Hace unos años, durante un festival de periodismo narrativo en Buenos Aires, Cristian Alarcón tomó la palabra y, frente a las 500 personas que habían ido a escuchar sobre la faceta utópica de este oficio —muchos de ellos pensando que ese era el horizonte que querían conquistar—, afirmó que la crónica había muerto. El editor de la revista Anfibia, una publicación de la Universidad Nacional de San Martín de la capital argentina, que se había dedicado casi completamente a este género, parecía haber decretado el fin de una era no solo para la publicación que dirigía, sino para el periodismo entero.
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“Lo dije no como un acto nostálgico, sino más como una provocación que consideraba necesaria ante el estancamiento del género: su repetición de estructuras, su dependencia del adjetivo más o menos eficaz y, sobre todo, la fetichización del ‘yo’, que se fue dando cuando la crónica comenzó a darse besos con la autoficción”, relató en una conversación para El Espectador, en el marco de la décimo tercera edición del Festival Gabo, que abrió nuevamente un espacio para pensar en lo que está pasando con el periodismo, cómo ha evolucionado y hacia dónde ha de virar para no perderse en el frenesí de los likes y el engagement.
“No sé si sería capaz de decirlo en estos términos en un panorama como el que habitamos”, matizó Alarcón. Después de todo, Anfibia nunca dejó de publicar crónicas. Ahora se dedican a un espectro mucho más amplio, que se extiende no solo a otros géneros literarios, como el ensayo, sino también artísticos, como la performance, y mediáticos, como el pódcast. Pero en sus páginas los lectores aún encuentran textos rotulados con un pequeño cuadro de rosa pálido que dice “crónica”.
El género no murió entonces, ni parece estar cerca de morir ahora, pero eso no significa que no haya cambiado. “Creo ahora que lo que murió fue una cierta idea de crónica, entendida como una forma canónica de periodismo con pretensión literaria que se cerró sobre sí misma”, afirmó.
El camino de la crónica
En un ecosistema en el que estas historias pueden quedar fácilmente relegadas ante el mar de contenido, cómo mantener el barco a flote es una pregunta obligada y constante en los medios, sobre todo en aquellos que le apuestan a un ritmo más calmado. “El periodismo narrativo es nuestra forma de sabotaje al algoritmo”, explicó Alejandro Saldívar, editor gráfico de la revista Late y otro de los invitados a esta edición del festival. “En lugar de reproducir el ritmo histérico de esta actualidad, lo que proponemos es un tiempo humano, una respiración más larga, un lenguaje que se atreve a pensar”, continuó.
Este proyecto nació en 2017 de la convergencia de seis periodistas de seis países de Latinoamérica que sentían la necesidad de rebelarse frente a lo que en ese entonces ya se proyectaba como un futuro dictado por la urgencia de la viralidad. “Era una crítica al periodismo convencional, a la vez que una reflexión a propósito de las diferentes maneras de hacerlo. Con esa inquietud recurrimos a las artes, la literatura, el cine y la fotografía para superar la posibilidad noticiosa y estacionarnos sobre las historias”, contó Giovanni Jaramillo, editor general de esta revista.
Para él, había una necesidad de volver a la narración, no como un “adorno” para alimentar el ego de los periodistas, sino como una metodología para pensar el mundo. Fue con esa convicción que comenzaron a publicar historias de todo el continente en las que ese era el enfoque principal y en las que no prevalecía la lógica de la optimización. Esta fue la forma en la que quisieron devolverle la humanidad al periodismo que, para Saldívar, “ya se nos fue entre líneas de código” y ha convertido al periodista “ya no en un narrador o un testigo, sino en un curador de estímulos”.
Ahora bien, que se priorice la narración no quiere decir que se deba sacrificar el espíritu investigativo de la crónica periodística. Ante la provocación de Alarcón, Saldívar se atrevió a lanzar una interpretación: “Algunos periodistas han confundido la potencia narrativa con el rococó sentimental, la denuncia con el adjetivo barroco y el periodismo con un taller de escritura creativa”, una tendencia que, aseguró, fue heredada de la marca que dejó Gabriel García Márquez en el desarrollo de este oficio. “No basta con contar la violencia, sino que hay que volverla bella. No basta con narrar la corrupción, hay que envolverla en frases largas con sabor a mango podrido y nostalgia de selva”.
Como es de esperarse, no es cuestión de pararse en un solo lado de la balanza. Anfibia, Late y todas las publicaciones periodísticas de esta naturaleza lo saben, por lo que la clave está en encontrar un punto medio en el que la narración y los datos converjan. Y, para hacerlo, cabe resaltar que se trata de publicaciones que siguen apostando por sus formatos impresos en un mundo en el que la vista de toda la audiencia parece estar volcada en internet.
Papel para parar y pensar
A contracorriente de las revistas que cada mes luchan con las cuentas que les dicen que ya es hora de dejar de imprimir, este año Late sacó su primera edición en papel. “Lo hicimos porque queremos que esas historias perduren por encima de la inmediatez”, explicó Jaramillo. Para él, uno de los aspectos más valiosos de poder hacer este tipo de periodismo es tener la posibilidad de tomar una de sus piezas cinco o diez años más tarde y aún encontrar algo valioso para leer.
Alarcón concuerda con esta idea, pero recalcó la importancia de ser capaces de comunicarla a las audiencias con el fin de no quedarse únicamente en aspiraciones. “Sostener una revista hoy ya no es un acto editorial en sí mismo, sino una nueva manera de resistencia estética profundamente afectiva. No hay manera de sostener nuestras revistas si no es en red, inventándonos nuevas formas de vida, lenguajes propios, apelando a esos cómplices que pueden ser los periodistas, los diseñadores, los programadores, los community managers, pero también las audiencias. Sin complicidades, sin esa red de tejido pulsional, vital, deseante, ya no es posible hacer periodismo narrativo”, afirmó.
Ahora bien, no se trata de ignorar las lógicas digitales de nuestro mundo contemporáneo. Estos proyectos saben que no se trata de desligarse del sistema de redes sociales e internet, sino de aprender a utilizarlo para volver a poner a la humanidad en el primer plano. “Si no lo hacemos, corremos el riesgo de gastar la poca energía que nos queda en publicar para ser leídos por los propios y no en romper las barreras de nuestros nichos. Si Anfibia se quedara tranquila pensando que solo la leen los progresistas bien pensantes de las principales ciudades de América Latina con acceso a la universidad y a algún tipo de conciencia sobre la situación internacional, habría perdido la batalla”.
La resistencia ahora la lideran desde un formato en el que los anuncios no bloquean la vista con cada vuelta de página. No es fácil, nadie dijo que lo sería, pero es la orilla desde la cual, tanto Late como Anfibia, han decidido defender una forma distinta de hacer periodismo.