Apostándole incluso a la vanguardia literaria, Laura Restrepo hace de su nueva novela el relato de un nuevo género: “Brutal noir”. Entre el humor y el terror, la escritora colombiana nos muestra las distintas caras de la violencia, esta vez inspirada específicamente en la tragedia que se vive en la Franja de Gaza.
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“Fui invitada por Médicos Sin Fronteras y Médicos del Mundo, quisimos con mi hijo entrar a Gaza. Fuimos, pero no pudimos entrar porque las mismas organizaciones no pudieron. No entramos, pero estuvimos merodeando, estuvimos entrevistando a familiares de los palestinos que estaban allá adentro, a muchos políticos, desde Egipto hasta la frontera”, contó Restrepo, quien afirmó también que a partir de los reportajes que publicó pensó que la literatura tenía que ser otro frente para reflexionar sobre lo que ha dejado la guerra en este y otros lugares del mundo.
¿Cómo pensó la violencia, un tema transversal en su obra, en este caso?
Creo que lo que a mí me estremece, y que me hizo pensar: “yo tengo que escribir esto en forma de literatura”, fue Gaza. Porque pienso que así como la caída de Constantinopla marca el fin del Imperio Bizantino, así Gaza marca el fin de la cultura occidental. Ahí se hunden todos los valores humanos, todos los valores democráticos, ahí quedan enterrados. Es decir, es una cultura que se come a sí misma, una democracia que implosiona. Eso sucede con el visto bueno de la grandísima mayoría de los gobernantes de la Tierra y lo hace a uno pensar: estamos viviendo en otro mundo. Y si a eso le sumas al señor Trump con su política inhumana en todos lados, el capital devorando ya sin medida la vida humana como el último de los despojos, te hace pensar que realmente, a partir de Gaza, estamos entrando en una nueva era de terror. Y no lo vemos, queremos cerrar los ojos. La complicidad del poder, en general —salvo contadas excepciones— es estremecedora, porque quiere decir que entramos en un nuevo orden.
Y es curioso, porque, por ejemplo, el hecho de que regrese Trump significa que hay gente que avala precisamente ese orden del terror. ¿Usted por qué cree que la gente está eligiendo nuevamente este tipo de líderes?
Porque nos han metido un mico, que es la seguridad. Esa manera de pensar muy gringa de que ante todo es la seguridad. “Yo tengo que estar tranquilo, yo tengo que estar seguro”, y al precio que sea. Y entonces aquí también lo venden por todos lados. Trump les parece bien porque, para vender la política de seguridad, hay que dibujar amenazas horribles. Entonces los inmigrantes son pintados como una cosa espantosa, unos comegatos que pronto se van a comer a nuestros niños. La gente se cree ese cuento, entonces también, movido por el odio a los extranjeros, a los inmigrantes, todo es aterrador. Hay que avalar a Trump porque, además, queremos ser ricos, porque el espejismo es ese: “vea, sea rico. Si él pudo, yo puedo”. Y hay una serie de mecanismos torcidos ahora. Todos los gobernantes europeos apoyan las políticas norteamericanas, ya eso nos daría para un tratado interesante. Y, de todas maneras, creo que es la caída estrepitosa de ese imperio, y está arrastrando, en sus últimos coletazos, lo que puede ser un desastre masivo.
Volvamos al libro. Quiero preguntarle por qué la inclusión de la figura del Acéfalo.
Los surrealistas, movimiento muy potente que surgió como reacción contra el nazismo, empieza a coger un auge —como está sucediendo ahora—, y al mismo tiempo empiezan a sentir los horrores de la guerra mundial que se está regando por el mundo. Georges Bataille —no directamente un surrealista, pero estuvo muy ligado a ellos— elaboró una teoría de cómo la cabeza, un poco como la frase de Goya: “El sueño de la razón produce monstruos”, de cómo la razón occidental está produciendo la monstruosidad que empiezan a vivir ellos por los años 30, y ahí es que dibujan el Acéfalo. Le pide a un surrealista, que es André Masson, que diseñe la figura, y esta tiene unas características muy particulares: primero, es una versión en contraposición al Hombre de Vitruvio de Leonardo. El Vitruvio es el hombre occidental en la perfección de su armonía, su equilibrio: el círculo y el cuadrado, la complementación de la arquitectura, la ciencia, el ser humano.Y el Acéfalo tiene la misma posición, es el hombre desnudo, pero no tiene cabeza. ¿Por qué no tiene cabeza? Por varios motivos. Porque es decapitar una razón que ha producido la monstruosidad que se empieza a vivir, y porque la cabeza es el poder. Acuérdate de lo que siempre se ha dicho en la historia: a los reyes no se les deponen, se les decapita. No solamente matar al individuo, sino acabar con todo un orden de cosas. El Acéfalo tiene la invitación a recuperar la visión del mundo con las entrañas, en el vientre tiene un laberinto, la calavera en el sexo, la daga en una mano y en la otra el corazón en llamas. Se vuelve un símbolo potente. En la novela aparece como muy ambiguo. Es decir, el mismo Misericordia Dagger no sabe bien qué es. Se lo han tatuado en la espalda y él nunca lo ha visto.
