El Magazín Cultural
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“Lo que fue presente”: una introspección

Leer este Diario ha sido placentero, debe de ser un catecismo, una fuente de inspiración para los jóvenes que deseen ser escritores; es un manual de vida, de grata y fecunda lectura.

Pablo González Rodas, Ph.D *
24 de junio de 2020 - 02:42 p. m.
Héctor Abad Faciolince, escritor colombiano.
Héctor Abad Faciolince, escritor colombiano.
Foto: Archivo El Espectador

Un diario de un escritor, si es auténtico, es desnudarse ante los lectores; es un intento de transparencia y de honestidad; es volver la mirada hacia sí mismo y constatar sueños, fantasmas, amores, fallas, culpas, ilusiones y proyectos. Es despojarse del disfraz y de los velos que cubren a la persona, ese ente ficticio que creamos para llenarla con nuestras necesidades, nuestras experiencias, conductas y objetivos.

He leído Lo que fue presente de Héctor Abad Faciolince, en sus 611 páginas subrayando frases, afirmaciones, anhelos. sufrimientos, proyectos literarios, lecturas, amores, viajes, aspectos familiares, amistades y todo lo que constituye su diario vivir durante dos décadas de formación literaria y de crecimiento personal de un escritor, ya hoy, maduro.

Lo releí para resaltar durante esas dos décadas, de 1985 al 2006, los aspectos más interesantes de su vida y su trayectoria, variada, de altibajos, en busca de la verdad, de su realización literaria y del sosiego.

Se nos presenta cuando lo empezó a escribir a los 25 años, aún un joven adulto cuando se lanza a la vida en busca del amor, de la superación como escritor, de sus lecturas y formación literaria, de sus viajes y de alcanzar su sueño de llegar a ser un escritor reconocido hasta poder jubilarse en una finca para seguir leyendo y seguir escribiendo.

Un diario, bien lo dice, es una fragmentación, es un tatuaje, es jugar con las palabras, es domar el caballo salvaje, loco, cerrero, con la escritura.

El diario, agrega, “tiene la ventaja de que puedo dedicarme al yo, a la introspección, a la divagación, al recuerdo, a lo demasiado personal, y a lo mejor así libero lo que hay en mí de fabulador. Salgo de mí aquí para que en mis libros quede lo que no soy yo. Si luego descubro que no hay nada adentro, entonces debería de desistir de mi proyecto de ser escritor. Sería algo liberador”.

Afirma que en el diario, lector y escritor, deben tener los mismos ojos, la misma mano, lo que me recuerda a Carlos Fuentes en su novela Cristóbal nonato donde habla de un lector “elector” a quien le deja páginas en blanco para que el lector escriba como terminaría un capítulo o la misma novela. El lector es quien elige qué autor leer y cuál de sus obras, pues la obra se complementa cuando tiene un lector que la lea y le dé vida, cuando el autor emite el mensaje escrito y lector lo recibe y lo interpreta, recordando a Saussure que nunca lo mentado es igual a lo expresado y que un libro tendrá tantas interpretaciones cuantos lectores tenga.

Nos dice el autor de sus lecturas y autores favoritos: Ecco, Montaigne, H. James, Rousseau, Sterne, Claudio Magris, Vargas Llosa, Saramago, Carmen Martín Gaite, Fernando Vallejo, Julio Ramón Ribeyro y otro buen número de escritores italianos, europeos y latinoamericanos. Se formó literariamente en Italia donde se graduó con un estudio sobre Tres Tristes Tigres de Cabrera Infante y el formalismo, tema, por demás aburrido, cuando se trata de encorsetar un escritor a una escuela crítica. Por experiencia sé que uno no quiere volver sobre su tesis doctoral para cumplir un requisito académico. Héctor leyó mucho en esos años pasados en Italia y llegó hasta considerar el nacionalizarse italiano.

