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Myriam Quiñones: “No es necesario probarle nada a nadie, solo a ti misma”

En esta entrega de la serie Historias de Vida, creada y producida por Isabel López Giraldo, presentamos una entrevista con la diseñadora Myriam Quiñones.

Isabel López Giraldo
22 de noviembre de 2021 - 10:25 p. m.
Myriam Quiñones estudió diseño de modas en Italia.
Myriam Quiñones estudió diseño de modas en Italia.
Foto: Archivo Particular

Orígenes

Mi abuela paterna, Graciela Pinilla, oriunda de Moniquirá, se casó con mi abuelo Eduardo Quiñones Neira, de Chiquinquirá y hermano de Rafael Quiñones Neira, procurador General de la Nación de los años 1942 a 1946.

Mi abuelo falleció luego del nacimiento de mi papá, Edgar Antonio, y de mi tío Gabriel. En su lecho de muerte le pidió a mi abuela que por favor no se fuera a casar nunca. Lo hizo buscando proteger a sus dos hijos. Ella, con tan sólo veintitrés años, le cumplió la promesa. Es así que se dedica a trabajar, a manejar las fincas que tenían en la Sabana de Bogotá (donde hoy es el Aeropuerto El Dorado) y en Boyacá. Mi abuela, con su vida ejemplar, me enseñó a ser una mujer fuerte.

Mi papá ingresó a la universidad en Estados Unidos a los quince años luego de seis meses de estudiar inglés, donde adelantó masters y doctorados. A los veintiuno compró una finca por $500 mil pesos en 1964, pero no vivía en Colombia, sino en Argentina, pues por razones de su trabajo fue trasladado a diferentes países haciendo nuestra residencia itinerante. Ya graduado compró otra finca en los Llanos, hizo la inversión en esa tierra majestuosa por amor al campo.

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Mi abuela, detestando Bogotá porque la ciudad la ahogaba tal cual ocurre conmigo que siento claustrofobia, decide irse a vivir a ella. Entonces la cultivó, tuvo ganado. Toda la leche que salía de la finca la repartía en los caseríos más pobres de la región; construyó una escuela; es madrina de medio Acacías, población cercana a Villavicencio; las navidades eran para los trabajadores, para los niños pobres. Muchos de los niños que protegió fueron a la universidad, también mejoró un pueblo que antes era tan solo una placita. Así, la llamaban “La Madrina”. Todo lo que hizo se le devolvió en bien a ella.

Antes de que la guerrilla se convirtiera en lo que sería con el tiempo, recibió la visita de un joven que le dijo: “El comandante Tirofijo le manda a decir que tiene que pagar”. Ella le contestó: “¿Quién? ¡Que venga personalmente!”. Pues así ocurrió, Tirofijo la visitó y ella lo recibió con su sombrero y sus botas; lo subió a su jeep y le dijo: “¿Usted quiere hacer patria? ¡Le voy a enseñar cómo!”. Entonces llevó a Manuel Marulanda a tomar cerveza en el pueblo, le enseñó su obra, su trabajo, su día a día, la manera como enseñaba a los papás a ser buenos padres, la importancia del respeto a la mujer.

Nunca la boletearon, pero al otro día de la visita se robaron todo el ganado y saquearon la casa. Ella padeció cáncer y, pese a la enfermedad, manejó hasta Bogotá ida y regreso para visitar al médico, lo hacía sola y a sus ochenta años. Mi abuela fue una mujer que no le tuvo miedo a nada. Puedo decir que es una heroína silenciosa de este país, alguien que aportó su grano de arena.

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Mi abuelo materno, Carlos Julio Forero, se especializó en ginecología y obstetricia y en medicina tropical en New Orleans. Con el tiempo trabajó en una petrolera de Barrancabermeja, en El Centro, un pueblo retirado que donde venían todos los petroleros americanos con sus familias. Allí tenían colegio, supermercado, porque era toda una ciudadela. La influencia gringa es muy alta sin dejar de ser colombianos; los únicos nacionales instalados allí eran mis abuelos y mi mamá la mayor de siete hijos, los demás extranjeros.

