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La vida de la escritora Gertrude Stein y su novia en plena II Guerra Mundial

A propósito de los 150 años del natalicio de la autora estadounidense, fragmento de “Dos vidas. Gertrude y Alice”, libro de la ensayista Janet Malcom sobre la pareja de lesbianas judías que influyeron en escritores como Hemingway, Ezra Pound y Faulkner.

Janet Malcolm * / Especial para El Espectador

05 de febrero de 2024 - 04:00 p. m.
Gertrude Stein (izq.) fue una novelista, poeta, dramaturga y coleccionista de arte estadounidense. Vivió en París desde 1903 hasta su muerte en 1946. Nació el 3 de febrero de 1874. Su compañera Alice B. Toklas también escribía.
Foto: Archivo International Center of Photography
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Cuando leí por primera vez El libro de cocina de Alice B. Toklas, Eisenhower ocupaba la Casa Blanca y Liz Taylor había conquistado a Eddie Fisher tras quitárselo a Debbie Reynolds. El libro, publicado en 1954, me lo regaló un miembro del grupo de jóvenes pretenciosos con los que me relacionaba en aquel entonces, gente que solo sentía un alegre desdén por la cultura estadounidense de medio pelo y cuya revolución contra el conformismo de la época consistió esencialmente en patrocinar una tienda de muebles llamada Design Research y en escribirse amaneradas cartas, inspiradas en la amanerada correspondencia de ciertos escritores homosexuales famosos aún no reconocidos como tales. (Recomendamos: El debate porque los libros de autoayuda son los más leídos).

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El libro de cocina de Alice B. Toklas encajaba a la perfección en nuestro programa de afectada inmadurez: nos encantaba su tono punzante y magistral, su altivez y su maledicencia. «Los franceses no usan nunca Tabasco, ketchup o salsa Worcestershire, no comen ninguna de las innumerables variedades de encurtidos, ni acompañan un plato de carne con rabanitos, aceitunas o frutos secos», escribía Toklas, como si preparase un manifiesto para nuestro grupo. Su nota al pie, de haut en bas, para señalar que «un marinado es un baño de vino, hierbas, aceite, verduras, vinagres, etc., en el que reposan la carne y el pescado destinados a determinados platos durante un determinado espacio de tiempo hasta que adquieren virtud», nos embargaba de éxtasis.

El propio Libro de cocina parece reposar en un marinado de recuerdos —de lo que fue la vida de Toklas con Gertrude Stein— en el que adquiere virtud literaria. Más que un libro de cocina y de memorias, casi podría decirse que es un libro de modernismo literario, una suerte de apéndice del tour de force de Stein, la Autobiografía de Alice B. Toklas, publicada en 1933. La similitud del tono entre ambos trabajos no hace sino ahondar en el misterio de quién influyó en quién. ¿Imitaba Stein a Toklas cuando escribía la Autobiografía con la voz de Toklas, o inventó esta voz, y más tarde Toklas imitó la invención de Stein al escribir El libro de cocina? Imposible saberlo.

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Hojeando mi ejemplar de El libro de cocina, las manchas de comida me llevan a las recetas que llegué a preparar y que no son numerosas. La mayoría de los platos de Toklas eran, y siguen siendo, demasiado elaborados o demasiado exóticos para intentarlo siquiera (preparé —y me encantó su perversidad— el Gigot de la Clinique, que requería el uso de una gran jeringa hipodérmica para inyectar una pierna de cordero dos veces al día con zumo de naranja por espacio de una semana, mientras se dejaba reposar en el preceptivo marinado de vino y hierbas). Subrayados y notas al margen destacan los pasajes —como los arriba citados— que en los años cincuenta me deleitaron particularmente por su áspera altanería. Hay, sin embargo, un capítulo que no lleva ni manchas de salsas ni líneas subrayadas; su limpieza podría indicar que no lo leí en su momento. Lleva por título «La comida en el Bugey durante la ocupación», y Toklas habla en él de los años de la ocupación nazi, que Stein y ella pasaron en esta región del este de Francia, primero en una espléndida casona próxima a la ciudad de Belley y después en otra casa antigua de los alrededores de Culoz. Cuando tuve ocasión de leer este capítulo de nuevo, me impresionó su carácter evasivo tanto como su alegría dolorosamente forzada.

