1. Tampoco la echaron de menos en la escena cultural de la capital, porque ya años antes la defenestraron desde la máxima instancia cultural (dirección del INBA): la habían despedido del cargo de directora de la Escuela Nacional de Danza que ella y su hermana Gloria habían fundado y también sus libros habían dejado de editarse. Nellie Campobello se fue apagando en el silencio de su vejez y de su secuestro, confinada primero en la propia casa por sus sirvientes y luego convertida en una discapacitada en la habitación 7 del hotel Progreso, en Dolores del Progreso, Hidalgo. Nadie supo que por años la alimentaron con café, barbitúricos y alcohol, que fue golpeada y ultrajada sexualmente. Que sus bienes fueron comprados por la esposa del abogado de un cartel de las drogas. Que sus manuscritos y otros documentos históricos que atesoraba, como cartas originales de Pancho Villa y telones para las obras de ballet pintados por el muralista José Clemente Orozco (avaluados en millones de dólares) estaban siendo rematados en el mercado negro y en colecciones particulares. O bueno, se sabía a la mexicana, es decir mal sabido: se sabía con verdades a medias, como un rumor, como los secretos a voces pintados en los exvotos o en los grabados de Posada o en la novela de Rulfo que tanto le adeuda, secretos que nadie se toma en serio pero todos saben que son verdades. Doce años después de su muerte, una organización social compuesta de periodistas y escritores llamada ¿Dónde está Nellie? logró movilizar a la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (adscrita a la Procuraduría) para establecer el caso (cerrado doce años antes) por el secuestro y desaparición de la escritora Nellie Campobello.
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2. Hay muchos escritores que se han situado en la perspectiva de la infancia para recobrar la memoria de un lugar, de los seres amados o de la desdicha. Félix Romeo, en dibujos animados, reconstruye su infancia en la España posfranquista a partir de la influencia de la televisión en la vida del niño que fue. Agota Kristof recobra su infancia en La analfabeta a partir del ambiente de hostilidad en la ocupación soviética en Hungría. Nellie Campobello dedicó toda su obra a recordar la revolución mexicana en el norte del país. Lo hizo en tres libros que acaso sean partes de uno solo que respondía a un riguroso método de recuperación del pasado: Cartucho, Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa y Las manos de mamá. Nellie Campobello volvía en estos recuerdos disgregados a su infancia, a los pueblos del norte de México, asolados por la revolución (1910) siempre que escribía. La niña que fue vivió en un estado de asombro entre un paisaje vibrante y un alzamiento armado que le permitió captar las tramas suficientes para recobrar en palabras la más singular de las memorias sobre esa época convulsa. Esos recuerdos fragmentados y algunos poemas le bastaron para llegar al canon de los escritores mexicanos.
3. Recordar es un método. No recuerdas a alguien de la nada. Solo hay huellas mnémicas. Recuerdas, en lugar de la madre, la sensación de protección que te brindaba su falda. Sus manos. Su perfume. Detalles. Un modo de caminar. Un modo de reaccionar a la desgracia. Un gesto que tuvo contigo. Un pedazo de pan que te dio cuando tenías hambre. Una pelea que tuvo con el juez por tener tu potestad. Su viudez. Cómo se manifestaba su tristeza. La memoria es fragmentaria porque la infancia es fragmentaria, la niñez es cambiante y pasa de la sensación de la exaltación al asombro por lo desconocido, del reconocimiento de las normas sociales a su interiorización. Hay varias clases de memoria, porque los recuerdos se fijan de modos diversos. La mecánica (una lógica automatizada), como la de las tablas de multiplicar que perdura aunque las hayas aprendido hace ya tantos años; la sensorial, de la que estás consciente, que depuras y modificas según la fuerza de la experiencia; y otra más profunda e involuntaria que se activa cuando se reúnen algunas condiciones similares a las que produjo la fijación: llamémosla recuerdo. Campobello recuerda con todas las formas de la memoria. Recuerda a la madre hasta en el acto de lavarse las manos. Esa persona que quisiste traer al presente regresa a través de sensaciones. Campobello simplifica los instantes y las sensaciones como si fueran vibrantes imágenes poéticas. Sintetiza de la misma manera en que funcionan los sueños, recurriendo a metáforas: pone una cosa sobre otra hasta llegar a un todo. Lo que cambia el recuerdo es el sentimiento que tenemos sobre la persona evocada. Sacar un recuerdo del no tiempo y volverlo tiempo es escritura. Otra escritora que trabajó con la memoria, Agota Kristof, en Hungría, tenía una emoción distinta sobre su propia madre. En donde Campobello conserva amor y admiración por la valentía que tuvo en un mundo dominado por hombres, en La analfabeta, de Agota Kristof, sobresale el rencor de la orfandad y la dureza de los niños que deben enfrentar solos un mundo hostil; en lugar de admiración o amor, solo hay rencor por el despotismo de quien debía darte amor y protección. La emocionalidad transforma entonces el recuerdo, es decir transforma la infancia. La infancia define la individualidad según sea la memoria personal.
