Pero reducirlo a eso sería muy simplista, porque en los relatos de Kremer también hay un elemento en común: las mujeres. Mujeres perturbadas y rebeldes, -tal vez similar a las problemáticas féminas de Chéjov-, así como jóvenes ávidas por perderse y otras con prematuras certezas sobre el género masculino. Todo ello en un ejercicio que llama la atención por los rasgos con que captura los instintos y los pálpitos de ellas. Mujeres reales, que enamoran e intoxican.
Además, los cuentos del bugeño se inscriben en esa línea que busca rescatar lo marginal y lo angustioso. Personajes que viven al borde de sí mismos, que roban, que secuestran, que huyen, que tropiezan, que están aturdidos.
Como viejo conocido del oficio, HK sabe aunar el cómo y el qué. Por lo general, sus cuentos no deslumbran por la forma o la osamenta narrativa, pero en la potencia de lo narrado acorrala al lector, lo envuelve y le susurra eso que Kundera sostiene en El arte de la novela: la vida es más problemática de lo que normalmente se cree. Y entonces, somos testigos de asaltos, de secuestros, de infidelidades, de enfermizas obsesiones, de amores fallidos, de viajes truncados, de existencias no definidas. En suma, de una galería que deambula en las sombras del bajo mundo, o en esas avenidas de la clase media.
Leerlo es un placer porque hace real esa frase con la que inicié: Buga y Cali, escenarios comunes en sus relatos, se hacen los espacios por donde se escabullen esas almas desesperanzadas. Es como una lectura local del peruano y del brasilero, pero con cualidades propias, como el lenguaje, el tono, los diálogos, y la forma de clausurar o condensar los dramas. Además, porque convierte a estas ciudades en escenarios frenéticos y emotivos, y no el tedioso o repetido cliché con que a veces prejuzgamos.
Hay que agradecerle a la editorial Eafit por reunir en un libro algunos de sus relatos más descollantes. Cuentos como El prisionero de papá, La noche más larga, Se ha roto un cristal, Gelatinas, Algo mecánico, algo manual, y El enano más fuerte del mundo, nos demuestran que se trata de un narrador innato y que sabe atrapar la fragilidad de personajes a veces rudos, a veces apresurados, a veces impetuosos, pero siempre encantadores.
Diferentes son sus minicuentos, donde la fabulación se pasea por la fantasía y la efectividad sobresale. Relatos que saben donde tocar las fibras, y que nos recuerdan que a veces menos es más.
Kremer aparece en numerosas antologías, pero es un misterio saber por qué su nombre no ocupa un lugar más relevante en la literatura nacional. Sus libros son ajenos a las reglas del mercado, de ahí que sea plausible la tarea de la editorial antioqueña.
Con todo, HK es un narrador que nos recuerda una realidad a la que nos hemos acostumbrado, que sensibiliza eso común y prosaico a la vista de muchos, que hace de lo problemático algo sencillo.
Un escritor que se hace un lugar propio en la literatura vallecaucana y colombiana. Un cuentista sobre el que valdría la pena enfocar más los ojos.