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“La tentación del fracaso”: tenerse a sí mismo como interlocutor (Ensayo)

1. El diario de Julio Ramón Ribeyro es tristeza, soledad, pesimismo, encierro. Una vida rodeada de humo. Es, sí: La tentación del fracaso. Como al dolor, a esa condición hay que amarla. Vivir a sabiendas de la muerte es en sí mismo un vencimiento. Toda existencia está atravesada por fallas, por utopías, por entelequias; por deseos ahogados en su reflejo, por azares ininteligibles, por obras que no se podrán escribir. Ribeyro lo sabía de sobra. Le pesaba su consciencia. Lo damnificaban sus limitaciones. No fue un ser satisfecho consigo mismo.

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Jair Villano
02 de junio de 2020 - 08:22 p. m.
Juan Ramón Ribeyro, autor de obras como "Los gallinazos sin plumas" o "La palabra del mudo" y figura destacada de la Generación del 50 en Perú.
Juan Ramón Ribeyro, autor de obras como "Los gallinazos sin plumas" o "La palabra del mudo" y figura destacada de la Generación del 50 en Perú.
Foto: Archivo particular
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“No concibo mi vida más que como un encadenamiento de muertes sucesivas. Arrastro tras de mí los cadáveres de todas mis ilusiones, de todas mis vocaciones perdidas. Un abogado inconcluso, un profesor sin cátedra, un periodista mudo, un bohemio mediocre, un impresor oscuro y, casi, un escritor fracasado. Noche de gran pesimismo”.

Es un diario angustiante. Pero también es mucho más. Todo depende de cómo se quiera leer o mirar o escuchar, porque a lo largo de esas 670 páginas, que reúnen viajes a París, Berlín, Hamburgo, Fráncfort, Madrid, Lima; a lo largo de esos 28 años -el diario comienza en 1950 y termina en 1978-, el lector podrá encontrar el registro de muchísimas cosas: desde los apuntes del novel escritor hasta la pluma que conoce su oficio; desde el enamorado juvenil hasta el adulto casado; desde la admiración a ciertas obras hasta la sospechas por ciertas vedettes.

“Escribir es inventar un autor a la medida de nuestro gusto”. Y Ribeyro siempre habla de su inclinación por el retrato marginal, de sus cigarrillos mentolados, de su timidez, de su languidez, de sus caminatas, de sus libaciones con colegas, de sus encuentros con amigos, de los libros que lee, de los cuentos que va escribiendo, de sus constantes dolores estomacales, de su mirada sombría.

“Miro el sol, las alegres parejas, los pájaros que anidan en árboles y grietas y me digo: “Algo tiene que resultar de tanta adversidad”. Y en verdad espero, porque sólo tocando el fondo del dolor de uno puede darse impulso para salir a flote”.

No se puede escribir como se quiere, pero sí elegir sobre lo que se quiere escribir. El prisma mohíno y huidizo que acompañan a los personajes de Ribeyro son la sombra de su autor: “(…) lo que a mí me fascina es la otra cara de la medalla: lo que he dejado de hacer, lo que salió mal, lo que no tuvo eco, lo que fracasó. Todas las realizaciones citadas tienen su lado lúgubre”.

Hay que saber entenderlo: no es el masoquismo que algún moralista podría murmurar. Es una manera de situarse en el mundo, una estética de la existencia; es la lluvia que arruina el paisaje, el ruido que todos conocen y la mayoría busca silenciar. Esas depresiones de Ribeyro, a las que él nunca llama así, son su luz en la oscuridad y su oscuridad en la luz, son su manera de dialogar con el mundo, son la búsqueda de la trascendencia en el decir. “La crisis de ayer fue demasiado intensa para durar”.

Le sugerimos leer: La historia escondida de la "Tejedora de luz"

De esas observaciones, surgió un libro que el gran público y la crítica no ha sabido valorar: Prosas apátridas.

