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Una soprano colombiana que pone la música al servicio de la cultura afgana

Mónica López, quien hará parte de la temporada 2025 de ópera en Berlín, habló para este chat sobre su conexión con la ópera, su misión en la Afghanistan Freeharmonic Orchestra y su sentir con su arte.

Pablo Marín J.

11 de abril de 2025 - 07:00 a. m.
Mónica López trabaja en un álbum de himnos cristianos en español e inglés.
Foto: Lina María López Garzón
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¿Qué la llevó al mundo de la ópera?

Empecé queriendo tener algunas nociones de canto, de técnica vocal, porque en ese momento estaba en una banda de metal gótico. Yo estaba estudiando violín en la Universidad de los Andes y ese semestre quitaron la opción de canto. Me dijeron que tenía que hacer la carrera. Acepté y empecé a ir a las clases, a observar las clases colectivas, en las que cantas frente al grupo y te dan una retroalimentación en el momento. Me empezaron a mostrar la ópera como un conjunto que representa a todas las artes en una sola y ahí me enamoré.

¿Por qué eligió entrar a la música con el violín?

Desde los ocho años mis papás y una amiga pastora de la iglesia, que tenía a su hija inscrita en la orquesta sinfónica juvenil, vieron que tenía una inquietud musical. Ella les dijo que tenían que ahondar para ver a dónde me llevaba. Me llevaron a conciertos didácticos de la Filarmónica y, luego de que nos explicaron cómo sonaban los instrumentos, mi papá me preguntó cuál quería tocar. Le dije que el violín, y terminé estudiándolo hasta mis 15 años. Me retiré pensando que, como te dicen siempre, era solo un hobby, que había que hacer algo que valiera la pena, entonces terminé en Finanzas y Relaciones Internacionales en la Universidad del Externado. Yo llevaba mi violín a mis clases, seguía tomando lecciones con el maestro de la Sinfónica, y tocaba para mis compañeros afuera de la plazoleta del edificio F. Realmente lo mío era la música, y mis papás me apoyaron.

¿Recuerda ese primer momento en el que estuvo en un escenario?

Tendría cinco años y era solista de un coro. Era Navidad y me acuerdo de que nos pusieron boinas rojas. Yo era la primera niña arreglada, me tomaba muy en serio lo que hacía. Estaba de primeras en la fila, me sabía todos los solos. En ese momento pensaba: “Si alguien no canta, yo puedo cantar”. Siempre quise ser cantante, o astronauta. Luego, más adelante, mi primera presentación profesional fue en orquesta. La gente usualmente se pone nerviosa, con ansiedad, mariposas en el estómago, o sienten un vacío… pero a mí me encantó.

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Muchas óperas no están en español, ¿qué retos ha encontrado al cantar en otros idiomas?

Es bien complejo ser cantante, porque encima de estudiar todo lo que es música, tenemos que saber cómo pronunciar cualquier texto, sea en ruso, checo, inglés, alemán, etc. Tenemos un entrenamiento especializado en dicción y nos basamos en el alfabeto fonético internacional (AFI) para saber cómo suena todo. Lo que hace un buen cantante es, si te dicen que tienes que interpretar esta obra en ruso, vas y escribes cada palabra con el AFI, luego la hablas, le metes la música, el carácter y todas esas dinámicas son complejas, por lo que tenemos coaches para cada cosa. Por ejemplo yo estudié alemán hasta el B2 y francés hasta el A2, entonces sé como se pronuncia, te puedo responder una conversación, pero no te puedo dictar una clase. Esos son los deberes de un cantante.

En su faceta como violinista, ¿hubo alguna pieza que le haya gustado particularmente interpretar?

En mi recital de grado toqué la Chacona de la partita n.° 2 para violín solista, de Bach. Él la compuso para su esposa cuando ella murió. Bach se enteró de esta noticia cuando estaba en otro lugar y, cuando llegó a la ciudad, ella ya estaba enterrada. Es muy melancólica y larga, pero bonita. Tiene muchas acrobacias para el violín, entonces me encanta.

Usted va a lanzar un álbum, ¿de dónde surgió la idea para hacerlo?

Me llegó en un sueño, y por eso digo que me lo dio Dios. Estaba durmiendo y al día siguiente me desperté diciendo: “Dios quiere que haga un álbum de himnos cristianos”. No conocía del tema más allá de una orquesta que hace himnos instrumentales, y he tenido la oportunidad de cantar y tocar violín en iglesias en Colombia. Eso llegó a mi mente y sabía que tenía que grabarlo. Veo esa necesidad de que la gente escuche en lírico estos himnos, porque los hemos escuchado en música contemporánea como el pop, rock o góspel.

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También hace parte de la sección administrativa de la Afghanistan Freeharmonic Orchestra, ¿cómo llegó a ella?

Siempre he tenido la inquietud de crear orquestas y poner en conversación de la gente algunas de las injusticias que pasan. Me encontré con un amigo de Afganistán en Boston, y él está en Estados Unidos como refugiado. Empezamos a hablar de lo que estaba pasando en su país. Él es el único hombre en casa, entonces yo le pregunté como manejaban el tema de los talibanes sus hermanas. Me contó historias complejísimas que uno no se imagina, pero me dijo que quería hacer una orquesta porque el gobierno talibán había quemado los instrumentos tradicionales y había empezado a prohibir su música. Eso creó una diáspora de artistas afganos que gracias a Dios están vivos, y ahí hablamos de cómo podríamos llevar un mensaje de esperanza, de conectar a la gente y ayudar a que esas raíces no se pierdan. Él es compositor, y me llamó para tocar violín en una canción con varios artistas afganos, que fue a través de Zoom. Fue una oportunidad muy bonita también de escuchar, entender una cultura diferente.

¿Qué le ha aportado a su arte el contacto con otras culturas?

Somos una mezcla de todo. Acá en Estados Unidos veo eso, que en el mix hay tantas formas de pensar y culturas que hay que respetar. Como músico y como persona, he aprendido primero el respeto y luego el añadir de a poco cosas que me gustan de cada una de ellas. Uno va creciendo, no solo en edad, sino también de forma global, y es parte de la madurez del músico saber qué dejo entrar y qué no.

¿Qué siente al terminar su interpretación y recibir el aplauso?

Es como ese momento en el que, después de saltar al vacío, aterrizas y dices “¡wow!, sobreviví”. Es un sentimiento muy bonito, de recibir esa admiración, porque uno como artista busca es darle al público, darles lo que tengo y hacerlo de la mejor manera que puedo. Una frase que siempre me gusta decir es que quiero que, en mis presentaciones, las personas sientan que están en un oasis en medio de su desierto. Cuando llega ese momento, siento que lo logré, y me llena.

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Por Pablo Marín J.

Profesional en Creación Literaria. Escritor de cuentos y novelas de ciencia ficción. Apasionado del cine y guionista de varios cortometrajes.pmarin@elespectador.com
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