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Los perfiles de Londoño: Natalia París, una frágil criatura

Sus ojos son cafés, los labios «reventados», la nariz perfecta y las cejas depiladas en las puntas para alargarlas un poco más. Su apellido y el color del pelo son naturales. Los senos sí tienen un pase de silicona y bisturí. Perfil literario.

Julio César Londoño

05 de abril de 2025 - 11:00 a. m.
En 2022, Natalia París posó para la portada de la revista Vea en las paradisíacas playas de Tulum en México.
Foto: Rey Tuk Vea
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El 14 de agosto de 2001 Natalia París abrió el Festival Colombiamoda en Bogotá. Salió vestida de ángel, y la experiencia de más de diez años en las pasarelas le sirvió para «escanear» silla por silla todo el auditorio sin que nadie lo notara. Buscaba a su marido, Julio Correa, desaparecido un mes atrás, porque le habían avisado por medio de una llamada anónima que él estaría allí, disfrazado de cualquier cosa para evadir a la Policía. Pero no llegó por la sencilla razón de que ese mismo día sus enemigos, narcoparamilitares que operaban en Córdoba y el norte de Antioquia, lo estaban volviendo picadillo para cobrarle unas cuentas y evitar que siguiera entregándole información a la policía estadounidense.

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Correa hacía parte de un grupo de narcotraficantes colombianos que negociaban condenas cortas en Estados Unidos a cambio de entregar las rutas de envío de la droga, los nombres de otros empresarios de ese pujante ramo y la entrega de fuertes sumas de dinero en efectivo, dólares que iban a parar a los bolsillos de un fiscal de la Florida.

La operación la dirigía Baruch Vega, un informante de la DEA, el Departamento Estadounidense Antidrogas, y estaba funcionando bien hasta que alguien denunció el negociado, se filtraron nombres a la prensa, los traficantes delatados se pusieron nerviosos y varios soplones fueron asesinados. La muerte de Julio Correa hacía parte de este ajuste de cuentas.

Julio conoció a Natalia en un gimnasio de Medellín en 1994. La modelo tenía veinte provocativos años, ya era la top más top del país y sus nalgas doradas encandilaban las retinas de los transeúntes desde las vallas de las carreteras, las culatas de los edificios, las portadas de las revistas, las etiquetas de los jabones y los cuadernos de los estudiantes de todo el país. Él había sido uno de los hombres de confianza de Pablo Escobar en los tiempos de La Catedral. A la muerte del capo empezó a trabajar por cuenta propia y se agenció una bonita fortuna. Con ella, su pinta de niño bien y un gusto delicado para los regalos, logró meterse a la cama del sueño de millones de colombianos.

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Un día le propuso que dejara el modelaje. Natalia ya se había enterado de que él era un bandido, pero estaba tan enamorada que no le importó. “Bueno”, le dijo, abandonó la profesión que le había dado fama y dinero, y se fueron a vivir en la casa que compraron frente al mar en la Florida, a hora y media del centro de Miami.

Allá quedó embarazada en marzo de 2000. Llevaba una vida común y corriente, iba al supermercado sin maquillaje, se bañaba desnuda en el mar, veía televisión, cocinaba y era feliz.

El 14 de diciembre nació Mariana Correa París, y la pareja tocó el cielo.

Pero los dioses, se sabe, ya lo he dicho, odian la felicidad de los mortales. Ocho meses después, Julio fue asesinado (hay otros «ochos» en la vida de Natalia: nació en el octavo mes del año y su padre falleció en un accidente de aviación cuando ella tenía ocho meses). Ella sólo vino a enterarse de su muerte mucho después. Fueron largos meses de miedos e incertidumbre. No volvió a bañarse en el mar, que de repente le parecía amenazante, no tenía trabajo, los periodistas la acosaban y el gobierno norteamericano le quitó la visa y congeló las cuentas de su marido. Su firma de cosméticos quedó bloqueada comercialmente al ser incluida en la Lista Clinton. El futuro de Mariana la desvelaba. Tenía pesadillas en las noches y lloraba todos los días. “Ya sé cómo es el infierno”, dijo alguna vez recordando esa época.

