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La toma del Palacio de Justicia: entre la historia y la literatura

La toma y retoma del Palacio de Justicia, ocurridas entre el 6 y el 7 de noviembre de 1985, es un ejemplo que nos lleva justamente al debate sobre la literatura y la historia. ¿Influye el arte en la historia? ¿Puede hablarse de un deber o una obligación de la literatura con el conocimiento de nuestro pasado como nación? ¿Cuándo la literatura deja de tener un relato de ficción y pasa a presentar una narrativa histórica?

Andrés Osorio Guillott

01 de noviembre de 2020 - 05:36 p. m.
Varios libros del Palacio de Justicia terminaron en cenizas por el fuego que consumió el edificio entre el 6 y 7 de noviembre de 1985.
Foto: Archivo El Espectador
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Una de las tesis de la historia planteadas por el filósofo Walter Benjamin dice que “el cronista que narra los acontecimientos sin distinguir entre los grandes y los pequeños da cuenta de una verdad: que nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido para la historia”.

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Todo en la narración de la historia cuenta. Todo detalle, todo suceso, por pequeño, grande, intrascendente o relevante, cuenta. Toda versión está sujeta a un interés, pero también a una subjetividad que ya señalaba Paul Ricoeur y que determinaba, de una u otra forma, el recuerdo del cual parte el relato del narrador. Y por eso al hablar de historia es tan complejo confiar en las versiones, pues muchas podrán carecer de detalles, y por eso no debe hablarse de memoria, pues ello ya implica un discurso homogéneo y totalitario de un acontecimiento, sino que debe hablarse de memorias, incluyendo así la diversidad de visiones, vivencias y voces que reconstruirán un suceso en común en una comunidad.

La toma y retoma del Palacio de Justicia, ocurridas entre el 6 y el 7 de noviembre de 1985, es un ejemplo que nos lleva justamente al debate sobre la literatura y la historia.

¿Influye el arte en la historia? ¿Puede hablarse de un deber o una obligación de la literatura con el conocimiento de nuestro pasado como nación? ¿Cuándo la literatura deja de tener un relato de ficción y pasa a presentar una narrativa histórica?

Aristóteles, en la Poética, afirmaba que “la poesía es más filosófica y elevada que la historia, pues la poesía dice más bien lo general y la historia, lo particular”. En otras palabras, el poeta, en términos del filósofo griego, no está en la obligación de decir lo que pasó, pues ese deber le corresponde por lógica al historiador, sino que en el poeta recae la reflexión de lo que pudo suceder, de lo que pudo desencadenarse y de lo que originó el acontecimiento en mención.

Y, en ese sentido, la literatura no pretende ser la voz oficial de la historia, sino una voz paralela, que puede incluir relatos fidedignos que ayudan a entender desde lo humano y no desde las cifras y los estudios, lo que implicó para una comunidad un hecho significativo en su pasado.

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Para Felipe Neira, académico y literato, “la tesis de Marx y Engels es que la literatura refleja la sociedad. El arte refleja la verdad. Los griegos hablan de que el arte es mímesis. Para los marxistas no es así, es reflejo”. Y esa definición, que parte del concepto del reflejo, funciona para entender, en el caso del Palacio de Justicia, cómo la literatura, el teatro o la poesía han sido el espejo de una sociedad insatisfecha y dolida que aún sigue buscando una verdad. Y como lo sucedido hace 35 años sigue sin esclarecerse, surgen entonces varios interrogantes que, al final, terminan revalidando la función de la literatura como un medio relevante para comprender desde otra orilla la historia.

¿Tiene alguna responsabilidad la literatura con la verdad? Esto respondió Laura Valbuena, autora del libro La toma del Palacio de Justicia en 30 años de literatura: “La obra literaria no solo deja rastro, sino que tiene con frecuencia bastantes cosas que se pasaron por alto o que no se incluyen en las versiones oficiales. Y más en un tema como este, donde hubo tantos intentos de ocultamiento, de negación de los desaparecidos, de imponer una versión oficial inicial que contradecía en muchas cosas la realidad de los hechos y que con el tiempo ha ido saliendo cada vez más a la luz. Las confusiones sobre verdad y ficción que hay en las novelas, o rastros de la realidad o simples episodios imaginados por los autores, son cuestiones que en última instancia debe resolver el lector. No es que no se pueda hacer nada. Uno ve en la novela Mañana no te presentes que la autora incluye una nota al final en la que aclara que toma el hecho real, pero que los detalles de la obra son ficción, que es exactamente a la misma conclusión que uno puede llegar como lector curioso cuando investiga un poco más a fondo. Pero creer que la literatura tiene la obligación de plasmar la verdad de la historia es una equivocación, esa obligación la tienen los historiadores, en los autores literarios es una opción y supongo que, en última instancia, es el deber crítico del lector tener claro esto”.

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