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Las voces de los muertos, entrevista con Pablo Montoya

El escritor Pablo Montoya presenta La sombra de Orión, una novela estremecedora en la que reconstruye y toma posición en temas trascendentales, como las denuncias por desapariciones en La Escombrera de Medellín, en los que la historia oficial está más llena de preguntas que de respuestas. Entrevista.

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Jairo Patiño
16 de febrero de 2021 - 10:17 p. m.
Pablo Montoya ha publicado "Los derrotados", "Lejos de Roma", "La sed del ojo", "Cuadernos de París", entre otros.
Pablo Montoya ha publicado "Los derrotados", "Lejos de Roma", "La sed del ojo", "Cuadernos de París", entre otros.
Foto: EFE - Ricardo Maldonado Rozo
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Las voces se oyen allá, al fondo, en el infierno. “Me llamo Ofelia María Cifuentes”, dice la mujer que también es “tierra calcinada, sangre y brasas sin tregua”. O también está la voz de Tulio Andrés Acevedo, para quien no es fácil hablar de su condición y no sabe explicar bien qué ha pasado con sus huesos.

Son los muertos que reclaman en La sombra de Orión, la nueva novela de Pablo Montoya. Es un libro sobre esa Medellín donde la incógnita de los desaparecidos es como una sombra, un susurro que sale desde ese lugar donde confluyen tantas dudas y dolores y violencias: La Escombrera de la Comuna 13.

Y el libro es lo mismo que un descenso al infierno. El profesor Pedro Cadavid, personaje central, es quien hace el recorrido que tiene distintos momentos: el recién llegado del exilio que resulta oprimido por la violencia cotidiana; la historia de amor atravesada por la diferencia de edad y origen social; o el nacimiento de una ciudad que se formó despacio, ladrillo a ladrillo, en las fincas que fueron parceladas y luego ocupadas por desplazados por la violencia.

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La novela elabora un fresco de las últimas décadas en esa Medellín que es también la metáfora de Colombia. De esos barrios recién fundados a los que un día llega la violencia de las milicias guerrilleras y, en respuesta, aparece el paramilitarismo. Y la cadena que sigue eslabón tras otro con los jóvenes atrapados por los fajos de billetes de “El Mago”, el capo del narcotráfico que además es un político de la ciudad.

Y en el proceso La Escombrera es un destino. “Fue como reaccionar como escritor y ciudadano ante algo que me parece a mí el verdadero flagelo que tiene Colombia. El asunto de los desaparecidos es una cosa terrible que nos carcome”, dice el autor.

Decálogo de muertos

Montoya desde su literatura plantea preguntas e inquietantes cuadros sociales. Y para sustentarlos construye un universo a medio andar entre la realidad y la ficción. Los espacios físicos; las familias; los héroes y villanos; la Medellín azotada por la muerte sin sentido. Todo eso está allí. Las heridas y preguntas que están abiertas y que aún hoy, en el plano de la realidad, siguen rondando a las víctimas, académicos o defensores de derechos humanos.

Cuenta Montoya que dos novelas le dieron herramientas para configurar ese universo. El decálogo de víctimas de feminicidio que hay en 2666, la novela de Roberto Bolaño. “Es como una mezcla de literatura y antropología forense, una cosa terrible”, recuerda Montoya.

Y la novela El material humano, de Rodrigo Rey Rosa. “Él en un capítulo hace una lista de nombres de personas que en Guatemala han sido ultimadas por la policía. Pero son nombres y apellidos y una fecha, simplemente”.

Ese modo seco pero demoledor de contar el asesinato y la desaparición tiene una nueva versión en Montoya, que recuerda a Juan Rulfo en un rasgo específico: la muerte como una de las voces de la narración. Es lo que se oye allá, al fondo, en el infierno que se supone es La Escombrera.