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Su madre, una abogada, le aconsejó que no se les escondiera más a los medios y Natalia le dio una entrevista a Semana. El resultado fue el reportaje más amarillista del periodismo colombiano, una pieza perfecta para ilustrar cómo se puede pisotear la dignidad de una persona y pasarse por la faja las más elementales normas éticas del oficio. Entre otras lindezas, le preguntaron si ella pertenecía al grupo de “las modelos prepago”, y si era verdad que prestaba el servicio de “visitas conyugales” en los pabellones de alta seguridad de varias cárceles del país. (Las prepago, se decía, era un grupo conformado por actrices y modelos que ofrecían sus servicios como damas de compañía a cambio de una suma que oscilaba entre diez y veinte millones de pesos de la época).

En lugar de mandar al reportero para la mierda, Natalia lo negó todo con ese lenguaje infantil al que le han sacado tanto partido los payasos de la radio y la gente que sólo reconoce un tipo de inteligencia, la intelectual. Ella es modelo y nunca ha pretendido ser otra cosa, ni actriz, ni presentadora, ni nada. Y como modelo lo hizo muy bien, alcanzó un lugar destacadísimo en el gremio y lo conservó durante más de quince años, una vigencia sólo comparable a las que han tenido profesionales de la talla de Adriana Arboleda y Carolina Cruz.

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Natalia le guardó luto a Julio más de dos años, hasta cuando conoció a Juan Alfonso Baptista Díaz, ‘El Gato’, uno de los protagonistas de la telenovela Pasión de Gavilanes. El tipo había salido con la actriz Angely Moncayo (Padres e hijos) y con la modelo Tatiana de los Ríos, la del rostro de bandida, pero siempre dijo públicamente que su sueño era conocer a Natalia París. Y el sueño se le cumplió cuando ella viajó a Bogotá, donde El Gato grababa el culebrón señalado, para ser junto con Mariana la imagen de una tienda de ropa infantil. El actor pasó casualmente por la tienda, la vio, corrió a una floristería, compró un ramo de mano, volvió a la tienda, se lo entregó a la modelo y le preguntó: “Y usted, ¿de cuál revista se salió, de qué portada de qué revista, de qué revista de qué planeta?”. A ella le cayó bien el tipo, empezaron a salir y se encarretaron tanto que no les costó ningún trabajo hacer juntos una campaña de zapatos (Reindeer) cuyo eje temático era la pasión. El Gato se encargó de devolverle el calor al lecho de la viuda más deseada del país. Y como que lo hizo bien porque estuvo tres años ahí, de príncipe consorte de esa deseada miniatura.

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Natalia madrugó a posar. Cuando tenía doce años participó en un desfile de modas, hizo fotos para un afiche de Caribú y protagonizó un comercial de crema dental Kolynos. Este fue el primer trabajo que le pagaron y los setenta mil pesos que recibió se los gastó en ropa. Después vino el anuncio del Centro Comercial Oviedo, que fue su primera participación en una campaña grande y la catapultó en el mercado de la moda.

Natalia nació en agosto de 1974. Quiso ser abogada como su madre, pero terminó estudiando publicidad, materia que le ha servido para “manejar mi carrera como un producto”. Les teme a la muerte y a la soledad. Reconoce que sufre de timidez, a pesar de que hizo un curso de actuación para vencerla, y de celos.

No va a misa, pero le gusta asistir a grupos de oración. Yo creo que a Dios no le importa mucho donde le oren sus fieles, y no es sordo, se sabe, a las plegarias de las Magdalenas de mirada tentadora y de vidas borrascosas.

Cuidar los 163 centímetros de su cuerpo de manera que resista el minucioso voyerismo de las cámaras después de la maternidad y 51 años de ajetreo no es fácil. Para lograrlo le dedica dos horas diarias y lo mima desde los pies (una parte de su cuerpo que no le gusta) hasta la coronilla, pasando por el cuello, su parte más sensible ha dicho (no soy muy original en sensibilidades, confiesa muerta de risa). Va al gimnasio todos los días y hace cuatrocientas abdominales para mantener la chococolatina marcada, pesas para que se mantengan firmes las curvas y altaneros los senos, y aeróbicos para tonificarlo todo.

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Luego viene un arsenal de unturas: usa un blondor especial para corregir el tono de algunos vellos y la cera para desaparecer otros. Solo permite que sea un hombre el que le haga «el biquini» porque, alega, cuando se lo hacen las mujeres le duele más. ¿Cómo harán esos señores, se pregunta uno, para controlar el pulso?