Y será por eso que, por ejemplo, aquí en uno de los diálogos, creo que es Alegrías el que le dice al verdugo que él quita la cabeza porque en la cabeza anida la locura. Dice: “Le temes a la locura”. ¿Por qué un verdugo le tiene miedo a la locura?
Bueno, este es un verdugo ilustrado, ¿cierto? Misericordia es el más disciplinado de los mochacabezas del dios Abismo. Es absolutamente fiel, el que cumple las órdenes. Se guía por la ley de obediencia debida. Y sin embargo, el hombre está lleno de contradicciones. Es un verdugo ilustrado que va a ver las películas de Bertolucci y lee a Nietzsche. El hombre se trae su cultura ahí como improvisada también, porque le gusta soltar frases y echar pinta, pero él tiene su quiebre en la cabeza, tiene ahí su rayón. Y entra en esa duda metódica, tal vez la única duda que no puede tener un verdugo, que es: ¿mato o no mato? ¿No? Hamlet es “ser o no ser”, y este, en versión payaso: “¿mato o no mato?”, lo único que no se podría preguntar. Entonces él se pilla muchas cosas, y Alegrías, que es bien perceptivo —a mí me encanta este personaje—, nota que Misericordia tiene dudas. Y de hecho, bueno, no vamos a hacer spoilers, pero a pesar de que todo se desarrolla de acuerdo con el plan de Misericordia, al final el único trago que se toma Misericordia en la novela se lo traga después de la escena con Alegrías.
En el libro está presente la teoría de la banalidad del mal de Hannah Arendt, ¿por qué hizo alusión a esto?
Es una teoría brillante. El orden abisal que es una pura oficina burocrática con toda la jerarquía de los matones, el autoritarismo personificado en una deidad demencial, que es el que ordena las muertes, y ahí va bajando de categoría. Misericordia está en la mitad, por debajo están los Pistolocos y en el último renglón está la víctima. Si nos referimos a la realidad de hoy en día, es una de las cosas más estremecedoras. El Abismo es un dios que habla lenguas, tiene unas apariciones espectaculares, como el exorcista y una de las frases que dice es limpieza étnica y balneario. Es decir, ¿para dónde banalidad del mal más atroz y aterradora que decir que es que están asesinando a niños, a mujeres, a civiles, barriendo con ellos, matándoles porque quieren hacer un balneario? Es decir, si Hannah Arendt hubiera visto eso, se habría ido de para atrás. En Ucrania también, están las compañías armamentistas repartiéndose, comprando los terrenos fértiles, cobrándoles a los ucranianos las armas que les mandaron. Es más atroz la banalidad del capital, que es capaz de destrozar el planeta con tal de hacer dinero.
Hablemos del amor, porque finalmente lo que hace dudar al verdugo es el amor por uno de los personajes. Y acá dice: “Quien no ha sido amado tiende a convertirse en psicópata”...
Claro, el discurso capitalista elimina el amor. El egoísmo llevado en tranza. Ahí no hay cabida para ningún tipo de reconocimiento del otro. El amor aparece aquí, no tanto como romance como puede entenderse en una telenovela, pero sí como Misericordia se fija en alguien que captura poderosamente su atención y empieza a vivir, a respirar, a ver a través de los ojos de esa adolescente. No es un viejo verde, no aspira a conquistarla ni a tocarla, pero le perturba, le cambia la vida, la visión de esa muchacha, que además es una muchacha que está enferma. Creo que ese mismo esquema se repite de manera más colateral, digamos, en toda la novela porque está la abuela ciega de Misericordia, que es esa primera semilla que él lleva dentro, esa abuela lo quiso, y eso ya hace de él un verdugo que por más que sea muy profesional tiene por dentro la semilla del cuestionamiento. Siempre son amores raros, porque nunca son amores absolutos. Es como un chispazo. un chispazo de afecto, de reconocimiento del otro, aunque haya muchas razones egoístas, a lo mejor nunca es perfecto tampoco.
Hablemos de ese príncipe, el Príncipe Sangre, porque además es un joven de 16 años y cómo se va instalando también la violencia y se va normalizando en etapas tempranas de la vida.
