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Léon Werth: el testigo del paso por la guerra de Antoine de Saint-Exupéry

Se cumplen 120 años del natalicio del autor de “El Principito”. Aunque es recordado por esta obra de la literatura, al francés también es rememorado por su pasión por la aviación y su presencia entre las guerras que marcaron un rumbo doloroso en la primera mitad del siglo XX en Europa.

Andrés Osorio Guillott

30 de junio de 2020 - 06:05 a. m.
Antoine de Saint-Exupéry, autor de "El Principito", tuvo una pasión paralela a la escritura: la aviación.
Foto: Archivo particular
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Siempre hay un libro, un gesto o un momento que es recordado por encima de las demás memorias y acciones en un ser humano. A Antoine de Saint-Exupéry lo recuerdan por “El Principito”. Pronunciar el nombre de aquel libro que nos recuerda que “Lo esencial es invisible a los ojos”, y que nos lleva a buscar un niño en el horizonte de un desierto que pudo ser el mismo en el que alguna vez se perdió el autor francés, es pensar inmediatamente en el hombre que fue escritor, que también fue piloto de avión y que también dejó su paso en la Guerra Civil Española como corresponsal y en la Segunda Guerra Mundial como piloto militar del ejército francés.

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Desde El Principito se puede validar ese paso de Saint-Exupéry en la guerra. Su dedicatoria a Léon Werth al comienzo del libro ya brinda un susurro que llevó a los biógrafos del autor francés a buscar quién fue ese amigo que mereció las palabras de una obra magna en la literatura del siglo XX.

“Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una excusa seria: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor puede comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esta persona mayor vive en Francia, donde tiene hambre y frío. Necesita ser consolada. Y si todas estas excusas no son suficientes, quiero dedicar este libro al niño que esta persona mayor fue una vez. Todas las personas mayores fueron al principio niños. (Aunque pocas de ellas lo recuerdan). Corrijo, pues, mi dedicatoria: A Léon Werth cuando era niño”.

Léon Werth fue un autor francés. También tuvo su paso por la Gran Guerra. Al igual que cualquier ser humano que se hace testigo de la muerte en masa, Werth y Saint-Exupéry terminaron uniéndose por cierta ternura que querían encontrar en una humanidad agobiada y violenta. Por sus afinidades a las letras y sus experiencias como corresponsales de guerra tuvieron la sensibilidad suficiente para ver más allá de sus labores, de sus roles como periodistas o como pilotos de guerra. Nunca permitieron que esa figura del enemigo o del verdugo los deshumanizara y los hiciera odiar al que llevaban el uniforme con otra bandera y otro discurso.

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Ambos autores se conocieron a principios de la década de 1930. Forjaron una amistad blindada por aquellos sentimientos que afloran en las cartas, en la escritura pensada desde el corazón. Werth tuvo una experiencia amarga en la Primera Guerra Mundial. Salió vivo, pero no ileso. Desde entonces cargó con un dolor que perpetuó su fragilidad ante la ignominia de la condición humana.

En 1939 Saint Exupéry se unió al ejército francés y como piloto de guerra realizaba vuelos de reconocimiento para determinar el avance de las tropas nazis en su país. Como soldado pudo ver el sufrimiento de sus iguales y como piloto de aviación tuvo que confrontar su pasión con la angustia de un país en llamas que estaba siendo invadido por el ejército de Hitler.

Saint Exupéry supo que Werth estaba siendo perseguido. Además de ser un periodista de guerra, era un hombre con ascendencia judía. La presión de los nazis lo obligó a esconderse y a sufrir del frío y del hambre que ya mencionó el escritor francés en El Principito. Tras la derrota de las tropas francesas en su propio país, Saint Exupéry tuvo que exiliarse para salvaguardar su vida. Tras una efímera instancia en África, su destierro terminó por realizarse en Estados Unidos, país donde terminaría buscando ayuda de sectores aliados de Charles de Gaulle y donde escribiría Carta a un rehén, misiva que iba dirigida justamente a Léon Werth: “Quien esta noche me obsesiona la memoria tiene cincuenta años. Está enfermo. Y es judío. ¿Cómo sobrevivirá al terror alemán? Para imaginarme que todavía respira tengo que creer que, refugiado en secreto por la hermosa muralla de silencio de los campesinos de su aldea, el invasor lo ha ignorado. Solamente entonces creo que todavía vive. Solamente entonces deambular a lo lejos en el imperio de su amistad —que no tiene fronteras— me permite no sentirme emigrante, sino viajero. Pues el desierto no está allí donde uno cree”.

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Werth, que huyó de Francia para salvarse y que terminó en Suiza, también le escribía constantemente a Saint-Exupéry. Según los registros fue hasta 1992 que se encontraron las cartas que el periodista le escribió al escritor francés. En algunas de las misivas, Werth escribió “Amigo mío, tengo necesidad de ti como de una cumbre donde se puede respirar. Tengo necesidad de acodarme junto a ti, una vez más a orillas del Saona, sobre la mesa de una pequeña hostería de tablones desunidos, y de invitar allí a dos marineros en cuya compañía brindaremos en la paz de una sonrisa semejante al día. Si todavía combato, combatiré un poco por ti. Tengo necesidad de ti para creer mejor en el advenimiento de esa sonrisa”.

Los designios del destino no permitieron un reencuentro. Fueron las cartas, como siempre será, las que quedaron como testimonio de una amistad que perduró en medio de la guerra, y en la que prevaleció, así como quedaría inscrito en El Principito, una ternura digna de almas ajenas a la corrupción del ser humano. Luego de la desaparición del avión de Saint-Exupéry el 31 de julio de 1944, y de no haber encontrado nunca el cuerpo de aquel valiente escritor, Léon Werth escribió: “Ha desaparecido (...) sin otros testigos que el cielo y el mar. Y sin duda no esperaba la muerte. La provocaba. Era un duelo, un combate singular”.

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