Sus padres

Mi papá llegó al país como petrolero americano. Cuando vio a mi mamá hizo todo lo posible por conocerla y les pidió a los ingenieros que se la presentaran. Le extendió una invitación a cine a través de mi tía, incluyéndolas a las dos. Él fue a la casa de mis abuelos y le llevó una raqueta de tenis como regalo, porque mi mamá era una tenista consagrada, solo que al llegar se encontró con otro ingeniero que estaba haciendo exactamente lo mismo. Su noviazgo fue por carta, porque mi mamá viajó a estudiar a Boston a los quince años.

Mi papá les dijo a sus padres que había conocido a una niña con la que se quería casar si ella le prestaba atención. Mi abuela, sin pensarlo dos veces, tomó un vuelo hasta su casa, tocó a su puerta y, a partir de ese momento, comenzó una historia magnífica. Cuando mi mamá manifestó que quería ir a la Universidad, mi papá de inmediato le propuso matrimonio, proposición que aceptó para decidir dedicarse a construir con él una familia.

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Mi mamá antes de casarse obtuvo permiso de sus padres para viajar a Cartagena, a Santa Martha y a otros destinos con mi papá en compañía de mi abuela, lo que no era usual para la época. Mi abuela materna también amó a mi papá desde que lo conoció y las consuegras fueron las mejores amigas durante toda la vida.

Compartí mucho con mi abuela paterna, la visitábamos en el verano y todos los diciembres en la finca. Cuando la llevé a un examen médico de rutina, sufrió un infarto que le causó la muerte. Yo tenía veintiún años, estaba recién casada y mis padres vivían en California. Es raro decir que alguien muera con una sonrisa en el rostro, pero así fue para mis dos abuelas.

Mi papá fue mi piso, mi fortaleza, químicamente nos entendimos muy bien, tuvimos el mismo sentido del humor, éramos acelerados, tomadores de pelo. Fui su única hija, su princesa, su todo. Mi mamá fue una mujer absolutamente especial y valiosa, con una paz interior enorme.

En familia

Sufrimos un accidente grave en Argentina cuando yo estaba a punto de cumplir cuatro años. Era 4 de enero del año 1970 cuando vivimos un aluvión estando de paseo con otra familia de amigos que iban con su hija Kelly Carter, mi mejor amiga. La más acertada descripción de lo sucedido la encuentro en un tsunami en un valle: el carro dio vueltas y quedó estancado en una montaña. Estábamos mis hermanos Carlos Eduardo, año y medio mayor; Felipe, año y medio menor; mi mamá y mi papá.

Bajaron unos campesinos de una montaña, quienes le lanzaron una cuerda a mi mamá. Mi papá abrió las ventanas del carro para sacarnos uno a uno y sentarnos en el borde. Mi mamá se amarró abrazada al bebé que quedó totalmente ensangrentado pues ella se había roto la pierna. Se dieron cuenta de que no podían sacarla así, entonces trajeron una tabla muy larga, pero liviana, que no aguantó el peso de mi papá, además, la corriente venía muy fuerte.

Mi mamá se estaba desangrando, rezó pidiendo por nosotros, no se quejó. Mi papá le hizo un torniquete, le envolvió la pierna con trapos que le pasaron los campesinos. Nos pusieron a salvo, pero mi papá desapareció dejándonos a tres niños de cinco, tres y año y medio en la mitad de la nada entre Mendoza y San Juan porque decidió salvar a mi mamá, entonces pasamos dos noches lejos de nuestros padres. Todavía conservo grabados los olores, los colores y todas las sensaciones de ese momento. Recuerdo el mate que nos dieron para mantenernos calientes, el olor a tierra de las cobijas gruesas. Los campesinos canosos, como ancianos.

Mi mamá tuvo un proceso de recuperación de diez años que vivió inmovilizada en una casa de dos pisos y durmiendo en cama de hospital. Sufrió osteomielitis, le querían amputar la pierna, pero en Colombia se la salvaron. Entonces mi abuela materna, Ana Castrillón de Forero, viajó a Argentina para acompañarnos pese a que teníamos dos nanas checoslovacas que fueron como mamás para nosotros.

Poco después mi papá se fue a buscar a las personas que nos rescataron, acompañado de colegas de la compañía petrolera, pero nunca las encontró. Definitivamente fueron ángeles.

