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Las cartas de Dostoievski sobre “Crimen y castigo”

Con motivo de los 140 años de la muerte del autor clásico ruso, publicamos apartes de sus “Diarios” sobre el proceso de escritura y edición de una de las novelas más influyentes de la historia de la literatura.

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Fiodor Dostoievski / Especial para El Espectador
09 de febrero de 2021 - 04:03 p. m.
Retrato de Fiódor Dostoyevski (que nació en Moscú el 11 de noviembre de 1821 y murió en San Petersburgo el 9 de febrero de 1881), obra de Vasili Perov.
Retrato de Fiódor Dostoyevski (que nació en Moscú el 11 de noviembre de 1821 y murió en San Petersburgo el 9 de febrero de 1881), obra de Vasili Perov.
Foto: Archivo
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A MlJAIL NlKIFÓROVICH KÁTKOV

(Borrador, 1865)

Estimadísimo Mijail Nikifórovich: ¿Podría yo contar con publicar mi novelita en su El Mensajero Ruso? Llevo ya escribiéndola dos semanas, aquí en Wiesbaden, y estoy a punto de terminarla. Me quedan aún dos semanas de trabajo, acaso más. Pero, de todos modos, puedo asegurarle terminantemente que estará lista dentro de un mes, y podrá tenerla en su poder dentro de ese plazo, sin falta. (Recomendamos: El proyecto de la locura de Dostoievski, por Fernando Araújo Vélez).

Hasta donde yo puedo juzgar, esa novela no desentona en modo alguno con la tendencia de su revista; antes por el contrario. Es un estudio psicológico de un crimen. Época, la actual, este mismo año. Un joven de clase media que, expulsado de la Universidad, se encuentra en la mayor miseria. Él sufre el influjo de algunas raras, prematuras ideas que flotan en el aire, y por efecto de su ligereza y la inconsistencia de sus ideas, resuelve salir por una vez, de su vida de apuros.

A este fin, decide matar a una vieja, viuda de un consejero, prestamista de dinero. La vieja es tonta, sorda, enferma, avara. Es mala y destruye una vida humana, pues esquilma a una hermana más joven, que le sirve de criada. «Nada vale... ¿Para qué vive? ¿Le es útil a alguien?». Estas preguntas y otras semejantes desconciertan al joven, el cual decide matarla y robarle, con la idea de hacer feliz a su madre, que vive en la provincia; librar a su hermana, que está de ama de llaves con unos terratenientes, del humillante asedio del cabeza de dicha familia y de las indecentes proposiciones a que estará expuesta toda su vida; terminar él sus estudios en la Universidad y marcharse al extranjero, para ser allí toda su vida una persona correcta, seria, que cumpla sus deberes para con la Humanidad, con lo que, naturalmente, expiará su culpa, sobre todo habida cuenta de que el hecho de suprimir a una vieja estúpida, mala y enferma, que no sabe siquiera para qué está en este mundo y que quizás estaba llamada a morir de muerte natural dentro de un mes, no constituye propiamente un crimen. (Le puede interesar: El retrato de la humanidad del gran Dostoievski).

Aunque tales crímenes son muy difíciles de consumar, y huellas e indicios salen con facilidad a la superficie, estando además el asesino expuesto al albur de la casualidad que puede delatarlo, logra nuestro hombre, en virtud de esa misma casualidad, llevar a rápido y feliz término su designio. Transcurre luego alrededor de un mes, hasta que llega la catástrofe. No hay quien sospeche de él ni puede haberlo. Y aquí empieza a desarrollarse todo el proceso psicológico del crimen. El asesino se estrella contra problemas insolubles, inopinados; extraños sentimientos le torturan el corazón. La verdad de Dios y la ley de los hombres triunfan por fin, y el hombre termina por comprender que debe denunciarse él mismo. Se ve obligado a ello para expiar su crimen en Siberia, y de este modo, cuando menos, poder luego reintegrarse al mundo de los hombres.

El sentimiento de ser extraño, de estar divorciado de toda la Humanidad, que experimenta a raíz de cometer su crimen, lo tortura de manera indecible. Triunfan la ley de la Naturaleza, la ley de los hombres... Y el criminal decide sufrir todos los martirios con tal de expiar su culpa. Me cuesta mucho trabajo exponerle a usted con toda claridad mis pensamientos.

