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                                                                                                                              Las esculturas pétreas de Hugo Zapata

                                                                                                                              Mientras a la mayoría los segundos se les escapan sin remedio, para el escultor quindiano, quien mañana inaugura una nueva exposición en el hotel Atton de Medellín, trabajar con las piedras significa redescubrir el origen de la existencia.

                                                                                                                              HECTOR ABAD FACIOLINCE

                                                                                                                              Hugo Zapata en uno de los sus lugares de trabajo, con parte de sus obras. / Carlos Tobón.

                                                                                                                              Hugo Zapata tiene ante la Naturaleza la misma sensación maravillada del hombre primitivo: estupor ante la piedra, reverencia ante su belleza inmotivada, innecesaria.

                                                                                                                              Todo podría ser frío e indiferente en la Naturaleza, y no lo es. ¿Por qué? Porque la vemos. El ojo busca formas en las nubes, en las olas, en las cortezas y también en las piedras. Y en esas formas adivina la belleza. Zapata dice que tiene en su taller un sembrado de piedras y que estas van, poco a poco, brotando de sí mismas, floreciendo, mostrando lo que tienen por dentro. Una mañana, él descubre que una forma ha aflorado, una forma antes no vista en la materia inerte, y le dice con cariño a la piedra: “Hoy te tocó, querida”. Y como Venus de la concha, de sí misma, nace la piedra. 

                                                                                                                              Una vez, el artista le dijo lo siguiente a Juan Luis Mejía: “El gran aporte lo hace la Naturaleza, yo lo que hago es transformar esas rocas, intervenirlas, para que aparezcan como un hecho mío, pero con el soporte de la misma Naturaleza”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Zapata nos invita a un maravilloso delirio de piedras. Minero extraño en nuestras tres cordilleras, cosecha piedras para crear ojos de agua que miren fijamente el firmamento. O imita glaciares entrelazando el vidrio entre las rocas reventadas, para indicar el agua o el hielo que durante millones de años fueron labrando la piedra con su leve caricia o su expansión irresistible. 

                                                                                                                              Todo escultor, tarde o temprano, tiene que vérselas con el más grande escultor del Renacimiento: Miguel Ángel. Este decía que ante un bloque de mármol era muy fácil ver la estatua escondida en la piedra: “Basta quitarle lo que le sobra”. El procedimiento de Hugo Zapata es, en cierto sentido, opuesto al de Buonarroti: le busca a cada piedra lo que tiene, no lo que le sobra. Lo que hace es ayudarle a ser más plenamente piedra, no le quita nada para que deje de serlo. Como observó bellamente el poeta William Ospina: “Hugo Zapata busca la piedra que hay en la piedra”. 

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              La primera sensación que dan las esculturas de Hugo Zapata es que son táctiles, hechas como para que un ciego pase su mano por el lomo lamido de esas piedras de formas evocadoras, pero sin forma alguna definida. Piedras que rememoran formas naturales, montañas, lagos, rocas, cascadas, cordilleras, lunas, conchas, valvas, vulvas, vaginas, pétalos, falos, glúteos, almohadas, cantos del agua, guijarros humildes, rocas arrogantes, peñas gigantes, piedras de molino, venas, cálculos, danzas, bóvedas celestes, constelaciones, ríos. Qué no estará escondido en estas piedras. Todo el torbellino del mundo. Lo que fuimos. Lo que volveremos a ser. Polvo de estrellas, piedras. Lo único que queda cuando nada queda: piedra sobre piedra.

                                                                                                                              Hugo Zapata en uno de los sus lugares de trabajo, con parte de sus obras. / Carlos Tobón.

                                                                                                                              Hugo Zapata tiene ante la Naturaleza la misma sensación maravillada del hombre primitivo: estupor ante la piedra, reverencia ante su belleza inmotivada, innecesaria.

                                                                                                                              Todo podría ser frío e indiferente en la Naturaleza, y no lo es. ¿Por qué? Porque la vemos. El ojo busca formas en las nubes, en las olas, en las cortezas y también en las piedras. Y en esas formas adivina la belleza. Zapata dice que tiene en su taller un sembrado de piedras y que estas van, poco a poco, brotando de sí mismas, floreciendo, mostrando lo que tienen por dentro. Una mañana, él descubre que una forma ha aflorado, una forma antes no vista en la materia inerte, y le dice con cariño a la piedra: “Hoy te tocó, querida”. Y como Venus de la concha, de sí misma, nace la piedra. 

                                                                                                                              Una vez, el artista le dijo lo siguiente a Juan Luis Mejía: “El gran aporte lo hace la Naturaleza, yo lo que hago es transformar esas rocas, intervenirlas, para que aparezcan como un hecho mío, pero con el soporte de la misma Naturaleza”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Zapata nos invita a un maravilloso delirio de piedras. Minero extraño en nuestras tres cordilleras, cosecha piedras para crear ojos de agua que miren fijamente el firmamento. O imita glaciares entrelazando el vidrio entre las rocas reventadas, para indicar el agua o el hielo que durante millones de años fueron labrando la piedra con su leve caricia o su expansión irresistible. 

                                                                                                                              Todo escultor, tarde o temprano, tiene que vérselas con el más grande escultor del Renacimiento: Miguel Ángel. Este decía que ante un bloque de mármol era muy fácil ver la estatua escondida en la piedra: “Basta quitarle lo que le sobra”. El procedimiento de Hugo Zapata es, en cierto sentido, opuesto al de Buonarroti: le busca a cada piedra lo que tiene, no lo que le sobra. Lo que hace es ayudarle a ser más plenamente piedra, no le quita nada para que deje de serlo. Como observó bellamente el poeta William Ospina: “Hugo Zapata busca la piedra que hay en la piedra”. 

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              La primera sensación que dan las esculturas de Hugo Zapata es que son táctiles, hechas como para que un ciego pase su mano por el lomo lamido de esas piedras de formas evocadoras, pero sin forma alguna definida. Piedras que rememoran formas naturales, montañas, lagos, rocas, cascadas, cordilleras, lunas, conchas, valvas, vulvas, vaginas, pétalos, falos, glúteos, almohadas, cantos del agua, guijarros humildes, rocas arrogantes, peñas gigantes, piedras de molino, venas, cálculos, danzas, bóvedas celestes, constelaciones, ríos. Qué no estará escondido en estas piedras. Todo el torbellino del mundo. Lo que fuimos. Lo que volveremos a ser. Polvo de estrellas, piedras. Lo único que queda cuando nada queda: piedra sobre piedra.

                                                                                                                              Por HECTOR ABAD FACIOLINCE

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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