Encontré un recorte del periódico después de muchos años de preguntar por mi amiga Kelly Carter. Me enteré de que la corriente se la había llevado. Me ocultaron la verdad para protegerme, pero fue algo que me dolió profundamente. Consideraron que no me podían explicar, ahí decidí que cuando tuviera hijos siempre les diría la verdad por dolorosa que fuera.

Esta circunstancia hizo que yo madurara muy rápido, porque en ese momento dejé de ser una niña. Decidí cuidar de mi mamá con ayuda de personal calificado. Viví con angustia y preocupación por todo lo que ocurría a su alrededor. Me convertí en una mamá en todo sentido, es así que desde hace muchos años adopto hijos de todas las edades, también animales.

Una curiosidad: mi mamá tenía veintisiete años y yo cuarenta y siete cuando sufrí un accidente igual al suyo (solo que ella tuvo ruptura de piel).

El estilo de vida nómada que me tocó, cada dos años en un país, colegio y cultura diferente, me enseñaron el desapego a lo material, así que regalo lo que me llega. Aunque, como mi papá daba conferencias en Sudáfrica y en cualquier cantidad de sitios más alrededor del mundo, de sus viajes me traía regalos que para mí fueron todos muy especiales.

Infancia

Fui una niña en extremo introvertida e hiperactiva, así que mi refugio fue el deporte. En Perú, donde vivíamos cuando sufrimos el accidente, tuve experiencias maravillosas, conocí gente magnífica, degusté comida deliciosa.

Siempre he tenido habilidades artísticas, como buena piscis soy una soñadora. Cuando niña dibujaba muy bien de tal suerte que gané un concurso en Argentina y en Perú, también algunos premios, pero en uno me descalificaron porque dijeron que yo no lo había hecho, que era imposible que una niña de siete años hubiera hecho eso. Me sentí tan ofendida de que me acusaran de esa manera que abandoné el dibujo por muchos años.

Fue mi hermano menor quien ganó, a sus cinco años. Recuerdo que, mientras dibujaba un barco y limpiaba yo una brocha, le lanzó por accidente una gota a su producción, que llamamos “Confeti”. Así comenzamos a hacerle punticos de todos los colores.

Estando allá pedí una hermana, pero mi mamá había tenido trasplante de cadera. Ella, de una fe impresionante, me dijo: “Reza todas las noches y pídela, si Dios lo quiere para ti, te la dará”. Esto fue así pese al riesgo que implicaba para su salud.

El día que cumplí diez años se acercó mi mamá a decirme: “Vas a tener a tu hermana”. Ana María es el mejor regalo que me ha dado Dios. Los médicos le habían dicho que no podía tener más hijos, pero esa es la fe. Fui también, si se quiere, la mamá de mi hermana, quien es mi mejor amiga.

Adolescencia

En mi adolescencia pertenecí a la Selección colombiana de Esquí Acuático de la que fui campeona nacional. Recuerdo que me subía al techo, al alero, para lanzarme con una toalla al cuello. Fui gimnasta, bailé ballet. Estuve en todo.

Era también de muy mal dormir, no hacía siestas pues no necesitaba más horas de sueño. Pero despierta era soñadora.

Me encantó siempre la lectura, aunque fui muy mala para leer en español porque lo aprendí muy tarde y estudié siempre en inglés. Cuando llegué a Colombia para hacer los últimos tres años de bachillerato leía los libros en inglés y presentaba los exámenes en español, pues no tenía la comprensión de lectura ni vocabulario. Aunque mi mamá nos hablaba en español, su educación también fue gringa.

Me fui a los diecisiete años a estudiar por fuera, dejando a mi hermana de seis. Entonces nos tocaron dos vidas completamente diferentes, pero también nos tocaron dos papás completamente diferentes por las circunstancias. De alguna manera Ana María fue hija única.

Es interesante ver cómo la vida te va llevando. De alguna forma puedo decir que es como si contara diez vidas en una. Eso es parte de ser nómada, de haber viajado tanto y de haber estudiado.

Cuando me gradué del colegio me quise ir del país. Resulta que, al llegar a Colombia, en vez de estudiar en el Nueva Granada (colegio hermano de los demás colegios donde estudié) lo hice en un colegio de monjas, Las Benedictinas. No fue fácil pasar de una educación de colegio mixto a uno religioso, de solo mujeres y usando uniforme. No encajé y los últimos años fueron los más difíciles. En mi grado todos lloraron mientras que yo fui feliz.