En mi novela se encuentra, además, una alusión a la idea de que el castigo jurídico de los delincuentes asusta e intimida a estos mucho menos de lo que el legislador imagina, lo que se debe, en parte, a la razón de que el propio malhechor, de por sí, pide ya moralmente un castigo.

He tenido hartas ocasiones de observar este fenómeno aun en hombres totalmente degradados, y con frecuencia, en forma muy primitiva. Pero yo quería representarlo en el ejemplo de una personalidad altamente desarrollada, de la nueva generación, para hacer resaltar de un modo más claro y comprensible mi idea.

Ciertos casos, de un pasado muy reciente, me han convencido de que el argumento de mi libro no tiene nada de excéntrico, pues el detalle de que el criminal sea un joven culto tiene su fundamento. El año pasado me contaron de un estudiante de Moscú que, expulsado de la Universidad a raíz de los sucesos que allí ocurrieron, decidió matar al correo y robar la posta. También en nuestros días leemos muchos ejemplos de ese trastorno moral que conduce a los actos más crueles. En una palabra: estoy convencido de que la actualidad, cuando menos en parte, dará la razón a mi obra.

Ni que decir tiene que, en la precedente descripción del argumento de mi novela falta aún el argumento mismo; pero creo que será muy interesante, aunque respecto de su ejecución artística no soy el llamado a juzgarlo. Con demasiada frecuencia he escrito yo cosas malas, muy malas, por la necesidad de darme prisa y tenerlas terminadas en un plazo fijo. Aunque, después de todo, he escrito esas cosas sin prisa y con mucho fuego. Así que procuraré, aunque haya de escribir esta obra para mí solo, escribirla lo mejor que pueda.

A MlJAIL NlKIFÓROVICH

(Borrador desde Petersburgo)

Estimadísimo Mijail Nikifórovich: Habiendo recibido su contestación a la carta que le escribí desde el extranjero, me creía ya autorizado para suponer que la aceptación de mi novela para El Mensajero Ruso era cosa hecha, por lo que me apliqué con todo entusiasmo a la labor.

Pero como me he dedicado exclusivamente al trabajo referido, no pudiendo poner mano en ningún otro y, además, no tengo dinero ni nadie a quien pedírselo, para poder vivir mientras termino la obra, estoy hecho, de momento, lo que se dice un mendigo. Perdone usted que le cuente estas intimidades. Ya sabía yo que era usted una bella persona, pero nunca hasta ahora tuve el gusto de conocerlo a fondo. Me dirijo a usted de escritor a escritor, y le ruego que tome cuenta de mi situación. No soy yo solo en el mundo, sino que tengo a mi cargo la familia de mi difunto hermano, que se halla también en la mayor miseria.

Además, hay otras obligaciones sagradas que no puedo desatender. Sin contar con el menor recurso, siempre obligado a esquilmar los bienes de mis amigos con continuos ataques a su bolsa, a correr de acá para allá tres días enteros para conseguir un rublo prestado, tengo todavía que realizar un trabajo serio, y me hallo expuesto a indecibles torturas morales; me gusta el trabajo en que ahora me ocupo, tengo cifradas en él muchas ilusiones, pero me veré obligado a dejarlo descansar, a perder un tiempo precioso y andar de acá para allá siempre hostigado.

Usted es también escritor, usted cultiva las bellas letras, de modo que me comprenderá. ¡Y cómo, en tal situación, me he de aplicar a un trabajo que de suyo es algo poético y requiere, por tanto, sosiego espiritual y cierta inspiración! Mucho tiempo hace ya que hubiera podido enviarle las cuatro partes de que consta la novela, listas ya para mandarlas a imprenta. Todo lo tengo planificado, hasta el menor detalle, si todas esas circunstancias que le digo no me lo hubiesen impedido, estando todavía por terminar la segunda parte.

