El Magazín Cultural

Razones del ausente (Opinión)

La poesía y la prosa de Domínguez Camargo son materia literaria que exige concentración y cuidado en la lectura, que no se leen de un tirón.

Hugo Hernán Ramírez
16 de septiembre de 2021 - 06:21 p. m.
El poeta y eclesiástico bogotano es reconocido como de los poetas sobresalientes del barroco colonial.
El poeta y eclesiástico bogotano es reconocido como de los poetas sobresalientes del barroco colonial.
Foto: Cortesía

Participar en las ferias del libro es clave para escritores, editores y libreros porque ellas son escenarios centrales para un negocio al que no deberíamos mirar con desdén los críticos ni los profesores de literatura. Las ferias activan toda la cadena de producción y circulación del libro, abren oportunidades de nuevos mercados, fortalecen la industria, generan empleo y eso no es poca cosa para quienes desde la academia formamos lectores atentos a la tradición, conocedores de las estrategias de consolidación del canon literario, alertas a la aparición de novedades. La que debió ser una espléndida oportunidad para el crecimiento del sector, terminó siendo un pegote protagonizado por funcionarios de ocasión expertos en trabucarlo todo.

En la reciente polémica sobre los escritores colombianos que no fueron invitados a la Feria del Libro de Madrid, un capítulo que se esperaba era el discurso de apertura y el interés era obvio, entre otras cosas porque ya conocíamos la lista de los escritores que para el gobierno de Colombia son indeseables y –según ese gobierno– es necesario censurar. Ya sabíamos quiénes eran los escritores que ese mismo gobierno puso en la lista de gentes que escriben “cosas neutras” (flaco favor les hizo), ya sabíamos quiénes no se habían dejado manosear y prefirieron alegar “razones personales” o de “agenda” para no subirse al avión y, lo que es más importante, ya conocíamos contundentes reacciones como la de Tomás González. Quien dijo a la revista WMagazin: “Que este gobierno corrupto y violento intente marginar a algunos escritores es claramente un honor para ellos y me alegra haber declinado la invitación que me hicieron”.

En WMagazin estuvieron atentos a cubrir el tema, le hicieron seguimiento y se publicó el discurso que preparó el poeta y novelista antioqueño Darío Jaramillo Agudelo quien, como era de esperarse en este craso contexto, hizo un repaso de la “Presencia de Colombia en el mundo del libro en España”. En su discurso el poeta pasó revista de los canales comerciales, habló sobre el trabajo de los editores, sobre los premios obtenidos, sobre los escritores colombianos residentes en España, sobre las cifras de tirajes y ventas, llegó incluso a mencionar los nombres de los ausentes, cuidándose eso sí de no indagar por las razones del ausente. El discurso del antioqueño fue un interesante ejercicio de exploración del campo literario colombiano y su relación con España y solo en los dos últimos párrafos cedió a la tentación de citar en extenso a un escritor, por supuesto, italiano. Interesantes datos fueron los traídos por Jaramillo, pero es una lástima que en el discurso no hayamos escuchado al maravilloso poeta que es, sino al antiguo funcionario.

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Además de los escritores vivos referidos por Jaramillo Agudelo y cuya ausencia fue notable en la programación de la Feria, Darío Jaramillo refirió algunos autores colombianos muertos pero importantes en el contexto de la literatura española como José María Vargas Vila y Jorge Isaacs. Por pura deformación profesional hubo un nombre que extrañé, entre otras razones porque desde hace al menos 350 años ha llamado la atención de la crítica española, porque ha sido leído como un epígono de Luis de Góngora, porque todavía hoy sigue interesando a muy reputados académicos, me refiero al poeta bogotano Hernando Domínguez Camargo.

Domínguez Camargo nació en Bogotá en 1605 y murió en Tunja en 1659, se educó en los colegios jesuitas de Bogotá y Cartagena, renunció a la Compañía de Jesús y prefirió hacerse cura de indios en pueblos como Guatavita, Paipa o Turmequé. A su pluma debemos un extenso y muy gongorino Poema heroico a San Ignacio de Loyola, a él debemos el primer texto de crítica literaria que se escribió en Colombia, la muy quevediana Invectiva apologética, también son obra suya una serie variopinta de poemas sueltos publicados en distintos libros del siglo XVII impresos en Madrid.

Si miramos como ejemplo sólo una de esas obras, el volumen que incluía los cinco libros del Poema heroico, vemos de entrada que este fue publicado en Madrid por Joseph Fernández de Buendía en 1666. En el mismo taller en donde Pedro Calderón de la Barca imprimió la quinta parte de sus comedias (1672) o sus autos sacramentales (1677), en el mismo taller en donde se imprimieron los sermones del padre Antonio Vieira (1664) que tanto inquietaron a la poeta mexicana sor Juana Inés de la Cruz.

La poesía y la prosa de Domínguez Camargo son materia literaria que exige concentración y cuidado en la lectura, que no se leen de un tirón. Muy por el contrario, exigen que el lector actualice constantemente sus referentes de literaturas clásicas o medievales, sus conocimientos de textos bíblicos, de datos históricos o geográficos, pero muy por sobre todo exige del lector que agudice su sensibilidad frente a la innovación léxica, frente a la sintaxis juguetona, frente al arcaísmo, frente a la novedad de la imagen poética o la metáfora ingeniosa.