“Se trata, en primer término, de textos que no han encontrado sitio entre mis libros ya publicados y que erraban entre mis papeles, sin destino ni función precisos. En segundo término, se trata de textos que no se ajustan cabalmente a ningún género, pues no son poemas en prosa, ni páginas de un diario íntimo, ni apuntes destinados a un posterior desarrollo”.

Carecen de las coordenadas que lo ubican en un género literario. Y eso no es cualquier cosa, como Apollinaire y sus caligramas, como Nicanor y sus Artefactos verbales, Ribeyro moldea una nueva forma. Un libro que se puede leer por el comienzo o por el final, que se puede abrir en cualquier ubicación, que se puede saborear en cualquier lugar, que aúna varias estructuras: aforismos, relatos, fragmentos, comentarios.

“61 Esas mañanas nulas, canceladas, en las que escucho música sin oírla, fumo sin sentir el sabor del tabaco, miro por la ventana sin ver nada, pierdo en realidad todo contacto con la realidad sin que por eso acceda a un mayor contacto conmigo mismo, esas mañanas, ni en el mundo ni en mi conciencia, floto en una especie de tierra de nadie, un limbo donde están ausentes las cosas y las ideas de las cosas y no me dejan otro legado, esas mañanas, que una duración sin contenido”.

En un ensayo corto -Cuentos y ensayos (Pontificia Universidad Católica del Perú)- el autor de “Las botellas y los hombres” acusaba la ausencia del diario en la tradición de literatura latinoamericana: “el diario íntimo tolera todos los tonos y todos los estilos”. Tal vez hablaba en causa propia, pero permanece un vacío en torno a un formato donde las fronteras entre lo real y lo imaginario, lo fáctico y lo creativo, los hechos y las interpretaciones están amalgamadas.

Pienso en Giorgio Agamben y su definición de lo contemporáneo. Ribeyro, acaso sin saberlo, lo fue: “Pertenece verdaderamente a su tiempo, es verdaderamente contemporáneo aquel que no coincide perfectamente con él ni se adecúa a sus pretensiones y es por ello, en este sentido, inactual; pero, justamente por esta razón, a través de este desvío y este anacronismo, él es capaz, más que el resto, de percibir y aferrar su tiempo”.

Y “Prosas apátridas”, como sus libros de relatos, no correspondía con las exigencias ni las expectativas del mercado, ni de los agentes, ni de los jurados de los premios.

Ribeyro reflejaba lo gris de la oscuridad, no la luz. Y por eso sus libros carecen de ubicación temporal. Quiero decir, se pueden leer y releer. Y no habrá desconexión con lo dicho, ni con sus desdichados.

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Hay un gesto del estudio literario académico que permite conversar con un libro como el del peruano: “Las literaturas posautónomas del presente saldrían de ‘la literatura’, atravesarían la frontera y entrarían en un medio [en una materia] real-virtual, sin afueras, la imaginación pública: en todo lo que se produce y circula y nos penetra y es social y privado y público y ‘real’”.

La propuesta de Josefina Ludmer, en este sentido, se hace interesante, puesto que merced a ella es posible interactuar con una contextura literaria que no ha merecido mucha atención en las letras latinoamericanas. Cuando Ribeyro escribió el ensayo estaba situado en una época en la que en Francia se premiaban diarios y en pleno auge del Boom, donde la “Novela” -exótica, tropical, épica- se llevaba toda la atención.

En estos tiempos, donde las formas parecen estar suficientemente manidas y experimentadas, este género es material de algunos interrogantes con los cuales se podría promover una discusión cada vez más necesaria.

A mí me asaltan algunas preguntas: ¿en el diario de un escritor la verdad o la mentira es algo importante?

No estamos hablando de un individuo que escribe para sí: con la certeza de que jamás será leído; sino de alguien que calcula la publicación de sus memorias, puesto que su ambición es la misma de toda pluma: atrapar lectores.

