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Las historias de amor de la Biblia nos hablan en Navidad

Fragmento del libro “Las historias de amor de la Biblia nos hablan”, editado por Origen. El texto sagrado de los católicos está llena de historias de amor, pero la idea bíblica del amor es mucho más extensa de lo que pensamos.

Shannon Bream * / Especial para El Espectador

21 de diciembre de 2025 - 05:00 p. m.
Portada del libro de la escritora Shannon Bream.
Foto: Cortesía Penguin
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En la Biblia hay distintos tipos de historias de “amor”, como el romance de Cantares, la amistad de Pablo y Bernabé y el amor de Cristo por nosotros. El amor es fundamental para la vida cristiana y, en especial, es importante conocer la manera en que Dios, y no el mundo, lo define.

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Hace un tiempo, volví a leer 1 Corintios 13 y todos estos temas me impactaron. Si has asistido a bodas cristianas, es probable que lo hayas escuchado varias veces, ya que es el pasaje más frecuente de todos los tiempos en estas ceremonias. Un conocido nos dio un hermoso cuadro con este pasaje escrito en caligrafía como regalo de boda. Es un recordatorio inspirador y desafiante de cómo debe ser el amor y cómo debemos representarlo en nuestra vida.

Los primeros cuatros versículos comienzan diciéndonos que, sin amor, casi todo lo demás carece de valor, validez y sentido. Olvídate del poder, el dinero y la fama –todo aquello que el mundo valora– porque, en la economía del cielo, el amor es la única moneda que importa. Esa es la primera lección: el amor no es opcional.

Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios; si poseo todo conocimiento, si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, si entrego mi cuerpo para tener de qué presumir, pero no tengo amor, nada gano con eso: 1 Corintios 13:1-3.

En resumen: puedes tener las mejores habilidades de oratoria, puedes tener la capacidad de ver el futuro y comprender los acertijos más complicados del universo, puedes tener una fe inquebrantable, puedes dar todo a quienes están en necesidad y sacrificar tu propia vida, pero, sin amor, todo eso no tiene ningún sentido.

Estos versículos deberían llamarnos la atención. Podemos hacer, ser e intentar muchas cosas, incluso cosas completamente positivas, pero si actuamos a partir de una motivación diferente del amor más puro, podríamos habernos quedado en el sofá de casa comiendo chocolates. Es muy importante que aprendamos a amar de la manera que describe Pablo; en efecto, toda la ley se resume en un solo mandamiento: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”: Gálatas 5:14.

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En ese mismo pasaje, Pablo nos exhorta a que nos sirvamos “unos a otros con amor” (Gálatas 5:13b). Entonces, sabemos que el amor debe ser la base de todo lo que hagamos en esta vida y que la definición de esa palabra fija un estándar increíblemente alto.

Esto nos lleva a la segunda lección. ¿Qué es el amor? No es lo que el mundo o nuestras emociones nos dicen. Solo podremos comprender y compartir el amor de verdad y en su forma más pura si permitimos que Dios nos muestre el camino. Como verás en las próximas páginas, todo amor verdadero está arraigado en Dios. No es tan solo la fuente de amor, sino que Él es amor. Creó a Adán y Eva a su imagen y semejanza para que estuvieran en una comunión eterna con Él. Derramó su corazón en el aliento de nuestros pulmones y continúa haciéndolo.

A menudo ruego que Dios me permita ver los verdaderos motivos por los cuales llevo a cabo algunas acciones y, a veces, me avergüenzo cuando me muestra el espejo. ¿Hice los mandados de ese conocido para ayudarlo en su necesidad o porque deseo que me quiera más y piense que soy una buena persona? ¿Me motiva el amor por los demás o por mi autoimagen? Para ser honesta, con frecuencia las buenas obras son más egoístas de lo que parecen desde afuera.

