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Liverpool: El equipo de la gente

A propósito del aniversario del natalicio del legendario entrenador escocés, una historia de cómo su figura transformó para siempre la historia del equipo inglés.

Jesús Mesa
02 de septiembre de 2021 - 07:05 p. m.
Liverpool: El equipo de la gente

El 4 de mayo de 1974, después de que terminara el partido entre el Liverpool y el Newcastle por la final de la Copa de Inglaterra, dos aficionados se metieron en la cancha, corrieron hacia Bill Shankly y se lanzaron a sus pies con la intención de besarlos.

Para los aficionados del Liverpool, la figura de Shankly es la más importante en la historia del club. Lo consideran el arquitecto, el mesías, el hombre que cambió para siempre a los Reds y los ayudó a convertirse en el equipo más poderoso de Inglaterra en el siglo XX. Su influencia trascendió lo deportivo y todavía se siente en los alrededores de Anfield Road.

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Uno de los diez hijos de una numerosa familia escocesa, Bill Shankly nació en la aldea de Glenbuck, una mina de carbón de Ayrshire, en 1913. Fue una crianza pobre. Su educación era rudimentaria, y aunque mostraba una feroz inteligencia, carecía de las maneras de una educación formal. A los 14 años, Shankly abandonó la escuela y se fue a trabajar a la mina de carbón local. Pasó más de dos años en el foso antes de dedicarse al fútbol, el cual practicó durante 12 años.

Fue un jugador bueno, aunque nada sobresaliente. Duro, tosco y poco talentoso, pero tenía garra y entendía bien el juego. Pero incluso como jugador, el destino de Shankly parecía estar en el banco. Sir Tom Finney, leyenda del Preston North End y excompañero de equipo del escocés, recuerda la impresión que causó en él y en sus compañeros. “Siempre fue un fanático del fútbol. Se podría decir desde el momento en que dejó de jugar que iba a ser un entrenador”, dice.

Antes de la llegada de Shankly, el club de Liverpool se encontraba en un estado lamentable, no sólo anímicamente sino con instalaciones obsoletas. El exdelantero red Roger Hunt describió los métodos de entrenamiento como obsoletos y sin relación alguna con el juego. El equipo languidecía por la segunda división inglesa y nada indicaba que regresara a la élite pronto. Nada hasta que llegó Bill Shankly.

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“Shankly cambió todo, introdujo su cosecha de jugadores promedio a una forma de juego moderna, de pases cortos que promovían el espíritu de grupo e inculcó en sus jugadores un deseo devorador de entretener a los aficionados”, dice Martin Conaghan, periodista de la BBC.

Al llegar a Liverpool barrió con todo. Inculcó orgullo, disciplina, lealtad y una implacable ética de trabajo. Compró astutamente y potenció a nuevos jugadores, mientras se deshacía despiadadamente de aquellos que habían mantenido al club en la mediocridad. Hizo que todos los involucrados creyeran que el Liverpool era el mejor equipo del mundo, incluso en un momento en que no eran, de forma bastante evidente, ni siquiera el mejor de su ciudad, pues el Everton, su eterno rival y vecino, tenía un mejor presente.

A los dos años de su llegada el equipo ascendió y tras dos temporadas consiguió el primer título liguero para los Reds en 17 años. Todo bajo un estricto plan que Shankly tenía en la cabeza, y que sabía que una vez él no estuviera debía continuar en el tiempo. Para ello, el entrenador escocés ordenó a las directivas del club reacomodar un viejo cuarto donde se almacenaban los botines de los jugadores y convertirlo en el centro de operaciones del equipo y el lugar desde donde se revolucionaría al Liverpool.

Y fue así como nació el Boot Room, el ático donde se reunía el cuerpo técnico, envuelto en olor a cigarrillo y alrededor de un buen whisky, y se dictaban las pautas del fútbol inglés. En este salón, Shankly se reunía con miembros de su equipo como Joe Fagan y Bob Paisley, que bajo la directriz del escocés se hicieron también entrenadores con la tarea de continuar su trabajo cuando él ya no estuviera allí.

Fueron años maravillosos. De ligas, copas y champán. Los hinchas, por su parte, se malacostumbraron al éxito. De la mano de jugadores como Ian Callaghan, Ray Clemence y Kevin Keegan, Shankly les había enseñado que para el Liverpool solo servía ser campeón. “Si quedas segundo, no eres nada”, decía. Y razón tuvo. En esos años vinieron los trofeos: tres títulos del campeonato de la primera división (1964, 1966 y 1973), una Copa UEFA y dos FA Cup (1965 y 1974).