Aspectos muy definidores en su formación son las influencias de su padre, Héctor Abad Gómez, siempre presente en sus obras y hasta en sus sueños; su madre y hermanas, solidarias hasta más no poder, y un buen grupo de amigos entre los que sobresalen Alberto Aguirre, consultor y consejero; Carlos Gaviria; Esteban Carlos Mejía y Juan Diego Mejía, Gabriel Iriarte, Luis Fernando Vélez, entre un granado grupo. Entre todos ellos, su padre tiene luz propia y permanente. Fue un hombre cívico, defensor de los derechos humanos, profesional de la salud y un hombre con un sentido de responsabilidad social inigualable. Siempre fue una voz de aliento para su hijo y también de inspiración; lo quiso con toda su alma y como buen oráculo le presagió un futuro pleno de desafíos y satisfacciones. Ese 25 de agosto de 1987, cuando cayó vilmente asesinado, marcaría por siempre al autor, quien cada vez reconoce su presencia y su influencia con un amor filial hondamente sentido. En El olvido que seremos le rinde su más grande homenaje a esa fuente de luz que la violencia apagó insensiblemente.

También Héctor ha contado con el apoyo irrestricto de sus hermanas tanto en que siga en la búsqueda de su futuro literario como en la comprensión de sus vaivenes amorosos.

El más profundo de sus amigos fue Alberto Aguirre, ese librero y periodista que fustigó esa sociedad pacata e hipócrita que denunciara en su famosa columna “Cuadro” en El Colombiano y en Cromos. Aguirre fue un propulsor y orientador de escritores como Arturo Echeverri Mejía, Manuel Mejía Vallejo, Darío Ruiz Gómez, Gonzalo Arango, entre otros, y fue un gran defensor de los Derechos Humanos lo que lo obligo a exiliarse en España, donde tantas veces se reunió con Héctor.

También lo fue Carlos Gaviria, exmiembro de la Corte Constitucional y adalid de la defensa de un marco legal que rigiera en la sociedad colombiana, quien al ser amenazado de muerte, y aconsejado por el mismo Héctor ante el cadáver de su padre, le gritó que saliera cuanto antes del país, que de no hacerlo, él sería la próxima víctima. Gaviria se fue a la Argentina donde vivió un par de años para luego regresar al país y lanzarse como candidato a la Presidencia de la República como candidato del Polo Democrático, enfrentado a su exalumno Alvaro Uribe Vélez, habiendo alcanzado por primera vez en el país algo más de 2.600.000 votos, votaciones que habría ganado si no hubiese habido una fuerte unión de las fuerzas conservadoras y retardatarias que apoyaron a Uribe Vélez.

Estando vinculado a la Universidad de Antioquia, Gaviria le publicó a Héctor su primer libro de cuentos, y siempre fue su gran amigo y consejero.

El Diario de Héctor en los primeros años es un flagelo: escribe, escribe y escribe pero no encuentra su voz. Cae a veces en los vinos, siempre buenos, pero no cree en el escritor ebrio. Es hedonista en sus placeres que la vida le brinda como esa vez en Madrid donde disfruta de la paella, el cordero, codillo, Rioja, fino, caña y ron y en la misma página despotrica contra la antioqueñidad, cuyas virtudes enumera: la astucia (que es la inteligencia de los brutos); el racismo (inseguridad, miedo del otro); su barniz de cristianismo mojigato (bigotto, bigott); su humor de chiste o salidas aprendidas de memoria, jamás inventada en el momento; su afán de enriquecerse pasando por encima de cualquier convención; el cristiano escrupuloso, moralista sexual (odia la desnudez que olvida cualquier escrúpulo) es inescrupuloso si se trata de ganar dinero.

De el periódico El Colombiano dice que “No es un espacio libre; es confesional, clerical, pacato.. No, que no cuenten conmigo para aparentar un rostro abierto y amplio que no tienen”.

Ya desde 1988 expresaba su desamor por Colombia: “Siento, cada vez más, una profunda vergüenza de ser colombiano, de tener siquiera algo en común con esa horda de asesinos, con esa jauría de violentos vulgares, con ese hato de tontos, groseros, asquerosos, con esos protagonistas de la orgía de la muerte. La peor orgía de muerte en este fin de siglo. Y no puedo aceptar siquiera a los espectadores, a las posibles víctimas futuras. He perdido el respeto y la compasión, por mi pueblo. Por ahora”

Estaba respirando por la herida. Habían asesinado a su padre y seguían asesinando gobernadores y defensores de los derechos humanos. Ciertamente denuncia la violencia implantada por los partidos tradicionales desde el Bogotazo cuando se produjeron más de 250.000 muertos asesinados en los primeros 15 años, y la violencia posterior, hasta el presente cuando el narcotráfico y las guerrillas se tomaron e incendiaron la Corte Suprema de Justicia, con sus integrantes, y cuando bajo la orden de Pablo Escobar se dinamitó un vuelo de Avianca con más de 200 pasajeros.

