El Magazín Cultural

Las pausas de un día común

Katherin Serrato, de la Universidad del Quindío, obtuvo este fin de semana el Premio Nacional de Periodismo universitario, Te muestra, por el perfil Las pausas de un día común, que reproducimos a continuación.

Katherin Serrato
25 de noviembre de 2018 - 06:45 p. m.
Katherin Serrato, estudiante de Comunicación Social de la Universidad del Quindío, ganadora del Premio Nacional de Periodismo Universitario.  / Cortesía
Katherin Serrato, estudiante de Comunicación Social de la Universidad del Quindío, ganadora del Premio Nacional de Periodismo Universitario. / Cortesía

Mientras el mundo hacía ruido con los triunfos y lamentos, nació Fernando: la publicación de Cien años de Soledad, el Grammy de Frank Sinatra por Strangers in the Night, la primera edición de la revista Rolling Stone, el terremoto de Neiva, la Emboscada de La Perdiz, la muerte del Che Guevera. Fue un 1967 agitado, aunque tuviera su encanto. Fer-nan-do. Fernando, de pila española. Del germánico Firthunands: firthu (libertad) y nands (valeroso).

Fer-nan-do: tres golpes en el paladar. Lobo estepario, acompañante de Demian. Fernando, contradicción infinita: solitario aventurero. De origen híbrido, como diría Nabokov: medio costeño medio rolo. Ni el porqué ni el dónde de su nacimiento reconoce. La firma de su madre, Angelina Vélez, y la de su padre, Alfredo Araújo, dicen que nació en Cartagena el 24 de diciembre. Lo raro es que todo está escrito con la misma letra y el lugar no coincide con los viajes de ese entonces. Bogotá es tal vez la más acertada, aunque el desencuentro sigue siendo el (él) mismo. Araújo, el menor de ocho hermanos: Edelmira, Alfredo, Dionisio, Ana María, Gonzalo, Ignacio, Angelina y Magdalena.

Fernando Araújo, no el político colombiano ex ministro de Desarrollo, sino el lector. El que nació con Herman Hesse, Friedrich Nietzsche, Fiódor Dostoyevski, León Tolstói y la revista  argentina, El Gráfico. El viajero. El enamorado de Pamplona en su adolescencia, y el disgustado por Caracas. La vida, que se hace la complicada a veces lo sacó de la primera. Y el optimismo burgués, esta disciplina irritante bien alimentada por la mediocridad y lo corriente, como escribía Hesse, lo detuvo en Venezuela. Fernando Araújo, el del gato, los libros y la música. El perturbado de una familia ejemplar.

***

No soy un hombre que sabe. He sido un hombre que busca y lo soy aún». Demian, Herman Hesse.

Bogotá es un boroló de direcciones y calles y sectores y localidades. Pero por allí en la calle 103, en el barrio La Floresta Norte, se encuentra el edificio El Espectador. Específicamente, como para no perderse, en el Canal Caracol. Los periodistas, muy orgullosos del prestigio de su diario y de sus 130 años, escriben y se miran y lo miran. «Un blanco fácil de encontrar», dice Fernando. Un blanco lleno de colores. Mira el afán y se sienta. Piensa, cuadra, apunta, mira y escribe. Se para, merodea algunos textos, regaña, vuelve a mirar y se va.

– Vámonos –dice su voz ronca.

Del sexto piso subimos al último. Al balcón. El frío nos envuelve en silencio. Desde arriba se ve todo lo que hemos dejado: las personas, los cargos, los horarios, el tiempo. Poco a poco nos dejamos también en la charla. Su mirada cansada e inquietante, se burla de la prisa y la vanidad y el egoísmo mientras fuma un cigarrillo.