Además, ni siquiera tengo la certeza positiva de que mi novela vaya a publicarse en su revista, pues en todo caso no se me ha dicho nada respecto de la fecha en que haya de empezar a publicarse. En tan insufrible situación, me dirijo a usted con el ruego siguiente:

Le suplico que me ayude. Por haberme consagrado exclusivamente al trabajo destinado a su revista he tenido que renunciar a cualquier otro que pudiera proporcionarme recursos, así que hasta he empeñado mi ropa. Por todo lo cual le ruego a usted que me facilite mil rublos adelantados. Como ya tengo recibidos de usted trescientos, sólo le pido en realidad setecientos. De esos setecientos, ruego a usted que me envíe a mí cuatrocientos cincuenta, y doscientos cincuenta a U. R. Basúnov, al que adeudo esa cantidad.

AL BARÓN ALEKSANDR YEGOROVICH WRANGEL

18 de febrero de 1866

[...] En primer lugar, trabajo como un forzado. Estoy escribiendo esa novela para El Mensajero Ruso, una gran novela, en seis partes. A fines de noviembre ya tenía mucho escrito y terminado; pero lo quemé todo, ahora puedo confesarlo. No me gustaba. Se me había ocurrido una nueva forma, un nuevo plan, y lo empecé todo de nuevo. Trabajo día y noche, y la tarea me rinde muy poco.

Según mis cálculos, tengo que enviarle mensualmente a El Mensajero Ruso seis pliegos. Es terrible, y sólo podría hacerlo si tuviese el necesario sosiego espiritual. Una novela es una obra poética, y se necesita tranquilidad de espíritu y fantasía para darle altura. Pero a mí me acosan los acreedores; amenazan con encarcelarme. Hasta hoy no me ha sido posible entenderme con ellos, y no sé realmente si lo lograré, aunque muchos son razonables y aceptan mi ofrecimiento de pagarles en cinco años. Pero con los demás, aún no estoy en regla.

Puede usted figurarse si estaré intranquilo; eso me destroza cabeza y corazón, y llevo muchos días sin poder hacer nada. ¡Anda y ponte a escribir en esas condiciones! A veces es desde todo punto, imposible. Por eso, me es también difícil tener un momento libre para charlar con los viejos amigos. ¡Y, además, la enfermedad! Al principio, a raíz de mi regreso, me hizo sufrir mucho la epilepsia; se habría dicho que quería desquitarse de los tres meses que me había dejado en paz. Pero ahora, desde hace un mes, me atormentan las hemorroides.

Usted, probablemente, no tiene la menor idea de esa enfermedad ni de lo que son sus ataques. Yo llevo ya tres años que se han propuesto atormentarme dos veces al año: en febrero y en marzo. Y figúrese usted: catorce días (!) sin poder tomar la pluma, sentado en un diván. Ahora, durante los últimos catorce días, tendré que escribir cinco pliegos. ¡Y tener que estar acostado, cuando se está orgánicamente sano, sólo porque no puede uno mantenerse en pie ni sentado, pues inmediatamente que se levanta del diván le entran los retortijones...!

Hace dos semanas se publicó la primera parte de mi novela, en el número de enero de El Mensajero Ruso. Me refiero a Crimen y castigo. Ya he oído algunos juicios halagadores acerca de ella. Se dicen allí, cosas atrevidas y nuevas.

A ALEKSANDR PÉTROVICH MILIUKOV

Moscú, junio de 1866

Liubímov, director de El Mensajero Ruso, no quiere publicar uno de los cuatro capítulos que tiene en su poder, y Kátkov confirma su decisión. He tenido una charla con ambos, pero siguen en sus trece. Sobre el capítulo de referencia, nada puedo decir. Lo escribí con verdadera inspiración, pero puede que me saliera mal; sólo que sus remilgos no son por el valor literario de aquel, sino por la moral. En este sentido, yo tengo razón; el capítulo no contiene nada inmoral, sino todo lo contrario; pero ellos son de otro parecer y hasta ven en él indicios de nihilismo.

Por Fiodor Dostoievski / Especial para El Espectador

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ANA(11609)09 de febrero de 2021 - 07:17 p. m.
Esta novela es conmovedora de principio a fin. Y hoy, leo todos las afugias que pasó el escritor para poder publicarlo que me parece aun más conmovedor. Es un libro que se puede leer muchas veces y siempre se encuentra interesante.
carlos(03710)09 de febrero de 2021 - 04:39 p. m.
excelente libro.. los prestamistas que se aprovechan deben ser castgados por falta de moral.. se arovechan de la necesidad de la gente
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