Sigue dietas especiales para exorcizar la celulitis, tiene guantes de crin de caballo para borrar las estrías, usa tres clases diferentes de exfoliadores, cremas para las manchas, un bálsamo inteligente para el cabello («fuerte con la raíz y suave con las puntas») y unos gránulos para la limpieza del rostro que provienen de su propia fábrica de cosméticos, una empresa que administra junto con su madre y Tomás, su hermanastro, hijo del segundo matrimonio de su madre.

Ha rechazado las decenas de propuestas que le han hecho para posar desnuda porque considera que es mejor insinuar que mostrar. Lo más atrevido que ha hecho fue abrazarse en topless con Samantha Torres para las fotos de un calendario. Su actitud fue muy criticada por una legión de almas piadosas que vieron en esas imágenes signos inequívocos del inminente advenimiento del Demonio.

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Sus ojos son cafés, los labios «reventados», la nariz perfecta y las cejas depiladas en las puntas para alargarlas un poco más. Su apellido y el color del pelo son naturales. Los senos sí tienen un pase de silicona y bisturí.

A propósito de senos, un poco de historia: los senos fueron la presa por excelencia durante muchos años. Isabel Sarli, Sofia Loren y Brigitte Bardot, entre otras, hipnotizaron la audiencia con sus tetas suculentas desde los años sesenta. Los senos compartían el estrellato con los hombros, que volvieron a exhibirse cuando la moda refritó la moda de los luises de Francia, cuando los corpiños unían, elevaban y brotaban los senos y los vestidos «cuello de bandeja» dejaban descubiertos los hombros. A raíz del destape sexual de los sesenta las cosas empezaron a cambiar, y ya en los setenta, el culo se tomó la escena para no soltarla nunca más. Podemos tomar como punto de inflexión el año de 1971, cuando Marlon Brando filma El último tango en París, trinca boca abajo a María Schneider y descubre un nuevo uso de la mantequilla. No fue la invención de la sodomía, por supuesto, ni el origen de esa oscura obsesión, pero sí fue la primera sodomización en una película no pornográfica.

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Paradójicamente, las nalgas, ocultas por siglos, se liberaron rápidamente y hoy se pasean orondas por playas y pasarelas cubiertas apenas por el hilo dental, ese cínico adminículo, mientras los senos, que se vienen mostrando hace mucho tiempo, aún esconden el pezón, punto-tabú que resiste los embates de la modernidad. Recordemos que hace algunos años una reina del Valle, Adriana Riascos, fue descalificada en el concurso Nacional de Belleza porque se demostró que había enseñado en un desfile previo al certamen esos puntos de perdición.

Hace algunos años la estrella de Natalia como modelo empezó a declinar. Seguía siendo (y aún lo es) una mujer bellísima. El problema es que el mundo del espectáculo demanda rostros nuevos de manera insaciable y Natalia había estado sobre expuesta mucho tiempo. Además había una camada de modelos nueva y vigorosa: Daniela Ospina, Melina Ramírez, Cintia Cossio, Jenn Muriel…

Natalia, que no tiene un pelo de boba, trató de diversificar su portafolio e incursionó en otros campos, lanzó líneas de ropa, de lociones y de cosméticos con su nombre, hizo cine y televisión y grabó un disco. Ahora trabaja como dj y hace mezclas con un estilo ecléctico que combina elementos de la música electrónica, el techno, el house y la música latina.

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En todas estas empresas, hay que decirlo, los resultados han sido muy discretos.

Mariana, su hija, compone y canta… casi tan mal como su mamá.

En cualquier caso, hay que reconocer que Natalia supo mantenerse muchos años en el top del modelaje colombiano, lo que no es fácil en un medio tan competido.

Tiene 51 años y contempla con nostalgia el ocaso de su carrera. Ignoro si conserva los tres posters grandes de Marilyn Monroe que tenía en su cuarto. Ella es su ídolo y piensa que ambas tienen varias cosas en común: Marilyn también era bajita, fue un rutilante símbolo sexual, la rondó un sino trágico y muchos la creyeron tonta. Ojalá tu final sea mejor que el de la norteamericana, Nata.

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