Fue quizá esa aparente dificultad la que hizo que muy pronto, tanto en España como en América, la poesía del bogotano Domínguez Camargo cayera en el olvido. Fue incluso la que hizo que el filólogo y crítico español Marcelino Menéndez Pelayo dedicara unas páginas de su Historia de la Poesía Hispano – Americana para señalar que la poesía de Domínguez era “uno de los más tenebrosos abortos del gongorismo, sin ningún rasgo de ingenio que haga tolerables sus aberraciones”. Pero, a renglón seguido mostró que el poeta bogotano rompía el molde de las clasificaciones literarias por cuanto era “culterano a un tiempo y conceptista” (Obras Completas, tomo 27, pp. 423-425), lo que implica que la poesía de Domínguez se movía entre las dos grandes categorías con las que, hasta hace muy poco, solía estudiarse la poesía del Siglo de Oro Español.

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Treinta años después del demoledor juicio de Meléndez Pelayo, cuando soplaban vientos más frescos en la estética, el poeta español Gerardo Diego se refería al poeta bogotano como “El más guloso o goloso de nuestros poetas” y meses después incluyó al bogotano en la Antología poética en honor de Góngora, publicada con ocasión del tercer centenario de la muerte del poeta cordobés. Esa inclusión puso la poesía de Domínguez Camargo a la altura de la obra de Lope de Vega, Sor Juana Inés de la Cruz e incluso Rubén Darío. En varias de sus publicaciones Gerardo Diego señaló la herencia gongorina de la poesía del bogotano, puso en evidencia la manera en que sus innovaciones líricas quedaban al servicio de sencillos temas como los manjares, las ensaladas o la decoración en los banquetes ofrecidos a lo largo de su Poema heroico: “En Camargo puede valorarse con precisión la calidad y alteza del gusto, del óptimo gusto de Góngora […] Penetrando en los laberintos del poema nos hallamos en recodos de encanto y de poesía cuando no de peregrina extrañeza. Me parece que el espléndido convite con que se celebra el bateo del futuro capitán de Jesús no deja nada que desear en punto a condimentación poética” (Antología poética en Honor de Góngora, p. 40)

Cuando en Colombia, en 1960, por fin se publicaron las Obras de Domínguez Camargo preparadas por Rafael Torres Quintero, Alfonso Méndez Plancarte (editor de Sor Juana), Jesús Antonio Peñaloza y Guillermo Hernández de Alba, el Instituto Caro y Cuervo invitó a Gerardo Diego para que hablara de la poesía del cura de la iglesia de Santiago de Tunja. Gerardo Diego visitó Bogotá y señaló, por ejemplo, que en la poesía de Domínguez Camargo “El modelo es Góngora, pero esta vez casi nos atrevemos a decir que el maestro queda superado por el alumno. Si bien es cierto que Camargo no logra la extrema finura y flexibilidad sintáctica de don Luis y que a veces se le va la mano en las dosis de sales y especias [por aquello de que le gusta escribir poesía tematizando la comida], en compensación su arte se encarniza en detalles descriptivos valiosísimos y consigue el milagro de la máxima intensidad condensadora en medio de una profusión verdaderamente tropical, americana de colores, olores y sabores” (“La poesía de Hernando Domínguez Camargo en Nuevas Vísperas”, Thesaurus, 1961, p. 308). En pleno siglo XXI Domínguez sigue llamando la atención de los académicos de la península especializados en el Siglo de Oro español. Es así como, por ejemplo, el profesor Ignacio Arellano de la Universidad de Navarra ha publicado sendos trabajos para estudiar al “hipergongorino indiano” oriundo de Bogotá (Revista de crítica literaria latinoamericana, 83, 2016) o se ha fijado en temas como “El zoológico de Domínguez Camargo” (Hispanófila, 171, 2014).

Podría seguir mostrando la valoración que la crítica española ha hecho de un poeta colombiano desde hace más de 350 años. Podría seguir hablando de un poeta que en general no se lee, sino que se estudia en ámbitos especializados de Europa y América. Podría seguir planteando argumentos de porque me llamó la atención la ausencia del nombre de Domínguez Camargo en la enumeración de Darío Jaramillo, pero el punto al que quiero llegar es que hay muchas formas de censurar en literatura: la más burda fue la elegida por el gobierno de Colombia, tachar nombres en una lista. Otra forma es la de callar a un poeta acorralándolo con invitaciones, con halagos, con cargos en la burocracia cultural o diplomática, haciéndolo caminar por esas galerías de espejos que también suelen ser las ferias del libro. La más triste de todas las formas de censura es aquella que nosotros, lectores profesionales, nos auto imponemos al dejar de leer o de invitar a la lectura de esas voces que dentro de cincuenta o cien años seguirán resonando no sólo entre nosotros sino en el mundo, voces como la de Piedad Bonnet o Laura Restrepo, voces como la de William Ospina o Santiago Gamboa, voces que sin duda trascienden a toda esa caterva de “trujamanes de feria, gansos de capitolio, engibacaires, abderitanos, macuqueros, casta inferior desglandulada de potencia, casta inferior elocuenciada de impotencia.”

Por Hugo Hernán Ramírez

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