrí intentando que el segundo hombre no me alcanzara pero fue inútil. Cuando intenté abrir la puerta que daba a la salida, dos hombres me agarraron y me voltearon. Vi entonces a la anciana y me dijo:

—Te lo advertí, niño enfermo.

Después de decir eso, sacó la típica jeringa pero esta vez no fue en el brazo, ahora fue en el estómago. Sentí como me arrastraban al último cuarto, jamás había entrado ahí. Me jalaron de la fuerza y me pusieron en una cama para después amarrarme y quedar inmóvil.

Me pusieron algo en la boca para que lo mordiera y después sentí como me daban descargas eléctricas cada vez más fuertes. Ya iban en la séptima… sentía que iba a morirme y lo iba a hacer de una vez por todas.

Justo cuando me iba a desmayar vi a Esmeralda, me estaba acariciando la mejilla mientras los hombres subían la intensidad. Esmeralda se acercó más y me susurró al oído: “te dije que podías matarme, amor mío”. En el momento en el que repitió esa frase, entendí a lo que se refería… ella dijo que yo la había creado, entonces ella es parte de mí y siempre que repetía esa frase no lo entendía hasta este momento, mi último momento, era yo… yo estaba matándome lentamente.

Perdí la cuenta de cuántas veces lo habían hecho pero en la ultima, Esmeralda regresó y me dio un beso en la mejilla para despedirse para siempre.

Esa fue la ultima vez que la vi mientras mi corazón estaba siendo quemado y mi alma siendo enterrada.

Esa fue la vez en que morí. Morimos.

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*Autobiografía: Soy Maya Abagí Andrade y muchas personas me recuerdan por mis grandes ojos verdes, mi personalidad extrovertida y mi extraño apellido que muchos me han dicho que parece un trabalenguas porque es Árabe, es mi descendencia.

Soy fanática de los deportes, la mayoría los practico pero me encuentro más en lo artístico, osea el baile. El baile lo traigo en las venas por mi madre y mi abuelo materno que fue el creador de un tipo de zapateado pero por mi memoria de pez, no me acuerdo específicamente cómo se llama el ritmo que creó.

Hago también diseños pero otra de mis pasiones es dibujar y la verdad se me da muy bien.

Tengo cuatro hermanos y a mis padres que me aman.

Soy Maya Abagí, la que tiene un apellido que enreda cada lengua que toca. Tengo una familia hermosa y una descendencia de un país lejano.

Por Maya Abagí Andrade*

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