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                                                                                                                              Mirar el fuego, las consciencias que arden

                                                                                                                              He pensado tanto en estas líneas. Créanme, las he deseado con fervor y a su vez he sentido (puro) miedo de escribirlas. Me sacude por dentro todo lo que está sucediendo como muy seguramente les pasa a ustedes.

                                                                                                                              Érika Martínez Cuervo

                                                                                                                              Un manifestante de la Primera Línea posa para un retrato durante una marcha del Paro Nacional en Medellín el miércoles 2 de Junio de 2021.
                                                                                                                              Foto: Juan Cristóbal Cobo

                                                                                                                              Tengo revolcado el espíritu y no sé muy bien cómo decir algo acerca de un estallido social que es imposible de categorizar por su misma complejidad, pero que resultaba inevitable. Ninguna vida puede resistir tanto, la experiencia de estar vivos es tan bella como terrible y sin unas condiciones dignas se hace insoportable.

                                                                                                                              He estado casi enmudecida frente a lo que se publica en las redes, a lo que se dice en los medios. La palabra cuesta en estos tiempos, es imposible resultar perfectamente lúcidos o coherentes porque nos interpela una forma del caos, no solo en las calles, también en nuestros pensamientos. Ahora mismo, no somos capaces de asir lo que explotó de manera intempestiva, es una circunstancia que arde y nos quema con lo poético y político que representa ese fuego que se encendió.

                                                                                                                              Le sugerimos leer: Los días azules

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                                                                                                                              No justifico ninguna manifestación de violencia, pero tampoco juzgo la rabia contenida de cada uno de los individuos a los que se les ha negado -en una sociedad supuestamente democrática- la oportunidad de tener acceso a una vida digna. La desigualdad cada vez más extrema nos ha conducido hacía unas formas del odio que inevitablemente se traducen en agresividad. Estamos deteriorados por dentro, son nuestros seres interiores vaciados de esperanza los que gritan que no pueden más, que ya ha sido suficiente: que “cese la horrible noche”.

                                                                                                                              Y hay que tener fuerza para levantarse allá afuera y resistir con los cuerpos de los otros: tal vez lo único que les queda por perder a muchos de esos cuerpos es la vida porque ya se lo han arrancado todo. Vivimos en un país en el que una gran mayoría de sus habitantes padece por tradición de una doble moral arraigada a un “performance de la apariencia” que es vergonzoso, el cuidarse del qué dirán marcó la dinámica los colombianos y entonces la corrupción hizo lo suyo en donde pudo sin dejar de enaltecer esas falsas apariencias. Esa imposición obligó a construir una imagen colectiva que comunicara que todo estaba bien mientras todo se iba derrumbando, y considero que en parte ese inmundo contenedor moralista nos ha venido pudriendo el espíritu.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Somos sujetos en construcción -no estáticos- con capacidad de hacer cambios profundos de comportamiento, voltear a ver al otro es reconocerlo, pero también es reconocernos en esos otros. Escupirnos entre todos solo hará crecer la rabia y matarnos con todas las armas que tengamos a nuestro alcance, incluso con las palabras. Todo apesta y se va deshaciendo en nuestras narices. El olor a muerte es inevitable. La furia de las masas continúa en las calles. Y somos responsables todos. Y muchos, jóvenes y viejos, morirán sin ni siquiera saberlo.

                                                                                                                              Podría interesarle leer: Apoteosis a la desobediencia: notas para una educación filosófica en las calles

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                                                                                                                              Necesitamos, como lo ha señalado Judith Butler, una “nueva ontología corporal que implique pensar la precariedad, la vulnerabilidad, la dañabilidad, la interdependencia, la exposición, la persistencia de los cuerpos, el deseo, el trabajo y las reivindicaciones respecto al lenguaje y a la pertenencia social”. No olvidemos que ser cuerpo es “estar expuesto a fuerzas social y políticamente articuladas”; entonces no se trata única y exclusivamente de producir dinero y trabajo, se trata -y esto no es menor- de cuidar los cuerpos, de proteger las vidas, de reescribirnos para pensarnos mejor, de intentar ser para los otros. Y quiero decirlo: de levantar otras imágenes de este mundo, ojalá unas cada vez más críticas, que encarnen la consciencia viva de la humanidad.