Universidad

Quise estudiar diseño de modas en la Marangoni, en Italia, entonces viajé sola. Apliqué sola a la universidad, aunque conté con el apoyo de mi papá en lo económico. A los tres meses estaba hablando italiano; luego viajé por un año a Francia, donde aprendí francés, y a Londres por unos pocos meses.

Finalmente comencé mi universidad en Italia. El primer día conocí a Alonso Uribe, diseñador de Medellín, con quien compartí apartamento en calidad de colegas. Él es un poco mayor a mí. Nos volvimos muy unidos y vivimos un momento donde no hay tanta responsabilidad, en el que se puede ser verdaderamente y en un país que no es el de uno, en el que los amigos son familia para uno. Así pues, nos protegíamos los unos a los otros.

Esta fue una época muy dura para los homosexuales por el sida. Rock Hudson, actor reconocido mundialmente, galán de películas, murió de sida asustando a todos, nadie quiso absolutamente nada con ellos. Pero no fue mi caso porque me sentí tranquila y mis papás también al saberme acompañada.

Estaba donde quería estar, haciendo arte, pero no necesariamente era lo que quería. Fui feliz, pero no puedo decir que me apasionara. Para ese entonces nadie estudiaba diseño de modas; fuimos pioneros.

Matrimonio

Tan pronto terminé la carrera, decidí tomar unas vacaciones que se me alargaron más de treinta años. Mis planes eran viajar y permanecer por espacio de un año en Tokio, hacer una especialización en la Universidad de Sofía. Pero llegué a Colombia, donde conocí a mi esposo, pues me propuso matrimonio en la segunda cita.

Siempre soñé con ser mamá, tenía planeado que si no me casaba, a los treinta años tendría un hijo. Mi carácter es muy maternal y mi espíritu libre me lleva a tomar las decisiones que considero correctas, enfocada en lo verdaderamente importante, en el ser humano. Nosotros esperamos seis años para encargar bebé porque nos casamos muy jóvenes.

Tienda de diseño

Abrí una tienda, llamada M.Q. Coats. Empezamos la Zona Rosa Olga Piedrahita, Alonso Uribe, Pepa Pombo y yo. Fuimos los pioneros del diseño, pues antes traían la moda de afuera. Cerré después de cuatro años.

Café

Bogotá comenzó a moverse. Los restaurantes comenzaron a tener importancia. Entonces, con una amiga publicista y fotógrafa, dueña de la escuela de fotografía Bloom, montamos Café Society, le decían El café de la esquina.

Tenía un área de veinte metros cuadrados, y se le hizo una terraza grandísima; fue el primer café con terraza en Bogotá para convertirse en el sitio de encuentro de la farándula, la socialité.

Viajando le conté a mi socia que estaba embarazada, resultó que ella también. El negocio lo habíamos abierto hacía tres meses, un 23 de abril, y lo cerramos exactamente un año después.

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Un día antes de nacer Daniel, mi primogénito, me habían contratado para hacer fotos de maternidad con Tana Valencia, entonces modelamos para una revista.

Juan Manuel Álvarez, gran director, fue para mí un padrino en el medio porque hice publicidad para Limonada Postobón, Tennis North Star, Agua Manantial. La más escandalosa, la de Coca Cola Light, porque fui la primera mujer en bikini en hacer un comercial en movimiento cuando era prohibido e iba en contra de toda moral. Fui la doble en la publicidad del jabón de la Diosa Juno.

La campaña más importante fue la que hice con la agencia de Leo Burnett para Joyería Sterling. Recuerdo que iba maquillada como señora, siendo una niña. Estas fueron las primeras vallas que exhibieron en el aeropuerto El Dorado. También hice publicidad para paletas con Juanita y Daniel Samper Ospina.

Reinado

No viví la experiencia del reinado de belleza porque para eso se necesita diplomacia y prudencia dentro del estándar colombiano, mientras que yo digo lo que pienso. Conservo la carta que doña Teresa Pizarro de Angulo le dirigió a mi papá pidiendo que representara a Bogotá.