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4. Había llegado a las letras de la misma forma azarosa que gobernó su vida. Siendo joven llegó con su familia del norte del país a la Ciudad de México para descubrir la danza y el ballet, una profesión que empezó como una pasión por el circo y el teatro de variedades visto en Chihuahua y que acabó en formación con maestros de la danza mundial y la fusión de una forma heterodoxa de ballet que las llevó, a las dos hermanas, a recorrer el país para aprender los bailes de cada pueblo originario mexicano. Después de una presentación en el teatro Lerdo de Xalapa, José Clemente Orozco y otros artistas propusieron al presidente de la república la creación de la escuela nacional de danza y la proposición fue aceptada. Azarosa también fue la forma en que se ganó la vida antes de aquel milagro: en Ciudad Juárez vivió en un hotel ataviada como pitonisa leyendo el futuro en las cartas y el rumbo del amor en las líneas de la mano. Azarosa fue la manera en que encontró la amistad de su mentor literario: fue a poner en un periódico el anuncio de venta de su carro y salió convertida en la mejor amiga de Martín Luis Guzmán. La amistad con el pintor de volcanes Dr. Atl la llevó a escribir un primer libro de poemas en 1929, Yo Francisca. En un viaje a La Habana, el crítico Antonio Fernández de Castro la convenció de escribir sus recuerdos de infancia durante la revolución mexicana. En libretas de mano escribió Cartucho, relatos de la lucha al norte de México, que se publicó en Xalapa en 1931. En un viaje a Morelia, para dictar talleres de danza en las brigadas culturales que coordinaba con su hermana, decidió recuperar el recuerdo de su madre que se erosionaba en el tiempo. Las manos de mamá se publicó en Ediciones de Izquierda con un tiraje de 300 ejemplares.
5. Cartucho fue soslayada literariamente y cuestionada como una exaltación del villismo. Pancho Villa era visto por un amplio espectro social como un bandido y no como un héroe nacional. La mala fama se trasladó al libro, donde contaba la visión de la revolución desde el punto de vista de una niña y contaminó la vocación de escritora de Campobello. Ella respondió en 1940 con un libro de periodismo histórico: Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa, donde documenta y perfila a un Villa humanizado y estratega que refuta la tesis de ser el Robin Hood mexicano. Cartucho podría pasar por una aparente celebración lírica de la muerte de la lucha al norte de Chihuahua, pero lo que ocurre es un enfrentamiento de analogías: la oda al héroe villista incluye también una sanción de la hombría. Las Adelas serán poco después las viudas de la revolución. Los valientes generales son poco después los cadáveres sepultados en los túmulos donde salen hormigueros. El carnaval esperpéntico y hedonista al mismo tiempo nace por la marca de la muerte que cada combatiente lleva refulgente como una marca visible para la niña. El Pancho Villa que recuerda Campobello no es el bandido que dinamitaba trenes, sino el que mandaba recoger las sandías de los vagones de los trenes de carga dinamitados para repartirlos entre la gente hambrienta. Su prosa es una síntesis en palabras de toda una época. En arte popular equivaldría a los grabados de calaveras de Posada: ambos señalaban los rasgos distintivos de la tradición informando y parodiando lo que oyen y lo que han visto. Más destacable es que, en Las manos de mamá, Nellie Campobello convierta el tiempo personal en tiempo histórico. El efecto que los hechos históricos tienen en las gentes que no son los protagonistas de la historia. Campobello señala una y otra vez un recuerdo común de la época: el hambre y la escasez. Menciona la crueldad, pero matizándola siempre como una crueldad de ida y de vuelta y con pausas y no carente de regocijos. Habla de los carrancistas y de los villistas no como revolucionarios enemigos sino como seres capaces de idéntica violencia y osadía. Los espacios de la memoria son elegidos por las sensaciones que provocan: la ciudad con sus miradas desdeñosas sobre los rancheros (campesinos) y el pueblo ocupado como amenaza para las mujeres y sobre todo para su madre: la viuda de un opositor.