“De más en más se va volviendo mi diario, en especial el de este año, en el cuaderno de las lamentaciones. Testimonio de la sequedad no de la obra. En vano he tratado en estos últimos días de escribir algunos cuentos para arrancarle a 1978, in extremis, algún fruto”.

¿No está sesgada la intimidad del autor a sabiendas de esto? ¿Acaso no conocemos lo que el diarista considera sobre algo y no lo que es ese algo? ¿Qué es ese algo antes y después de ser contagiado por la mirada del autor? ¿Qué elige el diarista registrar y qué no? ¿Qué privilegia y qué omite? ¿No es el diario del escritor un material con fronteras mínimas entre la realidad y, si no la ficción, sí la subjetividad? ¿No es la subjetividad un puente hacia la ficción?

“Lo que me aterroriza es que mi diario, si alguna vez se llega a publicar (incluyendo en él las Prosas apátridas en el momento en que fueron escritas, si es posible fecharlas), pueda convertirse en un libro «formativo», en el sentido en que se encuentre en él algo de ejemplar o recomendable, cuando se trata por lo general de una serie de fragmentos «informativos», que no pretenden sino dar cuenta esporádicamente de mi vida activa o reflexiva. Yo temería que alguien se parezca a mí, pues no tengo nada que enseñar, salvo por oposición o negación. Yo soy literalmente un «hombre sin cualidades». En mi vida todo es resta o división, no hay el menor signo positivo”.

Son interrogantes con los cuales se podría discutir.

Lo invitamos a leer: Guardadores de rebaños y de los dos metros exactos (Diario de la peste, de Gonçalo Tavares)

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En La tentación del fracaso hay otro elemento que merece atención: el cuerpo. Lo afirmo pensando en esa frase extraída de ahí: “Escribir es inventar un autor a la medida de nuestro gusto”. Y en un relato tan personal como fascinante: “Sólo para fumadores”.

“Sin haber sido un fumador precoz, a partir de cierto momento mi historia se confunde con la historia de mis cigarrillos”. Así comienza un texto que celebra una recurrente que lo acompañó toda su vida.

En este hay explicaciones tan seductoras como esta: “El fuego es el único de los cuatro elementos empedoclianos que nos arredra, pues su cercanía o su contacto nos hace daño. La sola manera de vincularnos con él es gracias a un mediador. Y este mediador es el cigarrillo. El cigarrillo nos permite comunicarnos con el fuego sin ser consumidos por él. El fuego está en un extremo del cigarrillo y nosotros en el opuesto. Y la prueba de que este contacto es estrecho reside en que el cigarrillo arde, pero es nuestra boca la que expele el humo”.

Al salir de una delicada operación quirúrgica -donde le sacaron casi todo el estómago y el esófago-, y pasar por un corto proceso de recuperación, el narrador nos dice: “De más está decir que a la semana de salir de la clínica podía alimentarme moderadamente pero con apetito; al mes bebía una copa de tinto en las comidas; y poco más tarde, al celebrar mi cuadragésimo aniversario, encendí mi primer cigarrillo, con la aquiescencia de mi mujer y el indulgente aplauso de mis amigos. A ese cigarrillo siguieron otros y otros y otros, hasta el que ahora fumo, quince años después, mientras me esfuerzo por concluir esta historia (…) Enciendo otro cigarrillo y me digo que ya es hora de poner punto final a este relato, cuya escritura me ha costado tantas horas de trabajo y tantos cigarrillos. No es mi intención sacar de él conclusión ni moraleja. Que se le tome como un elogio o una diatriba contra el tabaco me da igual”.

Es una relación de amor y de dolor, de placer que lacera, de gusto que intoxica, que se vincula con ese indicio del cuerpo de que habla el filósofo Jean Luc Nancy: “El cuerpo es el en sí del para sí. En la relación a sí, es el momento sin relación. Es impenetrable, impenetrado, es silencioso, sordo, ciego y está privado de tacto. Es macizo, grosero, insensible, inefectivo. Es también el en sí del para los otros, vuelto hacia ellos pero sin ninguna consideración por ellos. Es solamente efectivo -pero lo es absolutamente”.

