Su labor empezó identificando las especies de árboles indicadas para reforestar un lote de 700 metros cuadrados. Guiado por su entrañable amigo Juan Diego Figueroa, consigue las primeras semillas de robles. Con este árbol, que en distintas mitologías simboliza la templanza y que en su etapa madura puede llegar a 40 metros de altura, inició el proceso de recuperación vegetal que 38 años después ha convertido un extenso yermo en un frondoso bosque. La sombra del espeso follaje de los nogales, balsos, guayacanes y guamos, protege un riachuelo, líquenes, aves, insectos, animales de monte, arbustos y 200 especies de orquídeas.
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Atrás quedaron los años convulsos de viajes de negocios y las preocupaciones de la beligerante década de los 90. Después de un obligado exilio que le impidió visitar el país por 15 años, ahora cuida con la técnica instintiva de un biólogo autodidacta cada una de sus flores. Desde un muelle de madera que semeja la proa de un barco, contempla la luz cenital del mediodía que descarga sus rayos sobre el tapiz verde del bosque que ha forjado en las últimas tres décadas. “Salí disfrazado de mujer hacia Miami por el aeropuerto de Cartagena luego de ser sentenciado a muerte por Pablo Escobar. Cuando me radiqué de nuevo en Medellín, esta trinchera natural me permitió reconciliarme con mi tierra y perderle el miedo a vivir en Colombia”.
Formado en el aprendizaje silvestre de la ciencia, con binoculares, lupas, cámaras fotográficas, manuales y un lenguaje singular de diálogo con las plantas que él asegura haber descifrado, este hombre rollizo y locuaz de andar parsimonioso ha hecho de este cinturón verde su refugio. Conocido entre sus amigos como el Gordo Fernández, con la enhiesta defensa de este bosque de toda ambición depredadora, reivindica el legado de su ancestro el sabio Caldas, aquel hombre de ciencia malogrado por su vinculación a la causa independentista.
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La abnegación de Jorge Mario en el cuidado de las orquídeas, es el común denominador de los 150 socios de la Sociedad Colombiana de Orquideología. Fundada hace 60 años, hoy es dirigida por el ingeniero mecánico Juan Carlos Sanín Arango, quien, como orgulloso heredero de uno de los 28 miembros fundadores, lidera esta organización con reconocimiento mundial. Nacida bajo la tutela de Mariano Ospina y Helena Baraya, lo que surgió como una entretención de amigos la tarde del 2 de abril de 1964 en la casa solariega El Ranchito, en Itagüí, pronto se convirtió en una vigorosa fraternidad de conservacionistas, científicos, viveristas y jardineros. Esta cofradía de admiradores de las orquídeas, antes de lo esperado, lograría algo trascendental para su pasión: en el año 1972 Medellín es escogida como la sede de la Séptima Conferencia Mundial de Orquídeas. A partir de este evento, Colombia se convirtió en una insoslayable referencia para la orquideología tropical.
Esta entidad sin ánimo de lucro convoca una vez al mes a sus socios a un espacio de reflexión académica en el que se enteran de los progresos técnicos que lideran sus homólogos en otras latitudes. Gracias a esto han podido tejer vínculos con The American Orchid Society, las Sociedades Alemana e Inglesa de Orquideología, así como organizaciones de cultivadores de Tailandia y Japón. Uno de los estandartes de los orquideólogos es la conservación de la especie, siempre amenazada por el coleccionismo irreflexivo y la carencia de hábitos de cuidado en torno al cultivo. Para superar la instrucción que se confina a un tedioso salón, en el año 2016 adquirieron en el municipio de Jardín la Reserva Orquídeas. En este territorio de 500 hectáreas se despliega un bosque nativo que alberga 230 especies de orquídeas y 170 aves endémicas.
Gracias a la investigación aplicada se ha garantizado la supervivencia de variedades que hace algunos años estaban próximas a la extinción. Este trabajo también ha incentivado el cuidado a partir de procesos de adaptación climática y la experimentación en hibridaciones y cruces genéticos con conocimiento y procesos de vanguardia. “Hemos implementado un programa de guardabosques y con visitas guiadas y cursos cortos promovemos la formación en ecología y la conservación de especies arbóreas nativas de la región”, anota Juan Carlos, luego de recordar que en esta pasión la tradición de sus ancestros ha sido decisiva. Desde este lugar situado en un encadenamiento de boscosas montañas antioqueñas, la pasión por la orquideología se transmite generacionalmente y se ha constituido en una fuente de estudio para experimentados y neófitos.
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Los aprendizajes acumulados, la tecnificación de la orquideología y el crecimiento espontáneo de una afición que adquirió el rango de campo estudio, fueron las circunstancias que propiciaron el nacimiento de un certamen dedicado al juzgamiento profesional de la flor nacional. En 1995 Florecer nace como el evento de confluencia de los cultivadores y expositores de las distintas variedades de orquídeas. Durante 28 años, y tras sucesivos logros y avances, este espacio ha demostrado que la consagración de la Cattleya trianae como emblema de la flora colombiana no ha sido solo una expresión simbólica carente de arraigo. Con la satisfacción que genera el cumplimiento de un logro, Juan Carlos hace un balance que acude a las cifras para reivindicar el notable crecimiento del evento. “En la versión del 2023 alcanzamos 50.000. Un equipo de 90 jueces nacionales y 12 provenientes de los Estados Unidos, evaluaron 1100 plantas a partir de los cánones de mayor rigor en la floricultura internacional. En esta ocasión, la exhibición incluyó plantas carnívoras, árboles de olivo y otras especies.”