6. Ser viuda era desclasarse. A la viuda, la mujer sin marido, se le negaba su independencia. Se le vigilaba. Se le levantaban chismes pecaminosos que eran una forma de control indirecto. Se le mantenía en un régimen de vigilancia que también era un régimen de cortejamiento (llegó a decirse que Nellie Campobello era hija de Pancho Villa, pero Rafaela Luna tuvo los hijos con su sobrino Felipe Moya Luna antes de conocer a los villistas y no se les puso el apellido del padre, por tanto que la que debía llamarse Francisca Moya Luna decidió usar un seudónimo en homenaje a su padrastro Jesús Campbell: Nellie Campobello). La madre se trasladó de un pueblo, Villa Ocampo, en el estado de Durango, a Hidalgo del Parral en Chihuahua para trabajar en el barrio obrero, donde vivían los trabajadores de una compañía minera. Allí fue donde trató a los revolucionarios, al bando villista y a los federales. El final de la infancia de su hija Nellie Campobello estuvo marcado por los cadáveres insepultos, los ahorcados, los fusilados, la gente con las tripas afuera de un mundo donde la muerte campeaba. Campobello cuenta en Las manos de mamá que la familia del marido se convertía en la tutora de la viuda. El Estado pretendía despojarla incluso de su condición de madre. La niña capta esa tensión durante el juicio por la potestad. Los objetos tienen el rango de amplificación de toda mirada infantil: la máquina de coser es un artefacto que lanza melodías cuyo ritmo es acallado luego por la artillería. Las calles son más anchas, las iglesias más altas, en su recuerdo. Sus textos son sensitivos: apelan a la carne viva, a los matices del olor y a las texturas que pasan por sus manos de niña.
7. Campobello consigue el milagro de las acuarelas en su prosa de frases cortas y rápidas: pinturas vivaces de efímeros instantes de tiempo, con luz y clima, olor propio de los lugares y atmósferas capturadas al vuelo. Los verbos están seguidos por adjetivos sensoriales, nunca abstractos, por eso de repente te hace sentir que estás metido entre los balazos y entre los chaparrales. Escribe rápido, pero es una rapidez que se basa en la precisión poética: donde en la acuarela hay color, aquí hay cenestesias. Siendo niña, mientras era llevada a un hospital de Chihuahua, descubre que todos los hospitales huelen igual. Quizá no sea un gran hallazgo, pero es un gran hallazgo para la escritora en que se convertiría esa niña: muestra que la memoria está fijada por sensaciones y no por secuencias de tiempo. Nos contamos recuerdos para organizar sensaciones y experiencias en nuevas secuencias. En uno de los instantes elegidos para recordar a su mamá pone el preciso momento en que avisaron que había muerto Cartucho, o alias Cartucho, el marido, y desde ese momento se altera toda la vida familiar. Viuda y niños se desplazan a la ciudad. Corren el riesgo de ser llevados a un orfanato. A la madre la recuerda pasando de situaciones penosas a circunstancias felices. Recuerda su complacencia diciendo que no le importaba que rompieran las tazas jugando porque era más importante un momento de felicidad que un objeto. Recuerda un tren descarrilado y lo distinta que es la muerte natural en un desastre a la muerte por bala: el puñado de tierra sobre un muchacho que quedó con los ojos abiertos le nubla la mirada a la niña y los restos de una mujer envueltos en su propia falda le dan la dimensión amorfa de la carne humana. No hace falta que diga que es una niña rodeada de muerte, porque el horror no deforma su mirada. A esa niña le parece que las tripas de un general detestable son rosadas y hermosas. Recuerda el aullido constante de los perros que se van quedando sin amo en un pueblo de fusilados. Recuerda siempre detalles: el lametazo de la sangre de los perros a la espera de que el cuerpo del amo se mueva y la mano le acaricie la cabeza de nuevo, como si los animales guardaran la ilusión de que los muertos despertarán (antes de empezar a comérselos). Cada recuerdo es un espanto, pero a diferencia de los recordadores espantados de Rulfo, Campobello no teme a los ahorcados que se balancean en los árboles. Los observa y los convierte en poesía que nace de las situaciones, como pinceladas de un mural donde está cifrado el horror de una guerra civil visto a través de la mirada de una niña.
