La verdad de las mentiras

La obra "La gata sobre el tejado de zinc" se presentará en dos únicas funciones los días 15 y 16 de septiembre en Colombia. Narra la historia de Brick y de su esposa Maggie, quien desesperadamente intenta revivir la sexualidad de pareja para superar una crisis matrimonial.

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Pedro Adrián Zuluaga
08 de septiembre de 2018 - 07:38 p. m.
La obra es protagonizada por la reconocida Sienna Miller (The Girl, American Sniper), Jack O’Connell (Unbroken; Money Monster) y Colm Meaney (Star Trek; The Journey), / Cortesía
La obra es protagonizada por la reconocida Sienna Miller (The Girl, American Sniper), Jack O’Connell (Unbroken; Money Monster) y Colm Meaney (Star Trek; The Journey), / Cortesía
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“Todas las familias felices se parecen pero las infelices lo son cada una a su manera”. La frase inicial de Anna Karenina de León Tolstoi sigue resonando hoy. Esa infelicidad particular –extendida sobre un fondo de pasiones universales– es la materia viva de la que se alimentan los dramas de Tennessee Williams, que le dieron forma a un subgénero: el “gótico sureño”. De obra en obra, el dramaturgo intensificó los rasgos de un estilo en el que coexiste una geografía (el sur de los Estados Unidos con sus tradiciones heredadas de las economías de la plantación y la esclavitud) con unos temas y personajes trágicamente aprisionados por ese marco.

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A Williams lo acechó el interés por los desadaptados, la mujer como fuerza animal que pone en crisis el statu quo y la sexualidad como motor de la vida síquica. La cercanía con la imaginación gótica se corresponde con el foco que el dramaturgo dirigió hacia una “aristocracia” decadente, encerrada en sus propios miedos. Incapaces de mirar al exterior de sus pequeños mundos, sus personajes fabulan monstruos cuyo poder destructor solo se desactiva por “la fuerza de la verdad” .

En La gata sobre el tejado de zinc hay un diálogo entre padre e hijo acerca del significado de la palabra mendacidad. Sí, todo el teatro de Williams es sobre el hábito y la costumbre de mentir, y sobre la “comodidad” de unas mentiras que producen hechos verdaderos y terribles costos psíquicos. Este montaje del Young Vic, dirigido por Benedict Andrews, hace explícita la tensión entre verdad y engaño. En el centro está la pareja de Maggie (Sienna Miller)  y Brick (Jack O’Connell): son bellos y deseables, pero por razones que la obra va desvelando, no pueden tener sexo. La pareja principal se multiplica en otras dos, que funcionan como su espejo. La del hermano de Brick, Gooper, y su esposa Mae, y la pareja del padre y la madre. El interés de Williams en Maggie y Brick, es directamente proporcional a su nivel de inadecuación y a la manera en que esta pareja estéril, la última de la línea, pone en peligro la continuidad familiar.

Para potenciar el drama Williams decide concentrarlo. Todo transcurre en unas pocas horas en las que coinciden dos hechos de naturaleza distinta pero complementaria: el cumpleaños del gran padre de la constelación familiar y la revelación sobre su estado de su salud. El viejo Pollitt (Colm Meaney) tiene un cáncer terminal aunque los médicos le mienten a él y a su esposa sobre el estado de la enfermedad. Se trata de un ocultamiento funcional en un mundo plagado de insinceridad. La mentira verdaderamente destructiva es la mentira sobre el propio deseo. Como en otras obras de Williams, por ejemplo en De repente, el último verano, son las mujeres quienes saben y tienen la llave para abrir el baúl donde se ocultan las verdades. Es Maggie quien conoce la naturaleza de la relación entre su esposo y Skipper, el amigo íntimo. Es ella quien le revela a Brick que su alcoholismo y autodestrucción, así como la muerte de Skipper, se deben a la represión del deseo sexual del uno por el otro.

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En el gótico sureño de Williams, la homosexualidad es la anomalía intolerable, el monstruo que amenaza la estabilidad familiar (si bien es la represión del deseo, y no su satisfacción, lo que finalmente rompe el ficticio equilibrio de este universo). El reverso del deseo es la codicia, como bien se ve en el desarrollo de la obra; la represión del instinto sexual favorece, al menos de forma momentánea, a las fuerzas económicas dominantes, hasta que la presión explota, quizá, como se sugiera al final, para que todo siga igual.

Este montaje con la magnífica presencia de Sienna Miller como “La Gata”, actualiza la sagacidad sicológica de Williams; la feroz crítica a los convencionalismos de la vida social no necesita, en esta versión, de nada más que un escueto escenario, una cama, un tocador y unos cuantos buenos actores dispuestos a darle nueva vida a diálogos demoledores: palabras que hieren y sacan verdades a flote en las que los personajes (y nosotros a través de ellos) reconocen su carácter y su destino.

Por Pedro Adrián Zuluaga

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