Una pequeña licencia para hablar de ídolos, idolatrías y dioses. Y es una licencia caprichosa porque no sabe a tequila, ni suena a ranchera, ni tiene el blanco el colorado o el verde por ningún lado, que sería lo más lógico para hablar de Vicente Fernández. Permítanme: En su libro Cerrado por Fútbol (2017), el escritor uruguayo Eduardo Galeano describe a Maradona como “el más humano de los dioses. Un Dios sucio que se nos parece: mujeriego, parlanchín, borrachín, tragón, irresponsable, mentiroso, fanfarrón”.
Y no se trata de comparar los atributos humanos de dos dioses terrenales (Maradona y Fernández) que cometieron el pecado de la inmortalidad, se trata, más bien, de darle una mirada a la génesis de la idolatría que despiertan. De nuevo el capricho para dejar de hablar de Maradona para ocuparnos del “Charro de Huentitán” y de otros ídolos mexicanos que son venerados como dioses y cuestionados como humanos. Le invitamos a leer: De Jorge Villamil a Vicente Fernández
Marco Antonio González, un cantante aficionado de Tamazula, Jalisco, fue una de las siete mil personas que se agolparon a las afueras de “Los 3 potrillos”, el famoso rancho de la familia Fernández en el que descansan los restos mortales del cantante que falleció el pasado domingo.
La muchedumbre canta “Volver, volver”, canción que compuso Fernando Z. Maldonado y que Vicente Fernández interpretó por primera vez en 1972 en el álbum “¡Arriba Huentitlán!”. Él mismo, años atrás, había pedido que el día de su último adiós todo el mundo la cantara. Y como lo que dicen los dioses no se cuestiona, sino que se acata, la canción se repite en un loop eterno en los lugares en donde se llora la muerte de Vicente Fernández.
“No se me olvida cuando él pidió que con esta canción lo despidiéramos. Estamos con el corazón hecho pedazos porque se nos va un símbolo nacional, pero Vicente Fernández no va a desaparecer nunca de la historia de México”, le dice Antonio González a un reportero que cubre una noticia que, según dice, no había querido dar.
En un pedazo de lo que dice González se explica algo de aquella idolatría que despierta Vicente Fernández, pero también la que despertaron, entre otros, Jorge Negrette (1911- 1953), Pedro Infante (1917 - 1957), José Alfredo Jiménez (1926 - 1973) y Agustín Lara (1897- 1970). “Un símbolo nacional”, dijo el fanático. Ahí está la clave.
Con la victoria de la Revolución Mexicana, que surgió como un movimiento armado para acabar con la dictadura de Porfirio Díaz, quien estuvo 35 años en el poder y la promulgación de una nueva constitución en 1917, las nuevas autoridades de México se apalancaron en el cine y la música para mostrar y consolidar las nuevas figuras nacionales en un intento por erradicar la influencia europea que dejó el paso de la dictadura.
“Los gobiernos que surgen de la revolución mexicana y que luego gobernaron el país durante 70 años, trabajaron por la construcción de un nacionalismo arraigado. La construcción de una nueva sociedad buscó la cohesión del país a través de la música del pueblo. Allí entra la ranchera, que tiene muchas vertientes, una de ellas son los corridos, que fueron creados en masa para homenajear a Emiliano Zapata y a Pancho Villa, representantes del triunfo del pueblo”, le explica a El Espectador Israel León O’Farrill, Doctor en Estudios Mesoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM y profesor e Investigador de tiempo completo en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
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Junto a la música, el cine, agrega O’Farril, desempeñó un papel clave para la formación de nuevos imaginarios mexicanos nacionalistas después de la revolución. “Gracias al cine y a la música se empezó a alimentar la figura del charro que es cantante y más adelante se da el auge de las películas de Jorge Negrete, Pedro Infante y José Alfredo Jiménez, quienes protagonizan películas bucólicas, campiranas, donde el cantante es picarón, macho, enamoradizo, peleonero, pero con un gran corazón porque ama a su madre. Y así se empieza a crear un estereotipo del mexicano promedio. (…) Los medios masivos tienen un papel fundamental para impulsar esa imagen”.
Los referentes culturales de la época se apalancaron entonces en las figuras de Pancho Villa y Emiliano Zapata, principalmente, para generar ese sentido de pertenecía que había sido pisoteado por la dictadura. “El charro es una adaptación de algunos campesinos de Europa que son la gente que se dedicaban al ganado”, agrega Isreel León.
Sobre Pedro Infante, por ejemplo, el sociólogo Baltazar Gómez Pérez dice: “El Ídolo de Guamúchil llegó a destacar justo en el momento que América Latina y México aún estaban sentidos por la guerra y, precisamente, cuando se expandió el cine mexicano hacia toda Latinoamérica, por lo que tener estrellas de su tipo, del charro mexicano, consolidaba la identidad nacional”.
Con el ocaso natural y mortal de las figuras que en los años 40 y 50 representaron el nacionalismo mexicano, años más tarde, en los 70, brota como saeta en fuego la figura de Vicente Fernández. “Aparece un hombre que canta muy bien, pero que además tiene esta pinta de hombre de pueblo. Y eso se capitaliza bastante bien en películas como Picardía mexicana (1978), en donde V. Fernández maneja un camión que transporta materiales para la construcción, vive en la pulquería, y se convierte en este héroe de las clases bajas, lo que no quiere decir que no les guste a todas las clases. Vicente, con su forma de ser y estereotipo, logro continuar aquello que se venía proyectando en los años 40″, agrega Israel León.
Para el ensayista colombiano Alfonso Pineda Buitrago, Profesor Universitario en la Universidad Iberoamericana de Puebla y Doctorado en literatura por el Colegio de México y quien vive hace una década en el país manito, “históricamente los gobiernos mexicanos han tenido una política popular que nunca exterminaron y dejaron florecer por distintas razones. Por esa razón el ídolo popular intenta estar en sintonía con el Estado y muchas de sus políticas”. Tal vez por eso, al menos en México, el duelo por la muerte de Vicente Fernández es fragmentado y no generalizado.
“La intelectualidad mexicana lo va a ver como un producto de Televisa y Televisa es un chivo expiatorio para culparla de los males de México”, agrega Pineda Buitrago en charla para El Espectador.
Parte de esa fragmentación del luto también obedece a que las nuevas generaciones cuestionan todo aquello que representó el mismo Vicente Fernández.
“Él era totalmente ajeno a las nuevas masculinidades y representa ese orden señorial que es anterior a la burguesía moderna. Esa cultura del patriarca absoluto, para quien las mujeres son iguales a los caballos. Es parte de la vieja cultura señorial que se niega a cambiar”.
Sin embargo, dice Buitrago, es un error cancelar y silenciar la obra del verdadero último charro. “El arte ni el juego pueden negarse. Si se empiezan a prohibir se está cayendo en una suerte de fanatismo. El arte ni el juego se pueden prescribir. Son aspectos libres y escapan a cualquier doctrina por más noble que sea”.