– Fumar es una pausa en la vida –suspira. Es como que, apaguemos la radio y sentémonos a pensar. Pensar en el comienzo de una frase, en un artículo, en una columna, en un proyecto. Preguntarse cosas de la vida: qué es realmente la envidia, la vanidad, los seres humanos, el desamor, el amor, el odio. De qué estamos compuestos. No sé si será adicción estar tratando de descubrir siempre algo. Tratando de buscar las últimas razones a todo –me mira como si en mí encontrara todas las respuestas. O casi–.

Fernando tiene una cajita de cigarros, y cada pausa, como dice, es el comienzo de algo, y a su vez, un salto al vacío. El vacío de concluir una carrera, un libro, una frase. «Quiero ser un hombre inconcluso (…) Quiero imaginar yo los finales, todos los finales, y convencerme de que no hay buenos ni malos, mejores ni peores, sino seres humanos, tan inconclusos como yo, tan yendo a ninguna parte como yo», escribe en una de sus columnas, Me dejo vivir. Luego recuerda lo que todos, en algún momento, deberían recordar: el confinamiento al lugar común: el colegio y la universidad.

– Estudié en un colegio que se llama Liceo de Cervantes aquí en Bogotá. Comunicación lo estudié hasta octavo semestre en la Universidad Javeriana. Me salí porque me aburrí. No era  lo que yo esperaba. Luego empecé a trabajar y me puse de meta lograr toda la carrera sin necesidad de títulos y así ha sido hasta ahora. 

No tener títulos y no ser parte de la manada han sido su objetivo. Todas sus columnas y sus libros, son testigos de esto. Son testigos de que «la humanidad es un invento que fracasó», y de que «todo dejará de estar perdido cuando rescatemos los pequeños detalles, y en lugar de acumular cuentas y números y diplomas, acumulemos sensaciones», como escribió hace tres años en su columna Hacer y hacer.

– Cada libro es una historia distinta, pero de lo que he escrito, lo que los une es ante todo la rabia, el dolor de darse cuenta de muchas cosas que uno creía importantes y terminan siendo como muy sucias, empezando por supuesto por los seres humanos. Por eso he escrito varias veces que la humanidad es un invento que fracasó...–mira la ciudad que no deja de trabajar, y prosigue–. (...) La sociedad de este país en general me inquieta, me molesta… que no pensemos, que vayamos todos en un tren, o casi todos en un tren, a 300km/h. En un tren blindado manejado por los de siempre. No nos unimos, no nos oponemos, no luchamos, no pensamos y tenemos tergiversadas muchos aspectos fundamentales, como, por ejemplo, creer que la felicidad es simplemente un cargo, plata, y eso que llaman amor… Y yo pienso que hay que ir mucho más allá que eso. El objetivo de la vida no pueden ser esas tres cosas. O sea, sentarse a mirar una chimenea y unos leños arder. Me parece que es muy poquito. Y somos muy poquitos, somos mezquinos y por eso estamos clavando puñaladas a los demás. No tenemos grandeza ni altura… todo eso proviene de no pensar.

Los saltos que no ha querido dar se esconden en el vacío de sus gestos. En la razón de sus silencios. Sus cabellos, consumados por los años cuentan historias. Sus ojos curiosos e indiferentes, también: –He tenido muchos accidentes jugando fútbol. Lesiones, huesos rotos, varias operaciones… Y tuve una infección grave por la que estuve varios meses en cuidados intensivos de una

jugada de fútbol. Se me metió una bacteria en el hueso, y al parecer, en la operación como que se me pasó la bacteria para el bazo y bueno...

Así, con sus encuentros y desencuentros, dejaba escapar el humo que se confundía con el frío del mediodía. Sus furias y las mías se entrelazaban para contar historias sin palabras. A eso que le llaman el diálogo de miradas y sonrisas, por más miopía, hipermetropía y astigmatismo que se tenga. A esa puerta que abres y cuando te encuentras dentro, ya es difícil salir. O si lo logras, por algún motivo, la dejas entreabierta para volver a la pausa siguiente.

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«Quería tan sólo intentar vivir lo que tendía a brotar espontáneamente de mí. ¿Por qué había de serme tan difícil?» Demian, Herman Hesse.

