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“Los alemanes”, una novela inteligente (Opinión)

Terminé de leer con verdadero gusto Los alemanes, del escritor zaragozano Sergio del Molino, novela premiada este año por Alfaguara.

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Iliana Restrepo Hernández
28 de abril de 2024 - 12:02 a. m.
La novela de Sergio del Molino, "Los alemanes", fue publicada el 21 de marzo de 2024.
La novela de Sergio del Molino, "Los alemanes", fue publicada el 21 de marzo de 2024.
Foto: Archivo Particular
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La novela tiene mucho de thriller, pero también es histórica, sin ser ni lo uno ni lo otro. Lo primero que me sorprendió de la obra es la perfección de su arquitectura. Hace mucho tiempo no leía un libro que me impactara tanto en este sentido. Entrelaza un juego de monólogos de Fede, Eva, Berta y Ziv, personajes principales que, a su vez, nos introducen en un universo fascinante de conversaciones cruzadas entre ellos y otros secundarios. A medida que la novela avanza, cada uno de esos monólogos tan bien construidos, van dando cuenta de la trama y van tejiendo, como en un apretado telar, sus pensamientos, reflexiones, miedos y angustias mientras develan cuál es la situación de cada uno en el gran panorama de los acontecimientos que se plantean.

La historia parte de unos hechos reales muy poco conocidos. Un grupo de seiscientos veintisiete soldados y civiles alemanes quedan a la deriva en Camerún, cuando Alemania pierde esa colonia frente a Francia, al final de la Gran Guerra. Al quedar sueltos y sin piso, se entregan en Guinea a las autoridades españolas, país que los acoge como internados, es decir, con la promesa de no salir del país hasta el fin de la guerra. Llegaron ochocientos cincuenta y varios de ellos se asientan en Zaragoza, establecen una especie de colonia alemana, donde forman familias y tienen éxito económico. Traen profesores de Alemania, fundan un buen colegio alemán y por cuatro generaciones sus descendientes se crían inmersos en la cultura de los dos países, el de origen y el de acogida.

Sin embargo, con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, la generación precedente a la de nuestros protagonistas vive desde lejos las mieles del Tercer Reich de Hitler con verdadero orgullo, hasta que les llegan las noticias de la segunda derrota alemana y las esvásticas tienen que ser guardadas y desterradas para siempre. Aun así, y a pesar de los sucesos, algunos continúan creyendo en el Nacional Socialismo. Crean en secreto alianzas non sanctas con los neo nazis en Alemania y con los nazis refugiados en España después de la derrota.

La familia Schuster, es el sujeto principal de la trama que nos ocupa. Los pertenecientes a la cuarta generación de aquellos internados viven en carne propia las consecuencias de los actos de sus predecesores. Es así como surgen las grandes preguntas que nos plantea el libro. ¿Hasta dónde llega la responsabilidad de hijos, nietos y/o bisnietos por las acciones de sus antepasados? ¿Hasta cuándo pueden estos hechos perseguirlos? ¿Qué y dónde está la verdadera Patria si se ha vivido en dos mundos culturales? Eso lo tendrán que descubrir en el desarrollo de la novela y en su desenlace, aunque las preguntas sigan abiertas.

¿Por qué digo que es una novela inteligente? ¿No son, de alguna manera, siempre inteligentes las buenas novelas? Yo contestaría que sí, pero unas más que otras. Esta tiene de inteligente varias cosas. La primera, como ya dije, es su estructura, la segunda, son los diálogos que se narran en cada uno de los monólogos. No hay una sola frase en esos diálogos que sea gratuita y no hay ninguna que no sea profundamente humana. Quienes hemos tratado de escribir sabemos por pluma propia lo difícil que es construir un buen diálogo. En esta, todos los diálogos merecerían una segunda lectura: siempre aportan algo a la trama o al lector para entender o profundizar en la psicología de algún personaje.

Por otro lado, la personalidad de los protagonistas es otro de los ingredientes para decir que la novela es inteligente. Más allá de esto, lo que aumentó mi asombro fue la erudición del autor. Una erudición que en ningún momento se siente impostada o arrogante. Simplemente, son conocimientos que redondean una idea o le agregan picante a una situación, a un diálogo, a una persona, o profundizan en alguna reflexión. No hay en la novela ninguna metáfora o mención a una obra de arte, llámese música, artes plásticas, literatura, que no aporten a lo que se está narrando, conversando o dando a entender. En cuanto a la música, el libro trae un código QR que se puede escanear para escuchar, mientras se lee, la música que acompaña el relato.

Esa capacidad de conectar el presente con lo clásico o con lo que llamamos universal, le da un encanto particular al relato y como digo, siempre contribuye. En eso me recordó a El Infinito en un Junco de su paisana Irene Vallejo. Los dos aciertan cuando comparten en el relato, de manera pertinente, su vasta cultura.

En definitiva, como bien lo dice su propio autor, es una novela que trata del desarraigo y la identidad. Agregaría que es una obra que nos ayuda a dimensionar el peso de la culpa transgeneracional.

Quiero compartir unos cortos fragmentos de los diálogos que mencioné. Uno en el que Berta (ella no es Schuster), habla sobre las vivencias de su padre con relación al Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial:

“Te cuento lo que me contó mi padre, y no tengo ni idea de cuánta verdad y cuánta vergüenza hay en ello. A lo mejor lo vivieron con angustia. A lo mejor, simplemente, lo vivieron. Sin reflexionar, sin mala conciencia, sin hipocresía consciente. Hacían lo que tocaba, vadeaban la vida como venía, procurando no caerse, pisando con cuidado cada vez. Me parece más verosímil eso que los remilgos en los que insiste mi padre”.

Y otro donde Fede narra, en uno de sus monólogos, lo que le contesta Peter, su compañero de trabajo en la Universidad, frente a su quejoso desarraigo:

“— ¿Crees que estaría aquí si pudiera estar en otro sitio? Yo no he aceptado el mundo por sabiduría. Hay muchas formas de resignación, y la mía no es sabia. Por lo que me cuentas, no tengo mucho que ver con tu amiga.

—Ambos os conformáis, en un sentido total.

—Lo dices como si fuera bueno, como si la insatisfacción no fuese el motor del mundo. No tener Heimat es una suerte que desaprovechas con lamentos estúpidos. ¿Prefieres ser una figura en un paisaje, en vez del tipo que lo pinta? Estoy acostumbrado a oírte disparates, pero lamentarte por todo eso que te hace libre y único es intolerable. Y llevo mucho tiempo oyéndote hablar así (…)”.

Y termino con una cita que menciona Fede en uno de sus monólogos:

“Únicamente en sentido metafórico puede uno decir que se siente culpable no por lo que uno ha hecho, sino por lo que ha hecho el padre o el pueblo de uno. (Moralmente hablando, casi tan malo es sentirse culpable sin haber hecho nada concreto como sentirse libre de toda culpa cuando se es realmente culpable de algo)”. Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén

Por Iliana Restrepo Hernández

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Omar(06503)28 de abril de 2024 - 01:54 a. m.
También la leí. Merecido premio. Igual me recordó a El infinito en un junco. Me parece que el relato 19. Berta está desconectado del resto, o sea, si no estuviera, no haría falta.
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