Accidente

Sufrí un accidente en el lago de mi finca, en Nilo, Cundinamarca, haciendo Tricks, modalidad de esquí acuático. Como la cuerda está agarrada al pie, se debe soltar el “release” al caer, pero este se soltó demasiado tarde y me rompí la tibia, el peroné, los cuatro ligamentos, el mayor (anteriores y posteriores) los ligamentos del tobillo, el pie y tres dedos del pie.

En esta modalidad no se usa chaleco, entonces me fui al fondo del lago. No me ahogué por una voz masculina, no sé si de Dios o si de un ángel, que me aviso en tono fuerte tres veces: ¡Te estás ahogando! Porque no reaccionaba.

El hecho es que, sin soltar mi pierna rota, logré salir del agua. Lo hice tres veces cuando me vieron mi esposo y el lanchero que lograron rescatarme. Curiosamente el médico que me salvó la pierna, reconstrucción total, fue alumno del doctor que le salvó la pierna de mi mamá. ¿Coincidencia?

Mi accidente fue un “time out” de la vida. Pasé diez meses y medio inmovilizada, una especie de año sabático forzado que dediqué a reflexionar, porque para lograrlo se requiere más tiempo, más silencio, más profundidad.

Como se me dañó el horario de sueño, dormía todo el día mientras mi casa funcionaba. Al principio me angustiaba pero luego entendí que eso no tenía sentido. Mis hijos dicen que soy un espíritu libre, por no decirme loca, pero dentro de la locura hay libertad.

Tengo trasplantes del banco de huesos y del banco de tejidos, es decir, de tibia, peroné y de cuatro ligamentos mayores. Más que nunca creo en ser donante.

Plan retiro

Mi retiro será en mi lago rodeada de mis tres hijos, sus esposas y mis nietos, mis mascotas y mis recuerdos.

Reflexiones

Me identifico más con la gente de barrio, de la tienda de la esquina, porque tengo alma de campesina como mi abuela.

Nilo es un pueblo de no más de dos mil habitantes, con una escuela, un hospital, un ancianato. Allí se instaló Orestes Sindici, italiano que compuso la música del Himno Nacional y fue donde sonó por primera vez.

El campo me duele, lo siento en lo más profundo.

Soy una convencida de que no es necesario probarle nada a nadie, solo a ti misma.

Una india divina, con piel espectacular, de noventa y ocho años, me decía: “Lo primero que hago al levantarme es mirarme al espejo, darme besos y enviarme mensajes de amor”.

Hay mucha presión en el mundo para todo. El acoso no debería existir.

Si bien mi abuela me enseñó a ser fuerte, la verdadera fortaleza está en ser sensible. Eso me define.

Cuando estoy sola es cuando más acompañada estoy, lo disfruto, me invade, me encanta; es el espacio para la reflexión, para abrazar mis recuerdos, mis más profundas emociones.

No tengo miedos, estoy lista para irme; me siento tranquila, satisfecha, feliz.

Si se está vivo no se ha cumplido la misión y la muerte debe ser su clausura.

Mi misión no está clara, no tengo ni idea de qué hago en este mundo, pero me siento muy satisfecha por algunas cosas, confundida por otras.

No soy convencional, no sabía que no lo era, simplemente siempre quise ser lo mejor que podía ser.

No me gustan las sociedades, el hecho de ser aceptada o rechazada me resbala. A medida que creces te fortaleces. En Colombia a la gente le interesa quién eres, de dónde vienes, quiénes son tus familiares, qué hacen, cuánta plata tienen. A mí lo que me interesa es el comportamiento social.

Uno se debe rodear de gente que aporte alegría, porque hay que sonreír mucho y sentirse libre de ataduras.

No tengo que demostrarle nada a nadie, sino a mí misma. Uno tiene que ser bueno, actuar bajo el deber ser. Tengo amigos muy diversos, todos tenemos algo bueno, poderlo reconocer así es un don.

Cuando no has sido criada con taras, sino ciudadana de mundo, aunque esta circunstancia te hace del mundo y al mismo tiempo de ninguna parte, cabes en todos los espacios.

Soy la base de los propósitos, lo que me permite dedicarme a ser el primer eslabón en la vida de muchas personas. En realidad Mimi no importa.

Por Isabel López Giraldo

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