Bajamos en silencio. Al llegar nos encontramos con el mismo cuadro: gente sometida a las pantallas distribuyendo su tiempo para otros. Aunque la vaina de estar sentando por un tiempo indefinido, como todo buen periodismo –si es que la inmediatez tecnológica no ha acabado con él–, se vuelve interesante en la medida que tu responsabilidad se convierte en continuación, y luego en gusto.

– De mi profesión, que no sé si llame profesión, me gusta tener una posibilidad, un espacio para poner referentes importantes. Para clavar puñaladas y para poner a hablar a la gente en lo posible de cosas profundas, esenciales. Por eso detesto la noticia y las secciones que son superficiales. En últimas, las secciones que dicen que son las más importantes, son las más superficiales porque sólo cuentan peleítas entre unos y otros, y yo pienso que lo que necesitamos es pensar, profundizar, entender antes que juzgar –me explica–.

Pero entonces, ¿qué hay detrás de todo esto? ¿Sueños, fantasías, fracasos, miedos?

– Yo soñaba con ser músico o futbolista. Nunca creí que me iba a dedicar a lo que hago ahora. Realmente pensaba que no servía para nada. Creía que mi profesión en la vida o con lo que me iba a ganar la vida, era pegando ladrillos como un albañil o algo así por el estilo. Es muy difícil cuando tu autoestima es demasiado baja. Obviamente con la educación desastrosa que tuve, de alguna manera, o por lo que le decían a uno en la casa, en el colegio… Ya mucho tiempo después empecé a sentirme un poco más seguro, fundamentalmente por lo que iba escribiendo y publicando y luego por los libros que leía. Yo creo mucho en algo y son las pequeñas victorias. Cuando escribes algo y te lo publican y de pronto hay dos elogios… eso te va dando fuerzas para seguir. Te va motivando.

Y sin título de cantante y futbolista, Fernando canta, juega fútbol y escribe sobre él: – Canto canciones de Silvio Rodríguez, de Roberto Carlos… algunas de Leonardo Favio, Sandro. A mí me gusta la música que está hecha desde la sinceridad. Que está hecha para contar historias. A mí no me importa tanto el género, las divisiones que se han creado. Por ejemplo, Silvio Rodríguez marcó mucho un antes y un después… Me metió en un mundo donde la música iba más allá de un simple te amo o te quiero. Se atrevía a hablar de fusiles, de situaciones sociales y como que empecé a tomar cierta conciencia del mundo donde vivíamos. La música y obviamente lo que iba leyendo… todo iba de la mano.

Aunque Fernando tampoco cambió el amor por el fusil –aunque sean distintos, pero se parezcan–. Él también se amó, amo y desamó:

– Supongo que me he enamorado varias veces, pero siempre de una manera distinta. Y he concluido que el amor perfecto es como el platónico, aquel donde realmente nunca pasa nada. Pienso que es la convivencia y los pequeños detalles los que van matando las relaciones. Y sobre todo la seguridad. El sentirse seguro de que te aman o viceversa, sólo provoca que se acomoden y ya... Y es ahí donde dejamos de descubrir a la persona –. Me habla como si me estuviera leyendo un cuento y yo fuera la protagonista: esa que está tan perdida buscando al otro, aunque se haya abandonado. Prosigue– (...) Uno pasa del odio al amor y del amor al odio con una gran facilidad precisamente porque son dos grandes pasiones, dos caras de una misma moneda que podríamos llamar ser humano.

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«En todos los sacudimientos de mi vida salía al final ganando alguna cosa». El Lobo Estepario, Herman Hesse.

Y aunque nació en un «mundo claro», lejano del ruido y el mal, Emil Sinclair y Demian, sus compañeros de aventuras, lo invitaron a descubrir y descubrirse. Todo tenía su encanto entonces, decía. «Sobre todo las luminosas manchas movidas que veía al cerrar los ojos». Sin embargo, la idea, nada relacionada con su familia, tan acomodada y limpia, podía salir de los libros. Pero la escritura fue el antídoto para clavar la puñalada y quitarse la máscara que se le impuso desde niño.

