La esperanza tambalea. Parece escasa. En tiempos de crisis, la salida de un actor como la HJCK es una fractura más: los espacios culturales catalizan, analizan y critican los desbordamientos humanos, las decisiones desesperadas de nuestros líderes y los efectos sociales de cada golpe. A raíz de su cierre, contactamos a varios escritores y periodistas para que opinaran sobre este golpe: la desaparición de una plataforma para cultivar nuestro pensamiento nos hiere, no solo por el dolor del espacio vacío, sino porque agudiza la percepción de que, en Colombia, la cultura llegará cuando las cosas mejoren. Las cosas mejoran por la cultura. La cultura sostiene todo lo demás.
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Héctor Abad Faciolince
Como decía su fundador, el siempre muy recordado don Álvaro Castaño Castillo, la HJCK era una emisora (dicho con el magnífico vozarrón de Álvaro Mutis) “para la inmensa minoría”. Cada vez hay menos espacios para esa inmensa minoría, la de quienes queremos oír música clásica programada por verdaderos expertos como, digamos, don Otto de Greiff o el mismo Castaño Castillo. O para quienes queremos oír la voz de Borges diciendo sus poemas, o las “Cartas de Alemania”, que hacía el también fallecido Ricardo Bada. Todos nos quejamos cuando desaparece un espacio cultural así, y yo mismo me quejo y siento mi protesta.
Sin embargo, mientras existía, ¿yo la oía habitualmente? ¿Colaboré, cuando me lo pidieron, con grabaciones sobre poesía, por ejemplo, que es una de las cosas que más me gusta? No lo hice. Hoy somos individualistas, creemos que todo lo podemos hacer solos, que lo sabemos todo porque lo podemos buscar en Spotify, en ChatGPT o en Wikipedia. No admitimos maestros de carne y hueso que nos enseñen y nos sugieran lo que hay que leer o lo que hay que oír. El siglo del Cambalache no fue el XX, sino este siglo XXI. Este es el siglo en el que es “lo mismo un burro que un gran profesor”. Nosotros, los burros que nos creemos profesores, decidimos solos y no compartimos con nadie lo poco o mucho que sabemos. Y no lo hacemos porque a nadie le interesa. Todos somos individualistas y pensamos que lo podemos hacer solos, si mucho googleando en la red. Así como van desapareciendo los periódicos de papel, desaparecen también todos los medios culturales, las revistas, las emisoras. Y cuando esto pasa, los supuestos cultos ponemos el grito en el cielo. ¿Pero la oíamos, la seguíamos, colaborábamos con ella? No voy a ser hipócrita, yo tampoco. Así que la culpa es, en buena parte, de esa “inmensa minoría” que al parecer ya no existe ni siquiera como minoría. O está en otra parte, dedicada a otras cosas mucho más solitarias y solipsistas.
Humberto de la Calle
El cierre de la HJCK es una pésima noticia. Cada vez se reduce más el espacio de los medios de comunicación de carácter cultural. Paralelamente, aumenta la presencia de la controversia emocional, la diatriba ciega y la banalidad innecesaria. Es como si fuésemos hacia una sociedad sin cultura, lo que equivale a una sociedad sin identidad. Hay que contrarrestar el imperio del mercado. El mercado existe y es un hecho, pero tenemos el deber de preservar espacios dedicados al espíritu, al pensamiento y la reflexión. Si se pierden estos espacios se pierde el futuro, se pierde la esperanza.
Eduardo Arias
Triste ver cómo en estos tiempos desaparece lo que se distingue por ser diferente y solo parece tener derecho a permanecer lo que es igual a lo que ya existe. Y lo que hoy existe suele ser efímero, banal, una sucesión interminable de distracciones fugaces una detrás de otra. Con la HJCK se van 75 años de trabajo de un equipo de varias generaciones repartidas en todo ese tiempo que de manera permanente y consistente abrieron espacios de calma, pausa, reflexión en AM, luego en FM y, por último, en internet. A mentes muy jóvenes, como la mía a finales de los años 70, la HJCK, nos abrió múltiples ventanas. En mi caso concreto, la música francesa de finales del siglo XIX, el jazz en dosis de una píldora diaria en la voz de Roberto Rodríguez Silva, varios años de rock progresivo y experimental en las tardes cuando regresaba de la universidad, los breves boletines informativos (“cada hora en la hora la noticia de la hora”)… ni para qué sigo. Más bien, que de una u otra manera siga al aire la HJCK.