A pesar de que la parodia es pura ficción y metafísica, pues fantasía con apariciones de cisnes y una clase de escenas surrealistas, de todas maneras hay guiños muy concretos a Colombia. Por ejemplo, el terreno sagrado donde hace las apariciones, donde tiene revelaciones Misericordia, se llama La escombrera, y también esa comuna, esos arrabales donde vio el Príncipe Sangre hace alusión claramente a esa época nuestra y a esa perversión masiva de nuestra juventud que empezó a entender que la muerte le daba más razones de vivir que la propia vida. Ganaban plata, tenían chicas, tenían motos, mientras que la vida le negaba educación, le negaba cariño, le negaba un lugar de ser. Entonces, por ahí, me interesa mucho que la novela, y la hice tan brutal, pueda romper el silencio, para llamar al lector, a la lectora, a que mire: este es el terror, esto se puede expandir donde cerremos los ojos. Lo de La escombrera me ha llamado mucho la atención, porque fíjate que es un símbolo impresionante del poder de la palabra. Una realidad tapada por décadas, la de los cuerpos de los muchachos asesinados, tirados ahí debajo de los escombros, tapada por el poder durante décadas. Y una consigna, un graffiti pintado en un muro, pone en alerta a todo el país de lo que pasa ahí. A pesar de que la consigna ni siquiera menciona a los enterrados ni a los asesinados, “Las cuchas tienen razón”, se enciende el país con la conciencia de lo que está pasando ahí, eso le da a uno una fe enorme en el poder de la palabra, cuando tratan de tapar el terror, cuando tratan de tapar el genocidio con el silencio, la palabra es la herramienta que tenemos los desarmados y los impotentes ante esa máscara tenebrosa que nos imponen y nos obligan a vivir pensando que el horror, como un genocidio, es cotidiano.
Hablemos de esta idea que dice: sostengo que ajusticiar debe ser acto sagrado y privado.
Bueno, es que Misericordia también tiene el dios, que es Abismo, y es el gran desacralizador, porque para él la vida no vale, manda a matar porque sí, por chiste, por espectáculo. Su poder desacralizador es tan grande que ordena las matanzas esas con guillotinas y se queda dormido porque se aburre. Una de las cosas que tiene Misericordia, a pesar de su oficio espantoso, atroz, es que lo convierte en un ritual. Él dice que es quien hizo de la vil matanza un sacrificio y de la rutina un ritual. Él también tiene esa vocación en el profesionalismo. Él se cura de no ir a utilizar armas que estén sucias, les tiene nombre a sus armas, detesta las armas de fuego, él elige las armas blancas porque las considera una forma más noble de matar. Es horrible el personaje, pero de alguna manera tiene ciertos elementos que, sin hacer spoiler, van a permitir que la novela se desarrolle. Misericordia es dual, como su nombre, significa el horror del asesinato y significa también la piedad.
Hay una especie de tensión por momentos entre el deseo y la muerte y acá lo dice: “El deseo de aniquilación engendra aniquilación del deseo”...
La frase alude a una situación general, pero es interesante y es el viejo dilema entre Eros y Tanatos. Tanatos acaba con Eros o hace que Eros se convierta en una forma de matar que es lo que hemos vivido aquí en Colombia en épocas donde la “matasinga”, con personajes como Álvaro Uribe que significan ese afán de muerte o esa implementación de la muerte, se convierte en una forma de erotismo.
¿Cómo exploró y trabajó la idea del género “Brutal noir”?
El nuevo método de volvernos ciegos es mostrándonos mucho. Si antes no se mostraba, ahora la multiplicación de cifras e imágenes lo que hace es que se nos vuelva cotidiano lo que es aterrador. Algo que pasa con los noticieros y grandes medios. Entonces yo dije: “bueno, los artículos no me bastan, hay que llevar esto a la literatura para atacar por otro frente”. Pienso que Gaza nos obliga a reinventarnos todo. Gaza nos dejó sin lenguaje, nos deja sin parámetros. Todos los conceptos de la democracia se vienen al suelo, porque todos los violentaron, no quedó uno solo en pie. Y no solo allá, sino con el aval del 99% de los dirigentes mundiales. Entonces pensé: a ver, ¿cómo puede uno hacer una literatura que de alguna manera no sea complaciente con lo que está pasando, que sacuda? Como decía Álvaro Mutis, que le diga al lector, a la lectora: “¡Escucha! ¡Escucha! ¡Abre los ojos, mira, te sacudo, te molesto, te incomodo y al mismo tiempo te hago reír para colmo!”. Es desacomodarse uno interiormente. Estás leyendo una atrocidad y te estás riendo. Entonces, Misericordia, que es el narrador en primera persona, dice que contará los hechos y la historia será “brutal noir”. Él es consciente de que está creando un género literario. Es la conjunción entre humor y terror, que se ha experimentado tantas veces en la historia. En cada página se busca combinar esas ideas que parecen antagónicas.
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