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Lectura crítica de “En agosto nos vemos”: que García Márquez nos jale las patas

Llegó a las librerías la novela que dejó en borradores nuestro premio nobel de literatura, y se abrió un debate sobre si se debía publicar o no la obra póstuma. Aplaudo tenerla en mi biblioteca.

Nelson Fredy  Padilla
10 de marzo de 2024 - 01:00 p. m.
Gabriel García Márquez (1927-2014) cumplió 97 años de nacido el pasado 6 de marzo, día en que se publicó a nivel mundial “En agosto nos vemos”. Las celebraciones por su vida y obra continuarán hasta el próximo 17 de abril, día en que se cumplen diez años de su muerte.
Gabriel García Márquez (1927-2014) cumplió 97 años de nacido el pasado 6 de marzo, día en que se publicó a nivel mundial “En agosto nos vemos”. Las celebraciones por su vida y obra continuarán hasta el próximo 17 de abril, día en que se cumplen diez años de su muerte.
Foto: EFE y Penguin

Volver a leer a Gabriel García Márquez 20 años después de publicada su última novela (Memoria de mis putas tristes - 2004) y 10 años después de su muerte conmociona.

Las 109 páginas en que terminó editada su novela póstuma, En agosto nos vemos, genera sentimientos contradictorios. La presentan con el mea culpa de los hijos, Rodrigo y Gonzalo García Barcha, que le piden perdón al padre de antemano tras el “acto de traición”, y eso despierta cierta indignación y morbo por haber ido en contra de la última voluntad literaria del autor, que les pidió destruirla, aunque también les dijo “hagan lo que quieran”. (Recomendamos: La lucha de los García Márquez contra el alzhéimer, investigación de Nelson Fredy Padilla).

Pero al empezar la lectura eso se vuelve anécdota, porque como siempre lo hizo el premio nobel de literatura 1982, la historia de Anna Magdalena Bach y su isla lo agarra a uno por el cuello desde la primera frase y no lo suelta hasta hacerlo cómplice de una trama sobre cómo el amor materno, el amor de pareja y el amor casual entretejen la vida de esta mujer hasta el límite de sus pasiones de cuerpo y alma.

Desde el primer hasta el último párrafo aparece su impronta en el dominio del idioma, para hacerlo sonar como una pieza musical, con ritmo y melodía dosificados con la composición de frases cortas y puntos seguidos. Eso mientras propone una banda sonora conmovedora y la lista de libros que lee Anna y que constituyen un regalo adicional. Es un reencuentro con la esencia del autor: sintaxis y gramática únicas, liberadas de “corsé”, como él decía, con la búsqueda eterna del adjetivo preciso que da vida suprema a los sustantivos.

No es el encuentro con una ficción clásica de la importancia de El otoño del patriarca, Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera, en el orden que a mí me gustan. Pero sí es una novela corta valiosa, fruto de un ejercicio virtuoso de condensación narrativa que me recordó a El coronel no tiene quien le escriba.

He leído a críticos que opinan que En agosto nos vemos debió desaparecer y que este caso no puede compararse con lo que hizo el editor Max Brod cuando decidió no incinerar los libros de su amigo Franz Kafka. Gonzalo García Barcha explicó en las ruedas de prensa de estos días que la publicación fue meditada en familia y con asesoría literaria por al menos ocho años. Dentro de los factores que tuvo en cuenta para aprobar la publicación fue definitivo que la novela estaba completa y con final revisado, que las versiones evidencian que la reescribió entre finales de los años 90 y 2004, y que su padre publicó obras a las que les corrigió detalles para ediciones posteriores.

Hay una que otra repetición de giros y adjetivaciones, un par de contradicciones que no voy a enumerar, para que el lector las descubra, pero asistimos, ahora sí, al último concierto del estilo garciamarquiano.

