En esta entrevista, Gabriel Iriarte Núñez, autor de “El gran desorden mundial”, explicó los principales procesos geopolíticos que marcaron el siglo XX y que permiten entender el conflicto global actual. Analizó, además, cómo se configuró el escenario internacional tras la Segunda Guerra Mundial y qué elementos han contribuido al deterioro del orden multilateral.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Quisiera preguntarle por el título de su libro: El Gran Desorden Mundial. ¿Por qué enmarcar este fenómeno en el siglo XXI y llamarlo precisamente así?
Después de la Segunda Guerra Mundial se creó un orden con dos grandes polos de poder político-militar. No tanto económico, porque la superioridad de Estados Unidos sobre la Unión Soviética era apreciable. Paradójicamente, eso mantuvo un cierto equilibrio. Durante la Guerra Fría hubo muchas guerras, como Corea o Vietnam, y otros conflictos, pero nunca una confrontación directa entre las superpotencias, aunque sí momentos de tensión serios, como la crisis de los misiles en Cuba.
Con la caída de la Unión Soviética, surgió un momento de unipolaridad, con el predominio absoluto de Estados Unidos. Ese momento duró desde la caída del Muro de Berlín en 1989, o la disolución de la URSS en 1991, hasta el final del primer decenio del siglo XXI. Ahí el panorama cambia. Rusia, que había quedado arruinada tras la disolución soviética, empieza a recuperarse con la llegada de Putin en 2000. Al mismo tiempo, China emerge como un actor relevante.
Además, hay políticas explícitas de expansión de la OTAN hacia el este europeo. Cuando la OTAN le ofrece a Ucrania la posibilidad de ingresar, Rusia reacciona marcando una línea roja. Algunos dicen: “Ucrania es un país soberano y tiene derecho a unirse a la OTAN”. Sí, pero yo pregunto: ¿qué habría hecho Estados Unidos si México hubiera querido unirse al Pacto de Varsovia durante la Guerra Fría? Seguramente habría reaccionado de forma poco amistosa.
La respuesta de Putin fue la anexión de Crimea y la intervención en el oriente de Ucrania, lo que considera su zona de influencia imperial. Mientras tanto, China sigue avanzando sin freno. Cada vez se respetan menos las normas internacionales, la soberanía de los Estados, el derecho internacional. Aparecen actores que hacen lo que les da la gana. Por ejemplo, Israel: es agredido, sí, con actos terroristas, pero también interviene militarmente en los territorios de prácticamente todos sus vecinos.
Por primera vez, desde que existen las armas nucleares, no hay acuerdos de desarme ni de control. El tratado START III se vence en seis meses y ni Estados Unidos ni Rusia muestran interés en renovarlo. El Tratado de No Proliferación Nuclear está tambaleando; países como Irán podrían salirse.
Usted sostiene en el libro que el mundo atraviesa una crisis de sentido y de liderazgo. ¿Cómo han contribuido estos factores al colapso del orden geopolítico que conocíamos hasta hace unas décadas?
Esa es una diferencia clave con la Guerra Fría, o incluso con el periodo unipolar de Estados Unidos. Había grandes líderes, buenos, malos, criminales o no, pero con proyección internacional. Estados Unidos tuvo durante la Guerra Fría presidentes como Eisenhower, Truman, hasta los años 90, que tenían peso global. Rusia también tuvo líderes con cierta proyección. Y lo que hoy pasa en Europa es lamentable. El liderazgo europeo actual es para sentarse a llorar, si se compara con lo que fue: De Gaulle, Adenauer, Merkel, Thatcher... de diferentes tendencias, pero líderes con visión.
Hoy eso no existe. En el sur global tampoco. Antes estaban figuras como Fidel Castro, pero hoy no hay nada parecido. Esa ausencia de liderazgo es un ingrediente más del desorden internacional.
Puede resultar complejo construir un perfil sobre los líderes actuales en el mundo contemporáneo, ¿qué características identifica usted en quienes están ejerciendo hoy posiciones de liderazgo?