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¿Cómo escapó de los nazis la pareja de lesbianas judías? ¿Por qué se quedaron en Francia en lugar de regresar a Estados Unidos? ¿Por qué omite Toklas cualquier referencia a su judaísmo y el de Stein (y por supuesto a su lesbianismo)? Bueno, en los años cincuenta, uno no iba por ahí alardeando de su condición judía. Un decoroso antisemitismo seguía impregnando la vida en Estados Unidos. Se conocía el destino de los judíos en Europa, pero no la magnitud de la catástrofe; el término «holocausto» aún no se utilizaba. Las evasivas de Toklas en 1954 quedaron sin subrayar, y no llegué a cocinar sus recetas de Pastel de ternera y Caldereta de cangrejo. Estas evasivas parecen hoy mayúsculas, aunque difícilmente incomprensibles. Lo que hoy sabemos de cómo vivieron la guerra Stein y Toklas permite ver con facilidad por qué la compleja realidad de su situación y su conducta no hallaron cabida en El libro de cocina de Alice B. Toklas. «Como si un libro de cocina guardara alguna relación con la literatura», dice Toklas, refiriéndose a su empresa ya al final del libro. O con la complejidad, podría haber añadido.

En agosto de 1924, durante un viaje por la Riviera francesa para visitar a Picasso, Stein y Toklas se desviaron hacia el Bugey y pasaron una noche en Belley, en un hotel llamado Pernollet, que les habían recomendado por su buena cocina. La cocina resultó ser mediocre, pero el hotel y la campiña les gustaron tanto que decidieron quedarse: enviaron un telegrama a Picasso para comunicarle que se retrasarían una semana, y finalmente nunca llegaron a la Riviera. Regresaron al Pernollet los veranos siguientes (comían siempre fuera del hotel) y decidieron buscar un lugar donde instalarse en la región. Estaban dispuestas a comprar, construir o alquilar, pero no encontraban nada de su gusto. Hasta que un día, en un valle, descubrieron «la casa de nuestros sueños», según la define Stein en la Autobiografía, y continúa diciendo:

Ve a hablar con el campesino que es el dueño de la casa, me dijo Gertrude Stein. Es absurdo, le dije; es una casa importante y está ocupada. Ve a hablar con él, insistió ella. Fui, de muy mala gana. El hombre dijo bueno, sí, tal vez podría alquilarse; es propiedad de una niña que ha perdido a toda su familia y creo que ahora vive allí un teniente del regimiento estacionado en Belley, pero he oído que están a punto de marcharse. Hablen con el agente de la propiedad. Así lo hicimos. Era un amable y anciano campesino que siempre nos decía allez doucement, no tengan prisa. Y no tuvimos prisa. Teníamos prometida la propiedad, que solo habíamos visto de lejos, en cuanto el teniente la desocupara. Tres años más tarde el teniente se marchó a Marruecos, y tomamos posesión de la casa que seguíamos sin haber visto más que desde el otro lado del valle y que nos gustaba cada vez más.

Portada de la biografía de Gertrude Stein y su novia, sello editorial Lumen.
Foto: Cortesía

Stein escribió la Autobiografía de Alice B. Toklas en el otoño de 1932, en una especie de paroxismo de ambición de fama y de dinero, favores que hasta la fecha le habían sido esquivos. Anhelaba la «gloria» desde su juventud, según cuenta su amiga Mabel Weeks, pero sus escritos experimentales no se la habían deparado. Por fin, a los cincuenta y ocho años, decidió prostituirse (por así decir) y escribir un libro en inglés convencional que se convirtió en un superventas. El hecho de que llegara a ser un éxito puede dar la medida del genio que Stein reclama para sí a lo largo de todo el libro. Qué clase de genio era el suyo resulta difícil de precisar. Estudió medicina, se especializó en psicología y solo tras abandonar la escuela Johns Hopkins en 1901, en su último año de carrera, empezó a pensar en la literatura como camino hacia la gloria. Sus primeros escritos eran convencionales y poco prometedores, bastante artificiosos. Tras instalarse en París, en 1903, como si su musa despertara finalmente con el aire más refrescante del Viejo Mundo, empezó a producir los textos por los que hoy la conocemos: relatos, novelas y poemas que en nada se parecen a los relatos, novelas y poemas escritos hasta la fecha, y que parecen impregnados de una suerte de elixir de originalidad. En el trío de relatos titulado Tres vidas, escritos en 1905, así como en la novela Ser norteamericanos, iniciada en 1903 y concluida en 1911, Stein escribe todavía en un inglés normativo, aunque singular, pero en 1912 ya ha descubierto un lenguaje propio, un idioma que, si bien emplea los vocablos ingleses, no se parece en nada al inglés estándar. «No pensar en otra cosa y luego olvidarse de la tarea, el crédito y después el reposo de ese intervalo, la insistencia del tintineo no altera cuando no hay baratijas, y puede ser una prenda elegante y grata», escribe en Portrait of Mabel Dodge at Villa Curonia (1912), una primera incursión en este tipo de lenguaje. (La ostensible modelo del retrato —una estadounidense aventurera y rica que alojó a Stein y Toklas en su villa italiana— quedó tan impresionada con el texto que costeó una edición privada, encuadernada en papel florentino, para regalar a quienes la visitaban en su apartamento de la Quinta Avenida.) Dos años más tarde en Tender buttons, un texto inspirado en las naturalezas muertas del cubismo, Stein eleva la apuesta:

UNA CAJA

De la bondad viene la rojez y de la rudeza viene deprisa la misma pregunta, de un ojo viene la investigación, de la selección el sufrido ganado. El orden consiste por tanto en que una manera blanca de ser redondo es algo que sugiere un alfiler y ¿es decepcionante?, no lo es, es demasiado rudimentario para analizarlo y percibir con extrañeza una sustancia fina, es demasiado riguroso tener una punta verde no para enrojecer sino para apuntar de nuevo.

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MANZANA

Ciruela de manzana, filete de alfombra, almeja de semilla, vino tinto, visto en calma, nata fría, bien batido, patata, patata y nada de orfebrería en oro con primor, la verde se llama asada y la dulce cambia a harinosa, un trocito, un trocito por favor.

Un trocito por favor. Golpear otra vez con la palmeta al eucalipto supuesto y dispuesto, descartar el jerez y los platos fuertes y las esquinitas de una clase de jamón. Esto es útil.

NARANJA

Por qué se siente una ostra un huevo batido. Por qué su centro es naranja.

Una muestra instantánea y aflojarla aflojarla para asentar por así decir.

Fue un rezumar añadido con cuchara de ver, fue un lametazo añadido con cuchara de ver.

En un texto titulado An Acquaintance with Description, escrito en 1926, el juego con las palabras cobra una dimensión gráfica:

Déjalo estar cuando es mío para estar seguro déjalo estar cuando es mío cuando es mío déjalo estar para estar seguro cuando es mío para estar seguro déjalo estar déjalo estar déjalo estar para estar seguro déjalo estar para estar seguro cuando es mío para estar seguro déjalo estar para estar seguro cuando es mío déjalo estar para estar seguro déjalo estar para estar seguro para estar seguro déjalo estar para estar seguro déjalo estar para estar seguro para estar seguro déjalo estar para estar seguro déjalo estar para estar seguro déjalo ser mío para estar seguro déjalo estar para estar seguro para ser mío para estar seguro para ser mío para estar seguro para ser mío déjalo ser mío déjalo estar seguro para ser mío para estar seguro déjalo estar para ser mío déjalo estar para estar seguro déjalo estar para estar seguro para estar seguro déjalo estar seguro mío para estar seguro déjalo ser mío para dejarlo estar seguro para dejarlo estar seguro mío para estar seguro déjalo ser mío para estar seguro para dejarlo ser mío cuando para estar seguro cuando para estar seguro déjalo estar seguro para ser mío.

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La inagotable inventiva de Stein para experimentar con el lenguaje, tanto como su tono de solvente autoridad le valieron un creciente prestigio en el círculo de la vanguardia. Pero a ella no le bastaba: quería conquistar también el resto del mundo.

* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Janet Malcolm (1934-2021) es la autora de Dos vidas: Gertrude y Alice (Lumen, 2009) que obtuvo el premio PEN de la biografía, La mujer en silencio (2003), Psicoanálisis, la profesión imposible (2004) y El periodista y el asesino (2004) entre otras obras. Fue colaboradora habital de The New Yorker y The New York Review of Books.

Por Janet Malcolm * / Especial para El Espectador

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