Hace dos años, en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, se presentó la obra “Develaciones: un canto a los cuatro vientos”. Esta fue una producción organizada por la Comisión de la Verdad, en colaboración con artistas y colectivos víctimas del conflicto armado. Allí hay una escena en la que un grupo de campesinos carga sobre sus hombros una mesa en la que están sentados diferentes actores del gobierno, desde un presidente —interpretado por el actor Andrés Parra— con sus ministros hasta un sacerdote y un general del Ejército. Este es un ejemplo de cómo en el teatro se representa la política, pero esta semana lo que vimos fue un ejercicio inverso, en el que fue la política la que quiso usar las herramientas del teatro.
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El lunes pasado estuvimos a la expectativa de una nueva transmisión del consejo de ministros, en la que veríamos al presidente Gustavo Petro sentado con su nuevo gabinete después del remezón en el que terminó la reunión del pasado 4 de febrero. Al final el encuentro se canceló porque aún quedaba por definir quiénes ocuparían algunas de las carteras vacantes. Sin embargo, el mandatario había dejado claro un par de días antes, durante una gira que hizo por Oriente Medio, que su intención era continuar con esta iniciativa, por lo que se espera que pronto se defina una nueva fecha.
“La democracia es que el pueblo pueda vigilar, participar y decidir. (...) Un pueblo vigilante hace que la política como teatro desaparezca”, afirmó el presidente la noche de la primera reunión transmitida. La justificación del Ejecutivo ha girado en torno a la idea de que este ejercicio obedece a un espíritu democrático. Pero también están quienes han criticado esta decisión, pues consideran que las reuniones se van a convertir en una especie de “reality show”.
La pregunta de fondo en este debate es por las implicaciones de involucrar una cámara en la ecuación. Para el Gobierno se trata de un instrumento de legitimación de su ejercicio de poder, mientras que para sus detractores, su presencia modifica la naturaleza misma del encuentro y convierte una reunión técnica en un escenario para el performance. El debate pone en evidencia la estrecha relación que existe entre la política y el teatro, por lo que analizaremos cómo afecta este elemento para entender lo que ocurre con nuestra aparición como espectadores.
La cámara como dispositivo en el consejo de ministros
Primero que todo, cabe aclarar que el teatro y la política han estado íntimamente relacionados desde la antigua Grecia. “En el teatro antiguo el hecho político era completamente explícito”, afirmó Andrea Lozano Vásquez, profesora y decana de la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes, quien explicó que, por ejemplo, en esta época era usual utilizar a la figura del coro —específicamente el corifeo — para expresar la voz de la opinión pública sobre los temas de la obra. Desde entonces, lo político ha sido un elemento que ha atravesado el teatro de casi todos los grandes dramaturgos de la historia, cada uno a su manera, por lo que se podría afirmar que estos dos elementos son indisociables uno del otro.
Sin embargo, lo que concierne en un caso como el de la transmisión de los consejos de ministros es la relación inversa, de cómo la política utiliza los elementos del teatro. El ejercicio del poder ya es, en muchos ámbitos, una puesta en escena. Se ve en las apariciones en plazas del presidente, en el despliegue mediático al que se exponen constantemente los funcionarios y en los diferentes mecanismos de transparencia que se utilizan para garantizar el constante escrutinio público. No obstante, todos estos escenarios suponen de antemano el reconocimiento de un espectador, que era algo que no sucedía antes en los consejos de ministros.
Juan David Correa fue uno de los primeros que salió del gabinete después de lo ocurrido, y si bien consideró que la transmisión de estos espacios era una buena iniciativa para fomentar la transparencia, también advirtió que su sistematización podría convertirla en una ficción. “Creo que se pueden encontrar otras maneras de comunicación menos reservadas y patriarcales, pero cuando se abre la transmisión como un espectáculo cada semana, lo que sucede es que los ministros empiezan a prepararse para interpretar un papel. Entonces, lo que resultó natural la primera vez, de ahora en adelante va a ser una representación muy calculada por parte de todos los que se sienten en esa mesa. Sería una teatralización de la política”, afirmó el exministro.
Es precisamente sobre este punto que se sostienen algunas de las críticas a la iniciativa, pues no se trata de desestimar el ejercicio de transparencia, sino de caer en cuenta de que no se trata de un elemento inocente: “Hay un dispositivo performativo ahí: la cámara, el ‘tercer ojo’. Este le sirve al Gobierno para ganar la posibilidad de documentación del hecho, porque, al demostrar que hay un tercero que puede acceder a esa información, eso se vuelve real y legítimo”, explica Lozano. Sin embargo, la profesora demostró que esa realidad que se quiere vender es ficcional. Para explicar este punto, planteó una comparación entre una telenovela y lo que se vio en el consejo.
“Hay una idea de que nosotros, como espectadores, estamos espiando un lugar que no deberíamos. Nos dicen que lo que estamos viendo es auténtico en la medida en que podemos saber lo que pasa en esa reunión sin ser parte de ella. Esa es la base de lo que se conoce como teatro naturalista, o también el pacto ficcional de la televisión. En una telenovela nosotros vemos la vida de unas personas sin que ellos sepan que están siendo vistos. Esa es la idea que se está intentando vender a la gente, pero como las personas de adentro saben —como ocurre en el teatro naturalista— que están siendo vistas, eso se convierte en una puesta en escena, no es la realidad”, argumentó Lozano.
No se puede hablar de transparencia total cuando se involucra una cámara en frente, porque esta actúa como un dispositivo, en el sentido foucaultiano de la palabra, es decir, un elemento que trastorna la naturaleza de ese espacio. “Una conversación se vuelve teatro cuando existe la conciencia de ese ‘tercer ojo’ (la audiencia), porque eso pone en juego un conjunto de creencias, expectativas y motivaciones distintas que las de los conversadores, es decir, la del escucha. Eso lo que hace es que los actores condicionen su lenguaje discursivo y corporal para acomodarse a esa presencia”, concluye la académica.
Yann Basset, profesor e investigador de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario, lleva esto un paso más allá al argumentar que el hecho de que se escatime en espacios privados de conversación dentro del Gobierno también puede ser perjudicial para la democracia. “En el Ejecutivo lo que se discute es cómo implementar unas políticas, y para eso se necesita coordinar un equipo que debería tener cierta laxitud para disentir, discutir e incluso para proponer medidas impopulares sin tener que justificarse frente a una audiencia. La transformación del consejo de ministros en un teatro hace que los funcionarios no puedan hablar libremente por estar pensando antes en cómo eso va a ser recibido por el público, y eso me parece problemático”, afirmó.
El espectáculo es parte del ejercicio democrático, siempre lo ha sido y lo será. El teatro seguirá siendo político y viceversa, y que eso perdure no le resta valor a ninguno de los dos campos. La conclusión del debate en realidad es que en estos ejercicios de transparencia, que se promueven constantemente sobre todo dentro del periodismo, hay unos factores que se deben tener en cuenta a la hora de determinar si lo que vemos es la realidad o una ilusión.