Pero más allá de los logros deportivos, algo que muchos le atribuyen es haber sido la persona que conectó al club con los aficionados. “En un club de fútbol hay una santísima trinidad: los jugadores, el entrenador y los simpatizantes. Los directores no entran en ella. Solo están allí para firmar los cheques”, decía Shankly.

Quienes lo recuerdan dicen que no era un hombre que guardara rencor, pero parecía tener un comportamiento diferente con los directivos. En 1962, por ejemplo, Johnny Morrissey, un puntero izquierdo, fue vendido al Everton sin el conocimiento de Shankly, y más de una década después todavía estaba furioso por eso. En 1967 escribió una carta de renuncia luego de que los accionistas no concretaran el fichaje de un jugador. Una vez más, Shankly culpó a la junta y salió a regañadientes de Anfield. Se mantuvo alejado durante unos días antes de regresar, e incluso entonces se negó de mala gana a retirar su carta de renuncia mientras continuaba con su trabajo.

Shankly dedicó 15 años de su vida al Liverpool. Se retiró en 1974, dejando establecida una dinastía que sus pupilos continuaron. Sin embargo, la relación de Shankly con los directivos quedó fracturada y una vez renunció fue prácticamente borrado de las decisiones del equipo.

Pero aún con su salida, Paisley y Fagan rindieron homenaje a su mentor y con ellos llegaron los éxitos europeos para el Liverpool. El club pasó de ser un grande inglés a un gigante europeo y el efecto del Boot Room había conquistado al fútbol mundial.

Desde 1977 a 1984 el Liverpool consiguió cuatro Copas de Europa, una más que las conseguidas por el Ajax de Cruyff o el Bayern de Beckenbauer, los dos equipos que marcaron el camino en los 70. Solo el Real Madrid tenía más Ligas de Campeones que el Liverpool en 1984.

Pero la que estaba destinada a ser una dinastía europea, orquestada desde el pequeño cuarto que Shankly adecuó en los 60, terminó truncada por la tragedia. En pleno auge del hooliganismo en Inglaterra, el Liverpool jugaba su quinta final de la Copa de Europa ante la Juventus de Michel Platini. El Liverpool partía como favorito, pero el desarrollo del partido pasó a ser una simple anécdota por lo ocurrido horas antes en el estadio de Heysel, en Bruselas.

Los aficionados más radicales del Liverpool, muchos de ellos en estado de embriaguez, empezaron a tirar objetos y se abalanzaron sobre los aficionados de la Juventus. El enfrentamiento produjo una avalancha y los aficionados italianos se acumularon en el fondo de su zona, aprisionados, por una parte, contra el muro donde finalizaba la gradería, y por otra, contra las vallas “protectoras” que separaban las gradas del terreno de juego: 39 personas murieron, 32 de ellas italianas.

La final, como consecuencia del trágico suceso, se disputó en un clima imposible, con algunos cadáveres todavía visibles desde varias de las zonas del estadio. El partido terminó 1-0 a favor de los italianos. Fue la primera final de Copa de Europa que el Liverpool perdía y también el último partido que el Liverpool jugó en Europa en los años 80 a causa de una suspensión de la UEFA.

El legado de Shankly continuó en el rentado local y el Liverpool siguió cosechando títulos en Inglaterra. Pero el efecto del Boot Room pensado por Shankly se estaba agotando. Kenny Dalglish, el mejor jugador de la década de los 80, asumió como entrenador tras la salida de Joe Fagan en 1986, pero su intempestiva renuncia en 1991 cambió para siempre al Liverpool, que no supo adaptarse a los requerimientos de un fútbol globalizado, lejos de la gente y lejos de la visión de Bill Shankly.

De hecho, muchos años después, 14 años tras la muerte de Shankly, bajo la presión de los aficionados el Liverpool decidió homenajear al hombre que reconstruyó el equipo. Levantaron dos puertas en el estadio y las bautizaron en su nombre, un gesto que fue considerado tardío por quienes lo conocieron, pero que refleja que la relación del escocés con el equipo iba más allá. “Él hizo a la gente feliz”, dice la estatua que lo inmortalizó en el estadio de Anfiel.

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