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La anterior composición podría ser la imagen inicial de la versión audiovisual de una obra, que por fortuna existe, que gracias a “dios” no fue alcanzada por las brazas de la hoguera infame de ese tal Ordoñez que ahora nos desacredita allende las fronteras. El libro es lo que llaman los mercadotecnistas gringos, un “breathtaker”, contenedor de aliento le vamos a decir en castellano, mejor dicho, que una vez que uno lo comienza a leer no puede ni respirar, ni parar de leer.
Es un texto poderoso, honesto y contundente. Diana López Zuleta, la niña de la imagen inicial es la autora de esta memoria de su tragedia como hija y como nacional de un país en donde el asesinato se han normalizado. En Colombia es normal que maten a la gente. Es tan categórico lo dicho, que se ha llegado a refinamientos tales como discriminar entre muertos buenos y muertos malos tal y como lo expresó Uribe Vélez en alguna de sus múltiples agresiones a la sensibilidad de la vida civilizada. La enorme virtud de la obra de Diana López es su negativa a aceptar como normal el asesinato de su padre amado. Amor, eso es lo que el libro derrama, el amor de esta enorme mujer que supera la inercia de impunidad a la que la invitan sus coterráneos y su familia, y que, en pasos compartidos con Gonzalo Guillén, transita el sendero de la verdad y la justicia para llevar ante las cortes, y condenar, al criminal, corrupto y asesino que mandó eliminar a su padre.
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El libro no tiene escalas, es un viaje directo a la adrenalina que producen las historias de justicia, sobretodo cuando, como en este caso, son fieles a los hechos de la vida real. Hechos, que si no fuera por el ímpetu y la pluma de Diana, habrían quedado enterrados en el desierto guajiro, tal y como suele pasar en el país del Centro Democrático. Diana hace algo legendario, ella levanta la mano y le dice al emperador que, no solamente va desnudo, sino que sus manos van manchadas de sangre. LO QUE NO BORRÓ EL DESIERTO es un monumento al amor, la integridad y la verdad. También es una huella digital de un “modus operandi” que inscribió el hampa nacional de cuello blanco. Los métodos del tal Kiko (el sobrenombre es patético), revelados con detalle por Diana, encajan perfectamente en la escaleta de otras empresas criminales: intimidación desde el poder público, total desvergüenza para mofarse de la justicia y la verdad, (es una historia llena de “jugaditas”), uso impúdico de la mentira con desvergüenzas como la de afirmar que “nunca se ha dicho una mentira”, y una de esas que da la tierra: el soborno y asesinato de testigos potenciales o efectivos. Es también un definido retrato de el status de la ética de los abogados criollos que, como en el caso de Cancino, se esconden detrás del espíritu de la justicia para montar sainetes fétidos y pobres que les permitan jugar en el estrado a favor de criminales peligrosos, tóxicos y avezados que, si bien tiene el derecho incuestionable a las garantías procesales, son un peligro para sus congéneres, cosa que un abogado con un mínimo sentido de la decencia contemplaría antes de hacerse a los cheques que proporcionan estos indeseables talla XL.
A LO QUE NO BORRÓ EL DESIERTO le debemos, todos los colombianos decentes, agradecimiento por ser “golondrina en el invierno” y dejarnos un documento de referencia con el cual podamos ilustrar, cuando sea necesario, a qué es a lo que nos referimos cuando se dice que Colombia naufragó en el pantano de los valores sembrados, entre otras, por quienes lo han gobernado en los pasados