Pienso “el en sí” como la delectación que genera exhalar humo, y “el en sí del para los otros” como el autor que escribe sobre sí mismo para otros, que hace de un íntimo acto un instrumento narrativo y estético, que reflexiona sobre su oficio.

Escribir es una labor que ruega desmesura en la disposición. Todo trabajo se hace con el cuerpo, todo esfuerzo, así sea mental o físico, es reflejado en una parte del cuerpo: en las ojeras que regalan el insomnio, en la esbeltez derivada del aguante y el cigarrillo, en las manchas dentales heredadas por la cafeína, en la terquedad y el estrés reflejados en la acidez estomacal, en el desespero por la otredad -por no ser, por evitarse- a través de la libación.

Sobre el cuerpo se hallan los estigmas del suceso pasado, dice Foucault reflexionando a Nietzsche. También en el cuerpo se reflejan las secuelas del presente. De un presente saturado de su propia historia. De un presente víctima del exceso de sensibilidad. De un cuerpo al que le urge su literatura.

Para tallar una obra se necesita mucha desconfianza, y algo desproporcionado de todo lo demás: fe. Cada línea, cada párrafo, cada ocurrencia en la escritura es una puerta al fracaso. Escribir es intentar, es cercanía al precipicio, es situarse en ese borde que separa lo bello de lo inerte.

Ribeyro era un escritor que cuestionaba sus virtudes, pero que al mismo tiempo no fenecía en sus propósitos: “Bacon encuentra siempre razones para la incongruencia. Esta fórmula la hago inmediatamente mía pero invirtiéndola: «se puede ser pesimista, pero henchido de esperanza»”.

No estaría de más añadir que era un lector consumado de diarios de todo tipo: de guerra (Ernst Jünger), de viaje (Fromentin), de la vida política (Louise de Hompesch), de reflexión artística (Paul Klee), de escritores como Kafka, Anaïs Nin, Gombrowicz, etc. Y que le guardaba especial afecto al de Henri-Frédéric Amiel, diarista por antonomasia, ya que en este, quizá como en pocos, el rastreo de los días es meticuloso, pulcro y estético.

El limeño consideraba que sus “Prosas apátridas” eran su gran libro: “son textos que me sobrepasan, quiero decir que son mejores que yo. Creo que en este libro, en ciertos momentos, avancé más allá de mi propia frontera”. Lo dudo. Su obra más significativa, aparte de sus magníficos cuentos, es su diario. No estoy seguro que para leerlo haya que ser muy seguidor de la literatura de Ribeyro. No es un libro de chismorreos, filípicas o estrambóticas confesiones; las hay, desde luego, pero no ocupan mucha atención.

Lo cierto es que al leer “La tentación del fracaso” el individuo solitario siente la urgencia de auxiliarse en su propio registro; pues como lo dice él mismo: “Creo haber encontrado la razón intrínseca de los diarios íntimos: tenerse a sí mismo por interlocutor”.

Y, bueno, sí: encender un cigarrillo, como a él le hubiera gustado.

***El viernes 5 de junio estaré hablando de esto y de muchas cosas más en el marco de las actividades culturales en cuarentena promovidas por la Librería Expresión Viva de Cali (19:00 hrs- Facebook Live).

Bibliografía

-Agamben Giorgio, ¿Qué es lo contemporáneo? En línea.

-Nancy, Jean Luc. 58 indicios sobre el cuerpo/ Extensión del alma, Ediciones La cebra, Buenos Aires, 2007.

-Ribeyro, Julio Ramón. Prosas apátridas, Editorial Milla Batres, Barcelona, 1975.

-Ribeyro, Julio Ramón. La tentación del fracaso, Seix Barral, Barcelona, 2003.

Por Jair Villano

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