La Ciencia de la orquídea
Diego Mauricio Martínez Rivillas, es el coordinador de la Unidad de Biotecnología Vegetal de la Universidad CES de Medellín. Sus líneas de investigación se han enfocado en la optimización de protocolos para el mejoramiento de especies ornamentales por técnicas Biotecnológicas, la producción in vitro de metabolitos secundarios, la estimación de diversidad genética de especies vegetales y el diagnóstico de enfermedades causadas por virus en cultivos. Explica como actualmente gracias a las técnicas clásicas de taxonomía y al desarrollo de proyectos de propagación y conservación en condiciones in vitro, las orquídeas, con sus variadas tonalidades de colores, formas, texturas y olores, se han convertido en objeto de estudio para grupos de investigación de centros académicos del país, además de las iniciativas privadas.
Mientras detalla aspectos fascinantes de las flores, expone en un evento en el recinto empresarial Ágora, en Bogotá. Diego Mauricio, me sumerge con su disertación en el universo insondable de la flor más referenciada en Colombia. “Las orquídeas son importantes en los ecosistemas por su sensibilidad a cambios en el ambiente, al percibir variaciones sutiles en los entornos naturales, ellas reflejan el estado de salud de los ecosistemas. También es pertinente señalar como las vainillas son orquídeas apetecidas por la industria de alimentos por tratarse de un maravilloso ingrediente natural clave en muchas preparaciones. Y no olvidemos la emotividad que esta flor le ha otorgado a las travesías humanas y el acompañamiento que ellas han brindado inspirando sueños y viajes de los apasionados por ellas a lo largo de la historia”.
Estas flores, que ambientan las fincas cafeteras y los jardines de los pueblos de los departamentos del Valle, Risaralda, Quindío, Caldas, Cauca, Huila y la sabana de Bogotá, y que se adaptan a climas tan opuestos como las costas de Córdoba y los cerros bogotanos, crean sentimientos de asombro y exultación en millones de admiradores en Colombia y todo el mundo. Vinculadas en la región andina a rituales religiosos como la ofrenda al santo sepulcro los viernes santos y los festejos hacendarios en las labranzas cafeteras, las orquídeas colombianas se cultivan en un rango de altitud que va desde los 0 hasta los 3000 metros de altitud sobre el nivel del mar.
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Diego Fernando Villanueva y su equipo Natural Vitro de la Universidad EAFIT, coordinaron en el año 2019 la VI Conferencia Científica de Orquídeas Andinas. En este evento se reunieron expertos de Indonesia, Filipinas, Reino Unido y Brasil que han dedicado sus vidas a estudiar las 30.000 especies de orquídeas que existen en el mundo. Su dedicación a las orquídeas le ha permitido documentar el rol ecológico que estas flores cumplen en los ecosistemas. Por ello en sus exposiciones, Diego Fernando enfatiza que las orquídeas son más que un ornamento. “Al ser repositorios de agua, las orquídeas, además de biofábricas, son nichos de hidratación y vectores de polen que propician la reproducción de especies mediante el flujo genético”, explica frente a sus coequiperos Catalina Restrepo Osorio, Alejandro Gil Correal, Lina Chamorro Gutiérrez y Luisa María Cárdenas, en una sobria y cálida oficina con vista a una zona verde situada en el campus de la universidad EAFIT. Su expresión facial y vestimenta dista mucho del acartonamiento y el tono docto de los académicos.
Aunque ha estudiado temas de relevancia en la agenda ambientalista mundial como la frontera agrícola y el uso cosmetológico de ciertos componentes de las flores, su grupo ha explorado enfoques desconocidos en la indagación científica de las orquídeas. “Al almacenar en sus pseudobulbos partículas contaminantes, se convierten en un indicador de situaciones ambientales dañinas. Así se convierten en bioindicadores de la calidad del aire”, ilustra con inocultable fruición en su rostro, Catalina, investigadora Junior de la Escuela de Ciencias Aplicadas e Ingeniería de la Universidad EAFIT.
Científicos como Diego Mauricio Martínez y Diego Fernando Villanueva, advierten que la Cattleya, género más popular entre las orquídeas colombianas, hoy se encuentra amenazada por la sobre extracción. Conocida en el mundo entero, su imagen circula en guías de viaje y postales que promocionan a Colombia como un bastión de la biodiversidad planetaria. Retratada por los primeros expedicionarios que la hallaron guarecida entre los añosos árboles de los bosques del Alto Magdalena, su belleza ha inspirado desde piezas líricas hasta tratados científicos. Bautizada como Cattleya trianae en honor al botánico José Jerónimo Triana, esta planta epifita que se hospeda en los troncos, en un acto de alquimia pictórica natural, logra hasta 70 tonalidades en sus vistosos pétalos. Esto la convierte en una flor exótica que ejerce una especial fascinación entre los coleccionistas.
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Floricultores como Daniel Piedrahíta y Francisco Villegas, contribuyen a que se conozca algunas de las 4200 especies que posee Colombia. Este número equivale al 15% de las orquídeas que florecen sobre el planeta tierra. En los zaguanes de las casonas y en los jardines de las fincas, las orquídeas son un elemento imprescindible del paisaje que secretamente hermanan la historia de los botánicos patriotas con la laboriosidad del labriego.
Como Jorge Mario Fernández, en distintas regiones de Colombia y en distintos momentos de la historia, las orquídeas han convocado a personas que sellan un pacto con su magnetismo natural y se enfilan en su cuidado y preservación. Desde William Cattley, el horticultor inglés que la propagó por América, hasta Bertha Hernández de Ospina que la cultivó en su jardín de Fusagasugá, las orquídeas florecen en el sentir nacional. En riberas y arboledas su presencia nos recuerda que la belleza se aloja en todos los flancos de Colombia.