Recordándolo a él, a su rigurosidad “de hormigón” para corregir textos, como lo vimos ejercerla y nos la enseñó a la “muchachada” de la revista Cambio a finales de los años 90, seguramente no estaría satisfecho y, tal vez, por eso pidió botar los borradores. Habría dicho, como en la autocrítica que anotó sobre las páginas del perfil que escribió sobre el presidente venezolano Hugo Chávez en febrero de 1999, “El enigma de los dos Chávez”: “Indigno de un premio Rómulo Gallegos… el texto es lo que pudo haber sido y no fue”.

Bien dijo en la presentación en Barcelona el escritor colombiano Héctor Abad que esos lunares le lucen a la novela. Las enmendaduras a mano sobre una y otra versión, páginas que los lectores verán al final del libro, dan cuenta del proceso creativo de un obrero del idioma, que en este caso no había corregido su última obra al ciento por ciento porque el cáncer y el alzhéimer lo diezmaron, pero que reivindicó antes de irse, como dicen los hijos en el prólogo, “su capacidad de invención, la poesía del lenguaje, la narrativa cautivadora, su entendimiento del ser humano”.

Por eso, al cerrar la bella edición de Penguin Random House, estructurada por Cristóbal Pera, mi sentimiento es de agradecimiento con él y con los hijos de García Márquez. Lo que nos han compartido es invaluable para mí como alumno del mejor maestro, como lector y como profesor de escritura creativa. No tenía sentido que esos originales, vendidos en 2015 por la familia García Barcha a la Universidad de Texas, siguieran guardados en los archivos del Harry Ransom Center, en Austin, sino que se volvieran de dominio y debate público.

Ahora podré sentarme con mis alumnos de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, como lo hemos hecho varias veces, a “desarmar” otro libro de García Márquez “por las costuras”, como él ordenaba al recomendar alguna obra en la revista Cambio.

Lo haremos para seguir aprendiendo de él en el siglo XXI, no porque queramos narrar como si viviéramos en los tiempos del boom latinoamericano y del realismo mágico, sino porque nos dejó una lección final de disciplina para seguir adelante: si uno ama escribir, debe ser consciente de que la escritura es “un oficio de todos los días y de todas las horas”, hasta que la salud decrete el día final.

Llamo a embarcar hacia la isla y la vida de Anna Magdalena Bach, así el fantasma caribe de Gabo venga a jalarnos las patas.

Nelson Fredy  Padilla

Por Nelson Fredy Padilla

Periodista desde 1989, magíster en escrituras creativas, autor de cinco libros, catedrático de periodismo y literatura desde 1995, y profesor de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, del Instituto de Prensa de la SIP y de la Escuela Global de Dejusticia.@NelsonFredyPadinpadilla@elespectador.com

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Javier(39168)10 de marzo de 2024 - 04:52 p. m.
García Márquez ya es inofensivo, no nos puede "jalar las patas". Pero su escritura sí nos estruja el corazón. Eso es innegable.
orlando(94712)10 de marzo de 2024 - 03:32 p. m.
Fantástico remate del profesor Padilla en su escrito sobre la obra de García Márquez, al referir: "Cuando uno ama escribir, debe ser consciente de que la escritura es un oficio de todos los días y de todas las horas, hasta que la salud decrete el día final". Indudablemente en el "Coronel no tiene quien le escriba" y "En agosto nos vemos", se entreteje la magia literaria del nobel de literatura. Hay que leerlo sin prevenciones, sino por el valor que condensa su obra póstuma. Leo y escribo.
Ángel Guardián(62526)10 de marzo de 2024 - 01:27 p. m.
Parece que el columnista copiara, tal cual, los comentarios que la semana anterior hice sobre los adjetivos bien sustantivados y que frases cortas separadas X puntos seguidos dan mayor fuerza a la redacción y crean opción que el lector sea quien arme todo, como hizo Rulfo o Faulkner -profesores de García Márquez…mmm ojalá algunas poesías que he puesto en este foro NO SEAN copiadas. Ing en Dubai
  • Un observador(71824)24 de abril de 2024 - 12:04 a. m.
    No, pues, el maestro literario. No sea bobo.
  • hernando(26249)10 de marzo de 2024 - 08:09 p. m.
    Varias virtudes del texto son evidentes a muchos, no copiadas a alguien en particular.
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