Optaba mejor por definirse como periodista o licenciado en historia. Sin embargo, después de 15 libros publicados y cientos de crónicas que atraviesan las revistas de toda América Latina parece admitir, o por lo menos ante las autoridades, qué es en verdad. De Sri Lanka a Madrid, de Santa Cruz del Islote, la isla más poblada de Colombia a Etiopía, El Espectador pilló a este argentino en Bogotá, que aunque confiesa que una de las condiciones fundamentales para ser un cronista es pasar inadvertido, nunca se despojará de su prominente, crespo y ya famoso bigote.
Claudio Magris en su libro ‘El infinito viajar’ asegura que el viajero es un espectador y no está implicado en la realidad que atraviesa. Usted, que es un viajero incansable, pero que es sobre todo un cronista, cómo se adentra en realidades tan desconocidas.
Viajar es poner la propia vida entre paréntesis, y al hacerlo sales de tus circuitos habituales. Al hacerlo me acerco a cosas que probablemente no me importaban un mes antes y que probablemente no me importarán un mes después, pero que en ese momento se convierten en lo más relevante de mi vida.
¿Cuando un periodista gana cierta fama resulta más fácil seducir a los entrevistados?
Quedaría bien decir que no, pero no es verdad. Cuando viajé por el interior de Argentina había veces que me encontraba haciendo el periodismo de ‘rubia tarada’, que consistía en llegar a un lugar y sentarme en la plaza central, porque la gente empezaba a llegar a contarme sus historias, buenas historias.
Usted en una ponencia dijo que los editores de diarios latinoamericanos se empeñan en despreciar a sus lectores. ¿Cuál es la concepción que tiene del lector de diario contemporáneo?
Puedo hablar con la salvedad de que fracasé en mi intento de construir un periódico en Buenos Aires. Así que todo lo que diga puede ser utilizado en mi contra. Yo quisiera un periódico que crea que sus lectores son muy inteligentes, que les tenga casi miedo, que tuviera que hacer esfuerzos extraordinarios para estar a su altura. Un lector se define
básicamente porque lee, por lo tanto lo que hay que darle al lector es lecturas. Nuestros diarios por ese miedo de no saber competir con la radio, la tele o la internet lo que hacen es ofrecer cada vez menos lecturas con lo cual pierden su arma propia.
Ya que ha escrito sobre gastronomía y deportes, ¿qué opina de que en muchos periódicos latinoamericanos se sobrevalore la información política y judicial?
Yo no estoy de acuerdo en cómo se tratan los temas políticos en la mayoría de la prensa latinoamericana porque se entiende como política el día a día de lo que sucede en las instituciones y en los centros de poder. Pero la información gastronómica y cultural tampoco me gusta como se cubre, en general es uno de los sectores más clasistas de los periódicos, suele ser una sección en la que se le habla a un pequeño grupo que tiene un poder adquisitivo o con una especie de pacto pedagógico muy común en países con clases emergentes nuevas sin una confianza en su propio gusto. Es lamentable porque hay tantas cosas para pensar sobre la gastronomía, sobre cómo comemos, qué somos cuando comemos, que me parece tan triste como limitar la política a lo que hacen los ministros.
Después de escribir ‘No velas a tus muertos’ , ‘La voluntad’ y la reciente novela ‘A quien corresponda’, ¿a dónde cree que ha llegado después de adentrarse de tal forma en los años 70 y la militancia política en Argentina?
Yo no quise escribir esta novela, yo no quería escribir más sobre los setenta en Argentina. Pero en realidad, este libro es sobre qué hacen distintos personajes y sectores ahora con lo que pasó en otras décadas. Hay que hacerse cargo de esa violencia y ver qué se hace con ella, cómo se vive o se deja de vivir con el recuerdo o las historias de esa violencia. Eso es lo que más me importa. Lo curioso es que en la Argentina contemporánea el relato de los setenta volvió a tomar un peso político que no había tenido durante mucho tiempo, por maniobras del gobierno. Yo no quiero que narrar sea una válvula de escape, sino que genere tensión que produzca algún efecto y no que lo evite.
Ha escrito cientos de crónicas y por mucho tiempo declaró a favor de este género. ¿Qué cambió para que se fuera lanza en ristre contra ella en la más reciente edición de la revista ‘Etiqueta Negra’?
Los cronistas están agrandados. A mí me gustaba ser cronista cuando eso era molesto, complicado, cuando la gente no sabía qué era, pero además de eso, que es mi capricho, lo que creo es que una crónica debe tener una intención política. Ahora se hace crónica de cualquier cosa, es como si fuera un amaneramiento de la crónica, un manierismo del género. Tiene que haber dos o tres condiciones que la politizan, el hecho de mirar hacia otro lado de los objetos de la mirada periodística habitual, ese rompimiento con la primera persona, y desbaratar la pretensión de ser una máquina de verdades. Eso está dejado de lado en esta especie de ola de mármol que le ha caído encima a la crónica.