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También nos encontramos con este problema: hallar el equilibrio para “hablar desde el amor”. Sabes cómo es: ves a alguien que está en dificultades y sabes que, si ordenara su vida y dejara de autosabotearse, su camino sería mucho más fácil. Es decir, ¡mira lo bien que va tu propia vida! Decides que ha llegado la hora de confrontarlo –tú sabes– por su propio bien. Aprieta el botón de pausa por un momento. Examina tu corazón. ¿Estoy ignorando la viga que está en mi ojo para hacerle notar la paja que está en el suyo? ¿Lo estoy haciendo con aires secretos de superioridad, como si me estuviera dignando a estirarme para sacarlo del lodo sin haber mirado las manchas sobre mis zapatos? No cabe duda de que el amor verdadero se acercará a los demás y los ayudará, pero debemos recordar cómo lo hizo Cristo. Ya hablaremos más al respecto. Aquí se complica el asunto.

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El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso, presumido ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue: 1 Corintios 13:4-8a.

Fragmento de la traducción del Nuevo Testamento visible bajo la luz ultravioleta.
Foto: Biblioteca del Vaticano - Biblioteca del Vaticano

No mentiré: siento una profunda convicción mientras leo esa lista. Muchas veces estuve por debajo de estos estándares. Por cierto, ¿se supone que debemos amar a los demás conductores? Porque, en ese contexto, parece difícil cumplir con las cualidades de “paciente” y “no se enoja fácilmente”. Pero ahora vienen las buenas noticias.

El amor de Dios por cada persona que lee esta página o escucha estas palabras es perfecto e invencible. No tiene límites, manchas ni condiciones. No importa dónde hemos estado ni qué hemos hecho; su amor por nosotros no se desvanece. No tienes que hacer nada para ganar su amor y nadie te lo puede quitar. Pues estoy convencido de que ni la muerte, la vida, los ángeles ni los demonios; ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor: Romanos 8:38-39

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¿Existe algo que pueda dar más tranquilidad y esperanza que eso? El Dios del universo te ve, te conoce y te ama sin dudarlo.

A medida que crecemos en Él y permitimos que su bondad llene nuestra alma y nuestra vida, nuestra capacidad para amar a los demás también aumenta. En este lado del cielo, jamás alcanzaremos la perfección, pero si estamos dispuestos a seguir su ejemplo, Él nos dará lo que necesitamos para hacer las paces con ese familiar irritante, con ese compañero de trabajo traicionero o con aquel vecino que se compró un gallo. A veces, oro pidiendo que Dios me dé la voluntad para intentar caminar ese camino, luego veremos si efectivamente avanzo. Su amor nos cubre y nos rodea; nos compele a ser mejores y está allí para sanarnos cuando nos equivocamos. También nos capacita para que hagamos todo aquello que Él modela para nosotros.

La Biblia está llena de historias acerca de personas que no llegan a cumplir los estándares de Dios. Vemos interpretaciones impías del amor en las relaciones tóxicas de la Biblia, como en la imprudencia de Sansón, la arrogancia de Asuero y la cobardía de Adán y Eva, pero también vemos cómo Dios extiende su misericordia a sus hijos perdidos.

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Por otro lado, en Cantares, vemos el gozo y el deseo de dos personas que no ven la hora de casarse. Esto nos recuerda que Dios nos creó con todos esos anhelos de pasión y conexión. Tenemos el privilegio de ser testigos del amor desinteresado de Rut por su suegra, Noemí, cuando podría haberse alejado de una situación desesperante. Era tal la devoción de Jonatán por su amigo David que le juró lealtad a él, en lugar de jurársela a su padre asesino: el rey Saúl. Y, a lo largo de todo el Nuevo Testamento, presenciamos las numerosas amistades de Pablo en sus viajes misioneros, que sirvieron como fundamentos para la iglesia primitiva.

* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Shannon Bream es autora de “Las mujeres de la Biblia nos hablan” —bestseller del New York Times—.

Por Shannon Bream * / Especial para El Espectador

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