Quien escribe estas líneas hizo su tesis doctoral sobre los Novelistas de la Violencia en Colombia, que luego se publicó como libro bajo el título Colombia: Novela y Violencia, publicado por la Secretaría de Cultura del Departamento de Caldas, en el que hago un recuento de la violencia y sus desastrosas consecuencias.

Abad Faciolince no odia al país, odia a los malos colombianos y anhela volver a Colombia para escribir y para que lo lean.

Tal como lo planteaba Cortázar hay dos tipos de lectores: el lector macho, que se enfrenta a la obra, la escudriña y la analiza de acuerdo a sus valores literarios, y el lector hembra, ese lector pasivo, que lee para entretenerse, sin ningún criterio crítico y sin exigir mucho sobre el valor literario de la misma. Creo yo que Héctor tiene novelas para lectores hembras, con obras como Tratado de Culinaria para mujeres tristes, o Fragmentos de un amor furtivo, y otras más orientadas al lector macho como El olvido que seremos, Basura y La Oculta.

Para el autor “la literatura es solamente filosofía aplicada y que el texto literario se convierte en un jeroglífico, en una revelación cargada de connotaciones”.

Así nos acercamos a su diario y a las connotaciones con las que tratamos de valorarlo. Vemos, a lo largo de dos décadas, el recorrido del autor en búsqueda de su realización literaria. “A veces se siente un escritor fracasado y se pregunta sobre su futuro, si será un escritor sin éxito pero convencido o un escritor exitoso pero sin convicción”, y ,a reglón seguido, confiesa sus debilidades de que se masturba semanalmente o que es un homosexual reprimido.

Hay abundantes entradas sobre sus amores (Irene, su esposa; Eugenia, Margarita), sus amoríos frecuentes con olor de vaginas y besos en el pene, mezclado con cierto hartazgo con su futuro aún por definirse. Piensan los lectores, no todos, que escribir es una vocación, un llamado de las musas, pero bien sabemos que escribir y leer son un trabajo arduo y que en cada buen escritor hay más de un 90 % de dedicación y muy poco de inspiración.

Nuestro autor ha vivido un viacrucis en llegar a ser un escritor, y a veces se satisface con que lo ha logrado y exclama “Ya voy siendo el que seré. Ojalá, refiriéndose a su libro El Hidalgo, para agregar luego: Qué va”. Y con sus reparos en cuanto a regresar a Colombia, vuelve, trabaja, escribe, viaja de estudios al exterior para finalmente radicarse en Colombia y escribir, con un éxito ya logrado y bien reconocido, que era su sueño.

Y reflexiona: “la gracia es seguir enamorado de la vida contra toda evidencia y contra toda esperanza. La gracia es seguir enamorado de la vida a pesar de la certeza de que todos aquellos a quien amamos van a morir, igual que nosotros mismos. La gracia, la paradoja, es amar este espanto. Vivir como si esa derrota no la tuviéramos todos asegurada” Y cita a Montaigne y a Pascal en que “es mucho mejor la caza que la presa”. Mucho mejor el viaje, el trayecto, que la llegada a la meta, y ya lo decía Machado: Caminante, no hay camino; se hace camino al andar.

Leer este Diario ha sido placentero; la honestidad en sus anotaciones; las escaladas y descensos; los sueños y realizaciones; sus reflexiones sobre la vida, la literatura, el amor, la amistad, el trabajo arduo de un autor que se proyecta; sus crisis; la crítica a una sociedad capitalista, y a la familia siempre amorosa y acogedora, pero burguesa. La presencia total de su padre, Héctor Abad Gómez, ese defensor de los desvalidos, ese protector de la salud pública, ese abanderado de la libertad, quien pagaría su idealismo como víctima de la violencia. El autor siempre escribe para su padre, a quien tiene presente en su vida y a quien lo ha inmortalizado con El olvido que seremos.

Este Diario debe de ser un catecismo, una fuente de inspiración para los jóvenes que deseen ser escritores; es un manual de vida, de grata y fecunda lectura.

* Doctor en Literatura y profesor emérito de West Virginia University.

Por Pablo González Rodas, Ph.D *

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