Ricardo Silva
Yo entiendo que hay un cambio de era: que están viniéndose abajo los sobreentendidos, las ideas fijas, las inercias, las jerarquías decretadas siglos atrás. Pero, en este pulso entre las instituciones que dejamos de cuestionar y el mundo nuevo que damos por hecho, en medio de este empeño de dejar atrás lo que no sea relevante, no podemos perder de vista las viejas proezas que todavía funcionan: debo decir que nunca me ha gustado el eslogan de “una emisora para la inmensa minoría”, porque me recuerda la arrogancia de los que podemos vivir de la cultura, pero he vivido agradecido con las voces de la HJCK desde que tengo memoria y me niego a hablar en pasado de ese lugar que nunca ha dejado de ser un refugio. Son tiempos atomizados: ya no tenemos un par de guías que nos expliquen cuáles obras valen la pena y cuáles no, y difícilmente nos entregamos a las mismas películas o novelas. Pero los tiempos que sacuden estructuras también son tiempos de reivindicaciones, y la HJCK merece, más que nunca, sonar, seguir siendo la reserva cultural que es, como si su eslogan fuera “una emisora que cree en todos sus oyentes”.
Sí, hay una crisis. Claro, hacen falta publicaciones apasionadas que hablen de las ficciones, los ensayos o crónicas que le responden a este capítulo tan violento de la historia —los días de un genocidio ante todos nosotros—, pero es un buen momento para reconocer lo que siguen haciendo El Magazín Cultural de El Espectador, Lecturas de El Tiempo, El Malpensante, Gaceta, Generación, Señal Literaria, los clubes de lectura, las librerías con vocación de capillas de lectores y los lectores que presentan en las redes todo lo que están haciendo nuestros artistas. Hay una crisis, pero entonces está tomando fuerza una generación de recomendadores libres de criterios heredados e incuestionables que alejaban a tantos de tantas obras maestras. La HJCK ha sabido sumarle a este mundo nuevo y presentarnos lo que se está haciendo sin perder de vista lo que se hizo —porque lo que se hizo siempre será novedad— con la pasión que sobrevive a los cambios de era. Y yo me niego hablar de sus voces en pasado.
Andrés Páramo
El cierre de un medio es siempre una mala noticia y es al tiempo una pérdida para la democracia, la diversidad de voces y la calidad informativa. El de la HJCK dice mucho: es el fin, a su vez, de una tradición muy larga. Habría que tomar una pausa y hacerse preguntas sobre eso: ¿dónde está la “inmensa minoría” que quiere seguir recibiendo contenidos como los que hacía la HJCK? ¿Con qué van a saciar el hambre de enterarse de esas noticias, entrevistas y reportajes? ¿Hay hambre aún?
La única buena noticia que vino con en el cierre (si es que se le puede llamar así) es que los archivos, muchos de ellos unas joyas de la historia de la radio, seguirán existiendo. Habría que pensar qué se puede hacer con ellos, cómo habrían de difundirse y bajo qué iniciativas creativas podría volvérseles a dar vida. También, me queda la inquietud de que esa diversidad cultural de la que hablé empiece a agonizar, tanto en creación como en recepción, por una uniformidad de “contenido” que el mercado está demandando. Y esa es otra pregunta que corre en estos tiempos. Ya no existirá la HJCK para respondérnosla.
Juan David Correa
La HJCK es el símbolo de una lucha ciudadana e intelectual de personas que trabajaron juntas para crear un acervo cultural imprescindible para la historia de América Latina y el mundo. Desde mediados de los años 50 hasta comienzos del siglo XXI, cuando la frecuencia 89.9 fue adquirida por el grupo de Santo Domingo e incorporada al sistema que después sería Blu Radio, cumplió aquello que implica todo arte: permanecer a pesar de la opinión generalizada de que las minorías no son trascendentes.
Tuve la fortuna de hacer la última entrevista a Álvaro Castaño Castillo, una suerte de Quijote, lánguido, aristócrata, parte de una oligarquía que entendía el valor de lo público y el de la complicidad y la amistad para hacer proyectos culturales.
Resulta cuando menos curioso —pero mucho más ominoso— que un grupo económico no haya entendido que la rentabilidad no solo se mide en dinero, sino, sobre todo, en aquello que permanece cuando todos hayamos muerto: las culturas.
Ojalá desde Señal Memoria se propongan poner activa la marca y continuar la tarea de una emisora web cuyos archivos harían fácil una curaduría para hacer una programación de calidad y de interés público, histórico y cultural.