En el llamado Occidente, lo que antes se conocía como el Primer Mundo, ha fracasado la política de imponer la democracia y los principios liberal-democráticos como estrategia global. Ya nadie cree que Occidente esté genuinamente interesado en impulsar los derechos humanos.
Después de la Segunda Guerra Mundial, las potencias occidentales usaron ese discurso como justificación para intervenir en países como Vietnam, Irak, Afganistán... Pero con el tiempo quedó claro que no era su propósito real. Esa narrativa fracasó. Su causa actual parece ser armarse, sacrificar el Estado de bienestar en nombre de un supuesto peligro ruso. Entonces, la ausencia de causas, sean reales o no, honestas o no, contribuye a la falta de liderazgo.
Además, Europa depende cada vez más de Estados Unidos, tanto económica como militarmente. Eso la ha convertido en un actor terciario en el escenario global. La cumbre de la OTAN en la que prácticamente le pusieron alfombra roja a Trump, con el secretario general actuando con servilismo total, es muestra de eso.
Trump, por cierto, es un líder. No se puede negar. Que lo esté haciendo bien o mal es otra cosa, pero tiene liderazgo. Y en Europa lo están siguiendo.
También me gustaría preguntarle por el lugar del discurso político. ¿Existe una crisis de la palabra y de la idea en el escenario internacional?
Sí, totalmente. Hay una pérdida de valor de la palabra y de las ideologías. La ideología democrático-liberal, por ejemplo, ya no se menciona. Nadie habla en serio de eso. A veces aparece algún titular sobre llevar la democracia a Sudán, pero no tiene sustancia.
El discurso ha perdido su poder. Hoy, una gran entrevista o discurso es reemplazado por dos o tres tuits. Eso hace que el poder de la palabra desaparezca. Y con la inteligencia artificial, eso será aún más marcado.
En este gran desorden del que habla, también emergen fenómenos como el auge del populismo, la desinformación, el cambio climático y las tensiones entre potencias. ¿Qué impacto están teniendo en el equilibrio global y en la posibilidad de reconstruir un nuevo orden?
Claro. Primero quiero subrayar que Trump, aunque es un líder, representa un gran factor de desorden. Su política es impredecible. Un día dice una cosa, otro día lo contrario. Además, está destruyendo el sistema de alianzas de Estados Unidos, que siempre había sido muy cuidadoso.
Por otro lado, las organizaciones multilaterales están desapareciendo. La UNESCO, por ejemplo, sin el apoyo de EE.UU., puede desaparecer. Y cumple una función importantísima. Hay muchas organizaciones en ese mismo camino.
Esto afecta temas clave como el cambio climático, la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Otro factor fundamental es la migración: un fenómeno ya incontrolable. Aunque Trump quiera crear campos de concentración o Europa refuerce sus fronteras, la migración no se va a detener. La pobreza en África crece, los conflictos en Siria, Afganistán, Libia, Irak, Palestina, siguen generando refugiados.
¿Usted cree que estamos volviendo a un mundo de bloques, como en la Guerra Fría? ¿Ve alguna esperanza de reorganización del orden internacional?
A corto plazo, no lo veo. La esperanza era la ONU, y lo fue durante mucho tiempo. Pero a la ONU le está ocurriendo lo mismo que le pasó a la Sociedad de Naciones antes de la Segunda Guerra Mundial: se está volviendo irrelevante. Nadie le presta atención, ni siquiera frente a la monstruosidad que ocurre en Gaza. Lo que diga el secretario general, lo que digan las agencias de la ONU, no tiene impacto. Ni los buenos ni los malos les hacen caso. Por ese lado, no hay esperanza alguna de que la ONU pueda ayudar a reordenar esto.
Y tampoco hay una potencia capaz de liderar un proceso de estabilización. ¿Quién podría hacerlo? Putin no. El señor Trump, menos. El BRICS no es una alianza ni un bloque económico consolidado, ni tampoco una organización política formal. El llamado Sur Global, o Tercer Mundo, no está cumpliendo el papel que tuvo durante la Guerra Fría, por ejemplo con el Movimiento de Países No Alineados, que fue muy relevante. Los procesos de descolonización en los años cincuenta, sesenta y comienzos de los setenta le dieron cohesión al Tercer Mundo. Hoy en día eso no existe.