8. A la fatalidad de esa niñez rodeada por cadáveres insepultos de la revolución se le sumó la muerte de sus amigos más queridos, el error que la distanció de su hermana, la destitución de su cargo como directora del ballet, el alcoholismo y la tragedia del secuestro. Nellie Campobello desapareció en México después de dedicar su vida a la danza y a la literatura. En 1998 la iniciativa civil “¿Dónde está Nellie?”, que denunció el secuestro de Campobello, en la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, hizo retomar la investigación de la desaparición de la escritora. En el juzgado 55 del ramo penal se dio un juicio que llevó a la captura de dos presuntos secuestradores y a la autora intelectual del secuestro, que desde entonces está prófuga. César Delgado Martínez, en Nellie Campobello: crónica de un secuestro (Universidad Veracruzana, 2007), describe los pormenores del caso y las aguas turbias de la justicia mexicana con este caso emblemático de una de las mejores escritoras latinoamericanas del siglo XX. No se me va de la cabeza que el editor Agustín del Moral Tejeda me habló con entusiasmo de su obra y me habló de aquel atroz final y solo hasta ahora leo la investigación de César Delgado Martínez, uno de los periodistas que conformaron la comisión para esclarecer el secuestro de la escritora. El libro está lleno de declaraciones judiciales, de declaraciones del secuestrador, de promesas de dar y presentar a la autora viva cuando ya lleva doce años muerta, de pistas que delataban lo anómalo y que las autoridades omiten. En el fondo, lo que muestra el libro es cómo la justicia está hecha de grilletes burocráticos para delegar responsabilidades y entorpecer y frenar, o de plano no actuar cuando es urgente defender derechos humanos fundamentales de gente desprotegida, cómo la vida cultural está empedrada por buenas intenciones, amigos, zancadillas y puñaladas traperas, cómo el alcoholismo está rodeado de fantasmas y a veces creemos que es la soledad lo que lleva al alcohol cuando acaso sea al revés, aunque en el caso de Campobello es difícil establecer si el alcohol apareció cuando el cuerpo le empezó a fallar y cuando la dejaron sin trabajo porque envejeció, o si el cuerpo le empezó a fallar porque envejeció, la dejaron sin trabajo y apareció el alcohol; o si sus colaboradores se fueron apropiando de sus bienes en la medida que ella les fue dando permiso de beneficiarse, o si la fueron obligando (con drogas y alcohol) a darles permiso para beneficiarse y así acabaron apropiándose de los cuantiosos bienes; es decir: se desconocen los móviles, se desconocen los caminos que conducen a las peores amistades a sentarse a tu mesa y a hacer realidad las peores pesadillas. La impunidad, ya lo sabemos: está hecha de secretos, de cohecho y de sobornos. El móvil del secuestro parece ser simple: apoderarse del patrimonio de una mujer sola. Pero acaso esa simplicidad también está hecha de aguas turbias que nadie quiere remover y a esa quietud le sigue siempre el silencio. Ella, Nellie Campobello, una artista frágil, rodeada de soledad y muerte, necesitada de amor, encabeza una de las primeras listas de mujeres secuestradas en México. Secuestraron su casa. La mantuvieron aislada, drogada, alcoholizada, en ayunas y saquearon sus bienes. Murió en cautiverio y fue enterrada sin honores en el panteón de Dolores del Progreso de Hidalgo. A ella, una de las más grandes escritoras de América Latina, aún se le debe justicia literaria.