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Es esto que me impulsa a escribir y decir que Fernando Soto Aparicio no ha muerto y La rebelión de las ratas está latente en cada verso y en cada cuartilla y, desde luego, en cada calle de Boyacá cubierta por el polvo. Siento que voy caminando y la novela cobra vida en alguna carretera del departamento.
Recuerdo la lucidez del autor para narrar ese sentir de los desprotegidos, de esos que tierras nunca han poseído y lo veo, paso cerca del que se ha llamado de otra forma, pero vive como Rudecindo Cristancho y junto a él una mujer, otra Pastora, el territorio duele y la vida junto a ellos. El desgaste de los días pasa y las páginas cobran sentido y las palabras no se marchan, se apoderan y hacen de la vida otras cien novelas con más familias como la de Rudecindo Cristancho.
El maestro Soto Aparicio navegó por Boyacá desde la palabra y desde ella llegó a esa caricia del alma, a ese narrar y descubrir. Hoy, mi deseo inquebrantable es cubrir esa necesidad de decir, pero no de decir por soltar la palabra, sino de escribir para agradecer: uno debe agradecer a ese que escribe y perdura y renace años después, no en otra obra, más bien en esa que nunca culmina, y eso es La rebelión de las ratas, una obra que, aunque duela al leerla y releerla, se sigue viviendo.
Soto Aparicio es un viajero del tiempo y en la ya mencionada novela, lo reveló. Es una novela asombrosa en la que el polvo narrado se apodera de la cara del lector y las ruinas de sus protagonistas parecen ser ruinas propias de quien lee este texto. Me atrapó cuando pasé por mi adolescencia y, cada que abro un texto y lleva por título La rebelión de las ratas, me adentro en mundos que cada día conozco más. Siento descender y ascender en esta novela como quien va de un mundo a otro sintiendo las traiciones de carne, el hambre y las ganas por estallar que llevamos todos. Me siento en ella, en un escenario conocido, no lejano, aunque sí olvidado por muchos.
Gracias a sus textos, maestro Soto, crecí sabiendo que la rebelión no es lejana y que un grito unánime es terriblemente temido y escuchado. Hoy puedo comprender que las garras de la injusticia algún día serán arruinadas. Me alienta creer en ello, en todo caso, escribir es lo que queda.
Alguna vez alguien me dijo que este departamento está hecho de cuartillas, de gigantes versos que buscan lentamente meterse en la eternidad. Yo creo en ello, en eso que reza y dice que lo eterno no es el verso sino el sentir y Boyacá es sentires o sentimientos, como dicen otros. Cada vez que escribo, otro y otras lo están haciendo sin vernos, pero sintiendo que se hace, que se escribe de extremo a extremo.