En su primer viaje enmarcado en el Programa de Documentación de Lenguas del Instituto Caro y Cuervo, Luz Dary Flórez, documentadora murui, se propuso conocer el archivo vivo que habita en las mujeres mayores del clan ɨmeraiaɨ (gente de boruga), hablantes del dialecto bue del murui, pues reconoce que son ellas quienes resguardan los saberes ancestrales de su comunidad, ubicada en Leticia, Amazonas. (Lea otra crónica sobre la importancia de la lengua kamentsá).
Para lograrlo, visitó a Natividad Flórez, su tía y también vicegobernadora del cabildo TIWA, acompañada de su mamá, Ángela Flórez, sabedora murui. El propósito de la reunión, además de preparar caldo de tucupí con semillas de macambo —plato tradicional de la región—, fue conversar y hacer memoria colectiva alrededor de algunas palabras relacionadas con plantas y frutas, que han ido olvidando.
Al ser el murui una de las lenguas nativas que enfrentan amenazas de desaparición en Colombia, reunirse y conversar son acciones que buscan enfrentar el olvido. Reflexionar, por ejemplo, sobre alimentos y animales que han ido desapareciendo en el territorio debido a prácticas poco sostenibles es una forma de evitar que su cultura y sus prácticas para criar y cuidar a los niños dejen de existir. (Crónica sobre la lengua inga).
Con la convicción de que la lengua es también una forma de habitar el mundo, Luz Dary continúa llevando a cabo este proceso de documentación para recuperar la palabra murui. En esta oportunidad, se suma a la revitalización de su lengua la abuela Genoveva Manaidego de Cerón, quien, además de sabedora de cantos y bailes tradicionales de su pueblo, es partera. (Otra crónica sobre la lengua murui).
Nacida el 15 de mayo de 1955 cerca al río Caraparaná, Amazonas, y ubicada actualmente en la comunidad de Capitanía, la abuela Genoveva aprendió desde pequeña los saberes de la chagra, las plantas medicinales y la partería de su madre, Clemencia Tejada, y su abuela Filomena. Desde los siete años, vivió en un internado dirigido por monjas en La Chorrera, donde recibió formación religiosa y escolar, y también le inculcaron principios de respeto y cuidado comunitario.
Su rol en la comunidad se centra, principalmente, en acompañar a las mujeres a partir del comienzo de su embarazo: se encarga de masajear sus vientres y guiar el proceso en general, así como de supervisar sus dietas hasta el día del parto. Para ella, esta es una forma de ayudar a los niños y a las mujeres de la comunidad. Además, con el propósito de que los niños escuchen y aprendan palabras en murui, la abuela canta en su lengua. (Crónica sobre la langua amazónica miraña).
En esta ocasión, comparte un arrullo sobre cómo, en la cosmovisión murui, las lagartijas les temen a los varones recién nacidos, pues, según el relato, son ellos quienes, cuando crecen, les lanzan flechas para maltratarlas o cazarlas. En ese sentido, los niños deben ser bañados en orina, mientras que las niñas deben ser bañadas en perfume, pues, al nacer, fomentan tranquilidad y abundancia en el territorio: su llegada propicia las cosechas de maní en la zona.
Después de casarse, la abuela Genoveva regresó a vivir cerca de su madre y retomó el trabajo con la tierra. Ese retorno al territorio fue también un reencuentro con los saberes heredados: los cantos, los arrullos y el conocimiento ancestral que ahora aplica en su labor de partera y guía. Hoy, transmite estos saberes a sus hijas, hijos y nietos, y acompaña los bailes tradicionales como mano derecha de la maloquera de su comunidad. Genoveva comparte con los más jóvenes lo que recibió de su madre y su abuela con la certeza de que enseñar también es una forma de resistir. (Crónica sobre la defensa del idioma misak).
En un ejercicio similar al de la abuela Genoveva, Luz Dary registra en video a las abuelas Ángela Flórez García y Natividad Flórez García y al abuelo Bonifacio Aga Calderón dibujando aves y volviendo a recordar el uso que les dan a las plantas medicinales. Aunque las ven constantemente, calcan sus formas mientras conversan entre sí para no olvidar cómo referirse a ellas en murui y asegurarse de que las próximas generaciones sepan cómo nombrarlas.
Documentar es preservar la palabra de sus abuelos y abuelas, una herramienta para demostrar que los muruis siguen aquí y tienen una forma única de ver el mundo. Así lo argumenta Luz Dary: “Esto fortalece nuestro derecho a ser escuchados, a que nos reconozcan como un pueblo amazónico con culturas, historias y sabiduría viva. Registrar, recordar nuestra lengua es una forma de defender nuestra cultura y de enseñar a los jóvenes que hablar murui no es motivo de vergüenza, sino de orgullo”.
Otra buena noticia es que, gracias a las vivencias que ha recogido durante este proceso, Luz Dary ha fortalecido sus conocimientos en murui. Aunque al principio no se consideraba una gran hablante, hoy siente que ha recuperado palabras, cantos e historias que creía lejanas. En lenguas con pocos hablantes, cada persona que se reafirma como hablante aporta a su continuidad.
“Me llena de alegría ver que lo que hacemos hoy puede ayudar a que los niños en el futuro hablen murui”, dice. “Lo que más me anima es darme cuenta de todo lo que aún está vivo en nuestra lengua, y que yo misma no sabía que sabía”. Su testimonio es una muestra de que documentar no es solo registrar, sino también recordar. No se trata únicamente de preservar sonidos, sino de reactivar vínculos y traer de vuelta la palabra viva. En cada arrullo y en cada denominación de los elementos que conforman su entorno, el pueblo murui reafirma su existencia, su memoria y su derecho a seguir habitando el mundo en su propia lengua.
* Periodista de la Oficina de Comunicaciones del Instituto Caro y Cuervo.