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Las mariposas han perdido las alas

En medio de un escenario tan incierto es un alivio que las editoriales independientes vuelvan a lanzar libros y nos acompañen el encierro con sus novedades.

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Juliana Muñoz Toro
07 de junio de 2020 - 09:39 p. m.
Movimientos involuntarios (Editorial Milserifas) de la escritora bogotana Yulieth Mora Garzón.
Movimientos involuntarios (Editorial Milserifas) de la escritora bogotana Yulieth Mora Garzón.
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Estos días encontré una novela mínima, o una colección de memorias (¿acaso importa? ¿Acaso no es lo mismo la realidad y la realidad de lo que se imagina?). Se trata de Movimientos involuntarios (Editorial Milserifas) de la escritora bogotana Yulieth Mora Garzón.

Dice la narradora: “Nunca escribo lo que quiero, padre, solo lo que puedo”. La escritura como un movimiento a veces involuntario, como esos brincos que damos cuando dormimos, como la secuencia de acciones de la vida de un padre que decide no bajar cuando su hija le lanza piedritas a la ventana. Él duerme, ella, escribe.

Cada capítulo es breve, tal y como los recuerdos son fragmentarios. Quizá porque están rotos. Son como esas alas sin su mariposa que vemos en la portada, una bella foto de Cinthya Escorcia, como ese epígrafe de Ulises Carrión con el que abre la historia: “Un libro es una secuencia de espacios”. Adentro nos encontramos con varias imágenes escritas que reflejan una época: las tapas de los frascos ajustadas con bolsas que llevamos en la lonchera, colas de cometa con camisetas viejas, la pastilla de Mareol partida por la mitad, tenis de lona remojados en jabonadura azul.

La protagonista o la autora (¿acaso importa?) nace una noche de racionamiento de energía y lo primero que hace la madre es palparla a ver si está completa. Pero la ausencia del padre la hará sentirse incompleta en esa lejana infancia; una mariposa que ha perdido las alas. No tiene quién le enseñe a amarrarse los zapatos. O sí tiene, pero preferiría decir que el padre fue quien le enseñó. Mentirá lo mejor que puede. Conocerá al padre por lo que dicen de él: “¿tú eres la hija del marciano?”. Se dará cuenta de que no sabe su nombre y aún así tendrá una certeza: “mi padre no podría ser parte del aire”. Conversará con él imaginariamente: “Un día seré grande y tú serás pequeño”, “Padre, si tú hubieras sido una parte de nuestra casa, hubieras sido mi ventana (…) las ventanas son puertas al aire”. Intentará reconstruirlo con recuerdos, pero como no los tiene lo hará con vacíos: “te hice a mi manera/ y qué mala costumbre/ te dejé esperando en los lugares que no estás/ donde te reemplaza la ausencia. /Te hice mal, papá,/ a mi gusto”.

Al menos queda el Hombre nuevo, al que llamará papá, y el hermanopájaro que le enseñará a volar leyendo Canto a mí mismo de Walt Whitman, que llegará por la ventana, esa ventana que no es el padre, y pondrá el pico sobre su cabeza. Al menos escribirá esta historia y tendrá sentido. Así el padre nunca la entienda.

Por Juliana Muñoz Toro

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