Durante sus últimos años en el King´s School de Grantham, Isaac Newton era algo así como el eterno sospechoso del eterno pecado. Sus compañeros se apartaban de él, muy a pesar de que a veces él los buscaba para contarles sus descubrimientos, o para mostrarles las cosas que había hecho. Poco antes de irse a la Universidad de Cambridge, aprovechó una tormenta que había aguardado por muchos meses para medir la fuerza de la tempestad. Salió a un campo y brincó a favor y en contra de la corriente y anotó los resultados. Al día siguiente, repitió su rutina con un clima normal, y comprobó que sus brincos eran más largos con el viento de la tormenta detrás, y se lo comentó a sus compañeros.
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Unos días más tarde, se inscribió en una competencia de saltos en el King´s School y ganó. Utilizó el viento y venció a los atletas más connotados de la escuela. En voz baja, los derrotados y sus amigos hicieron correr el rumor de que se había apoyado en artes y conocimientos no muy ‘sanctos’, pero no lo desafiaron a competir de nuevo. Newton ya era conocido en Grantham por sus excentricidades. Había fabricado muebles, linternas, y decenas de relojes solares que se diseminaban por su casa, y a quien se atrevía a escucharlo le hablaba de alquimia, una sabiduría que por aquellos tiempos, siglo XVII, estaba prohibida, y más que prohibida, condenada y satanizada.
Con el tiempo y a lo largo de su vida, escribió miles de cuartillas sobre la alquimia. Firmaba sus textos con el pseudónimo de ‘Jehova Sanctus Unus’, que significaba “Jehová, único santo”, una clara muestra de su postura sobre la trinidad. En su casa, o en los lugares en los que vivió, le reservaba una habitación a su estudio de metales, ácidos, químicos, y a sus distintos instrumentos de elaboración, medición y mezcla, más allá de que mantenía una estufa con distintos calibres de fuego encendida. Según sus biógrafos, los primeros contactos que tuvo con la alquimia se produjeron cuando empezó a ir a clases en la Universidad de Cambridge, por vía de dos de sus profesores, Henry More, e Isaac Barrow.
En el fondo, como lo han expuesto cientos de veces sus estudiosos, Newton no creía en la medicina tradicional, y menos, en los médicos. A lo largo de su vida, y de acuerdo con sus dolencias, se dedicó a recetarse sus medicamentos, o incluso, a elaborar algunos de ellos. Más de una vez se vio inmerso en profundos estados de melancolía, depresión, amargura y exacerbada soberbia, y mas de una vez se diagnóstico a sí mismo con extravagantes mescolanzas de bebidas y pastas. La realidad, o una parte de la realidad, era que por sus experimentos se exponía diariamente y por varias horas a agudas radiaciones que lo envenenaron en mayor o menos medida.
Su mayor crisis se desató en 1693, poco después de haber cumplido 50 años de edad. Durante varias semanas, ni salía de la casa ni dormía, y era muy poco lo que comía. Con la única persona con la que se comunicaba era con John Locke, quien abogaba por la libertad natural de los humanos como base de la creación y organización de la política. Vivió por y para la libertad, y para no dejar dudas al respecto, estudió y vivió y escribió desde el empirismo de la Inglaterra del siglo XVII. En su prólogo de “Ensayo sobre el entendimiento humano”, de 1689, dijo que su función en la vida era como la de un “trabajador auxiliar que limpia un poco el terreno y retira parte de la basura”.
Se refería a que le abría las puertas del conocimiento a “maestros constructores” como Isaac Newton, a quien calificó como “incomparable”. Según algunas fuentes, se habían conocido en los salones del conde de Monmouth, y cuando Newton cayó en su estado de paranoia y delirios, acusó a Locke de haberse envuelto en situaciones poco dignas con algunas mujeres, y según escribió Mark Goldie en su texto “Isaac Newton y John Locke: en publico y privado”, de “socavar los fundamentos de la moralidad en el ‘Ensayo’, de modo que ‘te tomé por un hobbista’; en otras palabras, tomó a Locke por un relativista moral del tipo que se decía que era el famoso Thomas Hobbes”.
El ‘Ensayo’ del que hablaba Newton era el libro “Ensayo sobre el entendimiento humano”, que Locke había publicado en 1689. Pese a la distancia que mantuvieron luego de las cartas que se cruzaron, pasada la crisis volvieron a relacionarse. Por aquellos meses de 1693, los rumores de quienes conocían a Newton indicaban que su crisis se debía a los conflictos que había tenido con su discípulo, el astrónomo Nicolás Fatio de Duillier, quien una y otra vez lo había respaldado en sus polémicas sobre el descubrimiento del cálculo infinitesimal con Gottfried Leibniz y era uno de sus más cercanos amigos y colaboradores. La teoría de la ruptura con Newton como causa de su postración duró casi tres siglos.
En 1979, un estudio científico sobre el pelo de Newton determinó que contenía un cuarenta por ciento más de metales pesados que el de un humano normal. Sus exposiciones a los metales, y su persistencia en querer transformar el plomo sólido en gas, lo envenenaron y cubrieron de arsénico y mercurio su cuerpo. Aunque siempre hubo quienes afirmaron que fue fundamentalmente su infancia la que lo trastornó, a esas teorías otros le añadieron la afectación que le habían producido sus prácticas de alquimia. De cualquier forma, muchos de sus más recordados conflictos tuvieron claros componentes, demostrables a la luz de la razón.
El más resonado fue el que lo enfrentó a Leibniz. Fue titulado como “la controversia del cálculo”, que giraba alrededor de la invención del cálculo infinitesimal. Newton decía que había empezado a estudiar el tema en 1666, a los 23 años, pero que no publicó sus descubrimientos, pues no estaba del todo seguro de sus justificaciones matemáticas. Leibniz aseguraba que ya en 1674 se encontraba trabajando en sus teorías, y que diez años más tarde publicó sus primeros textos al respecto. En 1696, L ‘ Höpital, un matemático francés, publicó su libro “Analyse des infiniment petits pour l’intelligence des lignes courbes”, el primero sobre cálculo diferencial.
Allí, describió y dejó muy en claro que los trabajos de Newton eran y serían de suma importancia, pero aclaró que la notación de los estudios de Leibniz hacía su estudio mucho más comprensible. Fuera de sus investigaciones sobra alquimia y sobre teología, Newton profundizaba cada vez más en la geometría y la óptica. Les envió algunos de sus telescopios a los miembros de la Real Sociedad, que en su mayoría quedaron positivamente desconcertados. Sin embargo, uno de ellos, Robert Hooke, los criticó. La reacción de Newton fue violenta, aunque tiempo después se interesó en la mecánica y la gravedad por una carta que le había mandado precisamente Hooke.
En ella, esbozaba algunas de sus nociones sobre la gravedad, pero no lograba condensarlas. Newton lo logró, y con ellas, por ellas, escribió uno de los libros más trascendentes de la historia de la ciencia, “Philosophiae naturales principia mathematica”.