¿Qué lugar cree que ocuparán los organismos multilaterales en este contexto de pérdida de legitimidad y auge del nacionalismo?
La xenofobia es, en el fondo, una expresión aberrante y extrema del nacionalismo. Ya lo vimos en otras épocas, como en la Alemania nazi. Hoy, los nacionalismos extremos están cobrando mucha fuerza. Y eso genera conflictos militares, rechazo a inmigrantes, cierre de fronteras. Si se les cierra la puerta a los migrantes en Europa y Estados Unidos, ¿qué va a pasar en sus países de origen? Conflictos internos y horrores, sin duda.
El nacionalismo siempre ha existido, desde el siglo XIX, y no necesariamente es algo negativo. Pero esto es otra cosa: es nacionalismo extremo. Y cuando eso se da en potencias, se transforma en políticas exteriores imperialistas. Por eso, el futuro es muy complicado.
Si los organismos multilaterales desaparecen, ¿cuál sería el impacto sobre el orden global?
Si los organismos multilaterales comienzan a desaparecer, el desorden será aún peor. Estos organismos han ayudado en muchos frentes: niñez, pobreza, marginalidad... Y son estructuras que integran, no que dividen.
El caso de Gaza es un microcosmos del desorden mundial actual. No hablemos ya del 7 de octubre, sobre el cual hay consenso: fue una atrocidad cometida por Hamas, una monstruosidad y una estupidez. Eso no está en discusión. Pero lo que Israel ha hecho y sigue haciendo en Gaza es una monstruosidad que no se veía desde el Holocausto. Y eso no lo digo solo yo, lo dice mucha gente, salvo los sionistas más radicales. Lo terrible es que esta vez todo está siendo filmado. El Holocausto no fue registrado en su momento; esto sí. Vemos todos los días a niños muriendo de hambre, a personas que van a recoger comida y son acribilladas. Lo vemos en televisión y no pasa nada. Estados Unidos y Alemania siguen vendiendo armas a Israel. Eso es el caos: que todo esto ocurra y no haya consecuencias. No hay normas, no hay límites. Se puede hacer lo que sea y no pasa nada.
¿Cuál fue el mayor reto intelectual al escribir el libro?
Cuando me propusieron el libro, yo estaba en otro proyecto: uno sobre el siglo XX. Lo sigo trabajando. Pero este libro no me obligó a replantear ideas de fondo. Si uno lo lee desde el inicio, verá que muchas cosas ya las venía diciendo desde los años ochenta.
Daniel Samper Pizano, por ejemplo, me decía: “Es increíble que lo que usted escribió hace décadas sobre Medio Oriente hoy esté ocurriendo.” No es que sea clarividente, simplemente estudié mucho el tema. Lo mismo pasó con la Unión Soviética: la caída de Gorbachov era inevitable. Las reformas que él mismo impulsó terminaron por arrastrarlo. Obviamente uno se equivoca en algunas cosas. Pero nunca me ha gustado hacer predicciones.
¿Qué tipo de conciencia o actitud cree usted que debemos cultivar como individuos y como sociedad ante el panorama?
Es muy difícil responder a eso, porque el mismo desorden no deja ver el panorama. Vemos los árboles, pero no el bosque. Basta con observar el tipo de líderes que se están eligiendo en muchos países. No quiero personalizar ni señalar, pero hay figuras que en cualquier otra época jamás habrían llegado a la presidencia. Y lo vemos incluso en países desarrollados.
Eso refleja la desorientación y la incertidumbre generalizada. Por eso no me atrevo a dar consejos desde aquí, desde este país. Sería pretencioso y tonto. Me limito a dar un diagnóstico de lo que está pasando. ¿Cómo se va a solucionar esto? No tengo idea. Trump sigue haciendo y deshaciendo, Putin invade, Netanyahu comete crímenes... En pleno siglo XXI, no se vislumbra una salida clara.