                                                                                                                              Es imposible no voltear a ver lo que está ardiendo, sin embargo hay a quienes esas llamas jamás llegarán a “tocar” de ninguna manera porque no son capaces de sostenerle la mirada al fuego. Decía Giorgio Agamben, “una consciencia desdichada es una conciencia de color sombrío, gris acero, está condenada a su propio horizonte, a su propia clausura”. Si no miramos lo que se está incendiando ahora, será demasiado tarde cuando tengamos que arrodillarnos sobre las cenizas.

                                                                                                                              Un manifestante de la Primera Línea posa para un retrato durante una marcha del Paro Nacional en Medellín el miércoles 2 de Junio de 2021.
                                                                                                                              Foto: Juan Cristóbal Cobo

                                                                                                                              Tengo revolcado el espíritu y no sé muy bien cómo decir algo acerca de un estallido social que es imposible de categorizar por su misma complejidad, pero que resultaba inevitable. Ninguna vida puede resistir tanto, la experiencia de estar vivos es tan bella como terrible y sin unas condiciones dignas se hace insoportable.

                                                                                                                              He estado casi enmudecida frente a lo que se publica en las redes, a lo que se dice en los medios. La palabra cuesta en estos tiempos, es imposible resultar perfectamente lúcidos o coherentes porque nos interpela una forma del caos, no solo en las calles, también en nuestros pensamientos. Ahora mismo, no somos capaces de asir lo que explotó de manera intempestiva, es una circunstancia que arde y nos quema con lo poético y político que representa ese fuego que se encendió.

                                                                                                                              Le sugerimos leer: Los días azules

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                                                                                                                              No justifico ninguna manifestación de violencia, pero tampoco juzgo la rabia contenida de cada uno de los individuos a los que se les ha negado -en una sociedad supuestamente democrática- la oportunidad de tener acceso a una vida digna. La desigualdad cada vez más extrema nos ha conducido hacía unas formas del odio que inevitablemente se traducen en agresividad. Estamos deteriorados por dentro, son nuestros seres interiores vaciados de esperanza los que gritan que no pueden más, que ya ha sido suficiente: que “cese la horrible noche”.

                                                                                                                              Y hay que tener fuerza para levantarse allá afuera y resistir con los cuerpos de los otros: tal vez lo único que les queda por perder a muchos de esos cuerpos es la vida porque ya se lo han arrancado todo. Vivimos en un país en el que una gran mayoría de sus habitantes padece por tradición de una doble moral arraigada a un “performance de la apariencia” que es vergonzoso, el cuidarse del qué dirán marcó la dinámica los colombianos y entonces la corrupción hizo lo suyo en donde pudo sin dejar de enaltecer esas falsas apariencias. Esa imposición obligó a construir una imagen colectiva que comunicara que todo estaba bien mientras todo se iba derrumbando, y considero que en parte ese inmundo contenedor moralista nos ha venido pudriendo el espíritu.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Somos sujetos en construcción -no estáticos- con capacidad de hacer cambios profundos de comportamiento, voltear a ver al otro es reconocerlo, pero también es reconocernos en esos otros. Escupirnos entre todos solo hará crecer la rabia y matarnos con todas las armas que tengamos a nuestro alcance, incluso con las palabras. Todo apesta y se va deshaciendo en nuestras narices. El olor a muerte es inevitable. La furia de las masas continúa en las calles. Y somos responsables todos. Y muchos, jóvenes y viejos, morirán sin ni siquiera saberlo.

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