La doncella amó a un mozo joven como la primavera,
con flores en el cabello.
El mozo le prometió su amor para después de la guerra,
pero aquel niño verde sopló su vida por entre los sollozos que llegaron hasta la doncella.
Mientras tanto, un bufón recogió las palabras que el mozo nunca le llegó a susurrar
a la doncella.
La doncella amó a un príncipe hermoso como el verano,
con la luz del sol en el cabello.
El príncipe la llevó por entre bosques y ríos y fantasías,
para luego abandonarla a su realidad.
Mientras tanto, el bufón siguió sus huellas intermitentes por entre la tierra remojada.
La doncella amó a un caballero rojo como el otoño,
con el ocaso en el cabello.
Desde su torre, la doncella le prendió una vela cada noche y, cada noche,
el caballero siguió la luz hasta su encuentro.
Pero el viento apagó la vela, el caballero no fue más que una carga
y la dejó encerrada en su torre y en su oscuridad.
Mientras tanto, el bufón asumió el lastre
y lo convirtió en hojas que danzaron alrededor de la torre.
La doncella amó a un rey frío como el invierno,
con luz de luna en el cabello.
El rey la abrazó y la protegió,
pero la luna terminó su ciclo
y el rey menguó con ella.
Mientras tanto, el bufón, ya cansado, trajo consigo el amanecer
solo para la doncella.
Las estaciones se sucedieron
una tras otra.
Mozos, príncipes, caballeros y reyes
caminaron por la tierra sin mirar a lado y lado
Solo un bufón sin importancia se atrevió a fijar su vista hacia abajo.
Allí, uno de sus hermanos abrazaba a una doncella.
Las estaciones se habían sucedido
una tras otra,
y él siempre a la doncella se había aferrado.
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