“Las distancias” se centra en la historia de Luis Alfonso Galán, el hijo mayor de Luis Carlos Galán que tuvo con una empleada doméstica. ¿Por qué esta novela es un reflejo de nuestra sociedad y los silencios que preferimos perpetuar?
Es una novela sobre un secreto que les cambia la vida a muchas personas. Se la transforma a Luis Carlos Galán, porque él mantiene con un temor absoluto de que se conozca su secreto y que, por eso, la clase alta bogotana y, sobre todo, las castas políticas lo devoren o destrocen; a Luis Alfonso, porque es un niño que va a crecer con una relación muy esporádica con su padre, de pocos abrazos y mucha distancia emocional, aunque siempre tenga la certeza de que la mensualidad le llegará, de que hay un proveedor responsable; y a la empleada de servicio, porque ella nunca se volvió a organizar con nadie, pues el único hombre en su vida fue Luis Carlos Galán. Entonces, mira cómo le cambia una decisión o el impulso de una noche la vida a varias personas y una de ellas es alguien que pudo haber llegado a ser presidente de la República.
¿Y cómo lo transformó a usted escribir este libro?
A mí me cambió sustancialmente, porque este es mi séptimo libro y siempre le había apostado al no lugar; es decir, a no ubicar en ninguna parte mis novelas o cuentos, a jugar a la atemporalidad, a la inexistencia de un espacio fijo que tenga coordenadas geográficas. Este es un libro absolutamente de Bogotá, que te contrapone la ciudad del sur con la del norte o la ciudad con sus municipios satélites, principalmente con los de occidente, porque el protagonista crece como niño campesino, viviendo en una finca con sus abuelos en El Rosal, en Subachoque. Entonces ahí está la primera transformación: mi estilo y la búsqueda de mi voz. Además, pienso que en esta novela hay una reivindicación en lo que compete a la vida del protagonista, una apertura de un espacio que no se le había concedido para que contara su historia, para que pudiera sentirse estirpe, para que pudiera decir: “Yo también soy un hijo de Luis Carlos Galán”.
Usted decía que no se le había concedido un espacio a Luis Alfonso Galán para que contara su historia. ¿Por qué usted sí lo hizo?
Yo escribí un perfil de Galán para un libro del Ministerio de Cultura, que se publicó hace 10 u 11 años. Haciendo la investigación me encontré con este hijo desconocido; casi nadie sabía de su existencia, a pesar de que había salido una nota en la revista Cromos en 1999 y Alonso Salazar lo había mencionado en un libro: La parábola de Pablo. Entonces, yo dije: “Quiero hablar con este personaje para mi perfil”. Lo busqué por Facebook, le escribí y le envié las preguntas. Se demoró en contestarlas y ya el libro estaba publicado cuando lo hizo. Le dio pena, así que me dijo que me invitaba a un café. Cuando nos reunimos, me contó su historia en una hora. Yo le dije que era un personaje en busca de autor; lo era no solo porque quiere que el país conozca su historia, sino porque también buscaba su propio autor: a su papá. La relación entre Luis Alfonso y Luis Carlos Galán fue distante durante muchos años, pero en los últimos tres años se acercaron y empezaron a conocerse un poco; todo con una gran distancia emocional. Cuando la vida les iba a permitir explorar el vínculo filial, se le acabó el tiempo a Luis Carlos Galán.
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Me imagino que eso que menciona de la distancia emocional tiene relación con el título del libro: “Las distancias”.
La distancia emocional es muy importante porque Luis Alfonso siempre ha sentido respaldo de su familia paterna, pero al mismo tiempo ha habido una distancia emocional en ambas direcciones, como si siempre hubiera algo que frenara la manifestación de sentimientos. En realidad, el título juega con una frase muy colombiana: “Hay que mantener las distancias”. Y este es un hijo que se concibe rompiendo unos códigos sociales y la mentalidad de castas que tenemos en Colombia y que sigue imperando.
¿Cuál era el propósito inicial al escribir esta novela?
Contar una historia que me parece muy poderosa, no solo por las circunstancias de vida excepcionales como vivir en la periferia. Imagina esta situación: un chico que crece sin papá, pero también sin mamá, porque ella tiene que dejarlo con sus abuelos, pues trabaja como muchacha de servicio en Bogotá, por lo que es muy difícil que la acepten en una casa con un niño. A veces su mamá, María Isabel, peleaba con su abuela, así que ella le devolvía el niño, por lo que tiene el lío enorme de tener que buscar otra casa donde ser empleada doméstica y la reciban con su hijo. En varias la reciben, pero le dicen que el niño no puede salir de la cocina ni subir al segundo piso. Entonces es un niño en libertad condicional, como dice uno de los capítulos.
Se podría decir que este libro también es un ejercicio de memoria para el país…
Claro. Hay una reconstrucción de los últimos 50 años del país, con sus momentos dramáticos, como fueron esos finales de los años 80 y comienzos de los 90; con Pablo Escobar aterrorizándonos a todos, y con esos pactos entre liberales y conservadores. También hay una reconstrucción de costumbres, rituales y hasta de certezas de las personas que crecimos en los años 70, 80 o 90, o de las marcas o cosas que consumíamos o las rutas que tomábamos para ir al colegio o la universidad; de alguna manera era otra Bogotá.
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La mamá de Luis Alfonso se nos presenta en el libro como una mujer que quiere estar cerca, pero a la vez lejos de Galán…
Esa parte a mí me pareció fascinante construirla porque me doy cuenta de que el personaje femenino central es de una fuerza, una dignidad, alguien que se reconoce en su interior como una mujer a la que le cambiaron la vida para dejarla en soledad, casi condenada a no volver a amar. Es muy bonito que ella acepta acompañar a su hijo, pero se queda en el carro, y accede a acompañarlo al día siguiente al cementerio, pero no ingresa. Como dice en la novela, ella en ningún momento manifiesta una queja, un dolor, es un silencio absoluto, pero al segundo día de enterrado Luis Carlos Galán, esta mujer se sume en una tristeza infinita, deja de comer y empieza a llorar y no se detiene como en cuatro o cinco días. El análisis que hace el protagonista es que este era un arrepentimiento que iba mucho más allá de no haber ido al cementerio o la misa; eso realmente era amor, y por eso explica que nunca la volvió a ver con ningún otro hombre.
Decía que condenaron a María Isabel a no volver a amar, pero tal vez fue ella quien se condenó, como si hubiera querido guardarle luto a Galán.
Lo que me acabas de decir tiene relación con los últimos párrafos de la novela, que narran cuando el protagonista conoce el mar por primera vez; a sus cuarenta y tanto. Luis Alfonso termina con una conclusión: tanto su papá como su mamá se inmolaron y cada uno lo hizo a su manera.
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