“Decidí tomar la información de los desaparecidos que supuestamente están en La Escombrera –dice Montoya–. Ahí entramos en el territorio de lo literario porque es el de lo improbable. ¿Cuántos desaparecidos hay en La Escombrera? Hay muchos que dicen que no hay nadie, que eso es una mentira, una invención. Otros que hay cinco, diez, quinientos, mil. Las cifras van cambiando y eso me pareció terrible”.

La Escombrera se ve en la novela desde diferentes puntos de vista. Uno de los personajes, por ejemplo, es un músico que rastrea los sonidos de los desaparecidos que se cree fueron allí arrojados.

“Y él dice que allá hay 100 mil desaparecidos –explica Montoya–. Mete a todos los de Colombia. Pero esa es la visión de ese personaje. Así como García Márquez dijo que había 3 mil muertos en las bananeras, que además caen al mar”.

Montoya consulta fichas antemortem para reconstruir las vidas de los que probablemente están en La Escombrera. Y esos formularios con los datos sueltos son reelaborados desde la literatura. El escritor construye su versión que además está sustentada en el eje de la realidad. “Me apoyé para escribirla en dinámicas periodísticas. Trabajo de campo, entrevistas, visitas a los barrios”.

Literatura de la violencia

Los propios personajes están convencidos de que una manera posible de superar la violencia es intentar contarla. Hacer literatura con ella. El texto de García Márquez “Dos o tres cosas sobre la literatura de la violencia”, donde la máxima es que las narraciones deben estar en el drama de los vivos y no en el coteo de los muertos, está presente en La sombra de Orión.

El profesor Cadavid utiliza ese ensayo para sus clases sobre literatura, donde propone puntos de encuentro entre los libros del propio García Márquez con los de Manuel Mejía Vallejo o Hernando Téllez, entre otros. Pero Cadavid, que es un poco Montoya, resulta carcomido por esa realidad. “Enfermo de violencia”, dice el escritor.

Es la tercera obra en la que aparece este personaje, después de Los derrotados (2012) y La escuela de música (2018), y el rasgo común es que siempre está en busca del mismo sentido. “Cadavid se está preguntando permanentemente cómo abordar la violencia –explica Montoya–, cómo narrarla y hacerla ficcional”.

Desde la literatura, ¿qué es lo que se puede aportar a la historia de esa Operación que quizá no es posible de ninguna otra manera?

Yo a veces me sentía como muy sujeto a esa realidad. Pero a medida que iba desarrollando las diferentes formas de asumir esa violencia, en la novela, empecé a separarme de ese poderío de lo real y a establecer otras coordenadas más imaginarias. Ahí es cuando introduzco miradas desde la música o la pintura para tratar de aproximarme a esa realidad violenta y darle un tratamiento más literario.

El profesor Cadavid habla del texto de García Márquez sobre literatura de la violencia. ¿Qué es hacer novela de la violencia en el siglo XXI?

Yo sí hago catálogo de muertos, desaparecidos y masacres. No estoy de acuerdo completamente con García Márquez, pero sí creo que hay que recuperar es el trabajo estilístico. Estamos escribiendo una novela y debemos tratar que esté bien hecho. Pero no me dejo llevar por ese amarillismo que ha generado la literatura de la violencia en Colombia.

Y en la novela también está la construcción de ciudad, el surgimiento de los barrios. ¿Hay una postura frente a eso?

Me pareció muy importante contar la historia no solamente de la comuna 13 sino de las comunas populares de Medellín, las más estigmatizadas por la violencia. Hay una sociedad periférica golpeada sucesivamente por la violencia. Bandas de narcos, milicias, paras… Y luego todos se cruzan. Inclusive los grupos legales son provocadores de violencia: se unen policías con milicianos y paramilitares. ¿Qué nos pasó? Me parece que la degradación de la ciudad Medellín llegó a unos puntos impresionantes y es cuando yo construyo el relato de la comuna.

Por Jairo Patiño

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