– Creo que la lectura me marcó mucho. Me sentía en otro mundo. Y al mismo tiempo, empezaba a escribir esas historias de alguna manera con mis palabras. Escribía reescribiendo a partir de los libros que leía: Crimen y castigo, Ana Karenina, El Lobo Estepario, Demian, Hambre. Pan... Entonces yo intentaba contar las mismas historias, pero a mi manera. (...) Hay un libro fundamentalmente que empezó a responderme muchas preguntas sobre la vida: Demian de Herman Hesse. Y de ahí me puse en camino hacia otros autores y hacia la posible no existencia de Dios. Y bueno, cuando me ponía a pensar en eso sentía que me devoraba en el infierno por las llamas. 

Nacer en ese mundo tan organizado y recto implicaba tenerlo todo, o casi. Por un lado, su madre es heredera de una tierra. Y su padre, por otro, fue varias veces ministro y embajador. Aun así, fue un «casi todo». Fue un casi todo las mansiones, la universidad, los viajes, los gastos, las sirvientas. Un casi todo para alguien que fue, y es incapaz de comprender el mundo: la burguesía absurda y los manuales de familia perfecta.

– Pienso que he luchado toda la vida, no la he tenido fácil. No me gusta lo fácil. Mis padres no me ayudaron a conseguir trabajo ni nada por el estilo. Yo duré mucho tiempo desempleado y todos se opusieron a que yo fuera lo que soy cuando estaba empezando. Incluso alguna vez me matricularon en Derecho sin preguntarme siquiera. Me cortaron en pedacitos toda la ropa que tenía porque yo era andrajoso y no era por supuesto un buen ejemplo, un buen hijo de  familia según sus cánones, sus estereotipos. Y muchas veces me pregunto por qué siempre elijo el camino más complicado, pero creo que al final del camino echaré para atrás y diré que me siento orgulloso de siempre haber luchado. Y siempre haber luchado sobre todo a mi manera.

***

«Eres demasiado exigente y hambriento, el mundo te rechaza, tienes para él una dimensión de más». El lobo Estepario, Herman Hesse.

Hay que enfriar porque lo caliente duele. Salimos entonces al Canal y nos sentamos en un muro. Fernando hace su pausa habitual: saca un cigarrillo. Me mira y se ríe. Fuma y piensa en silencio. Luego de revolcar por su vida como quien busca algo, me dice:

– Yo voy llegando a la mejor conclusión de que el mejor regalo que le pueden dar a uno es una libreta y un lápiz… Lo importante es estar viviendo y estar en estado de escribir más que terminar y publicarlo. Eso es bonito, es una vanidad y es una venganza contra el mundo, pero… una vez han pasado los meses viene el vacío de cómo decir lo que quiero decir. Cómo hago para dejar plasmado lo que siento, lo que vivo, lo que veo.

***

Y luego, la información básica terminaría siendo así: Fernando - Araújo -Vélez, tres palabras, 375.000 resultados en 1,03 segundos. Escritor y periodista del Espectador. Ganador del premio Simón Bolívar y autor de los libros Y por favor,

miénteme; Del domingo al vacío, El fútbol detrás del fútbol, 8.848 Everest, No era fútbol, era fraude; Pena máxima, y Perturbados. Ha escrito para People, Cromos, Semana, El Siglo, El

Tiempo, Soho y Credencial.

La adicional:

Tiene 50 años y mide un poco más de 1,59. Ojos oscuros y tez blanca. Padre de Salomé y Alejandro. Se casó dos veces y las dos veces se separó.

Y por último…

Fernando Araújo Vélez: tres golpes largos en el paladar. Lobo estepario, acompañante de Demian. Contradicción infinita: solitario aventurero.

Por Katherin Serrato

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