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Los gansos capitolinos y los «tweets» del 6 de enero 2021

Jupiter, el dios soberano, escogió el Capitolio para anunciar a los romanos su destino. En Washington, este nombre fue dado al edificio que acoge el poder legislativo. Estos lugares son símbolos del orgullo y la grandeza política que se otorgaron romanos y estadounidenses. Su amenaza es el reflejo del desequilibrio interno y de una nueva página en la historia de estas dos naciones con ambiciones imperialistas que se definen como las defensoras de la democracia.

Gabriela Salazar Ferro
27 de marzo de 2021 - 04:22 p. m.
Este manifestante que acaparó la atención ayer durante la toma violenta del edificio del Congreso es un actor que no se pierde manifestación proDonald Trump.
Este manifestante que acaparó la atención ayer durante la toma violenta del edificio del Congreso es un actor que no se pierde manifestación proDonald Trump.
Foto: Agencia AFP

El asalto al Capitolio del 6 de enero 2021 ha manchado la democracia estadounidense. También ha mostrado al mundo entero la existencia de aquella América de poder devastador y contrario al mesianismo democrático predicado por Estados Unidos. El evento fue una demonstración ante las cámaras de lo que Paul B. Preciado llama la virilidad neofacista hetero-blanca americana (1). Aquella virilidad visible en los actos, los atuendos y la piel de los atacantes cuyo poder es un poder transgresor como lo ha explicado Christian Salomon (2). Al atravesar un límite espacial prohibido, los asaltantes lograron mostrar, gracias a las redes sociales, los símbolos que quieren afirmar y que quieren difundir, es decir, los símbolos del poder viril de la mitología nórdica. Inscritos en sus pieles, estos símbolos corresponden a lo que Georges Dumézil identificó como la función guerrera de los pueblos indo-europeos para quienes el mundo estaba estructurado según tres funciones: la soberanía mágico-religiosa, el poder guerrero y la función productora. El desequilibrio de este sistema aparece cuando en los relatos míticos indo-europeos estas funciones desaparecen o se confunden. Es por esto que en el relato del asalto al capitolio romano, lugar político por excelencia, la presencia del poder guerrero galo aparece como un hecho sorprendente, inimaginable, inconcebible. Este episodio de la historia romana no fue escrito de manera objetiva y los papeles que se atribuyen a los actores deben entenderse como un esfuerzo por mostrar las acciones romanas necesarias para restablecer el orden perdido. La amenaza al capitolio aparece entonces como una alegoría del desorden y necesita la aparición de un romano virtuoso quien podrá restabler el equilibrio.

Nuestro estupor ante el desfile carnavalesco de los seguidores de Trump puede así compararse al asombro de los romanos que oían el relato del asalto del capitolio por los galos. Los galos representaban para Roma la barbarie pues su furia guerrera era incontrolable, no sabían luchar de manera organizada, eran incapaces de mostrarse clementes y no conocían virtudes tan importantes como el buen uso de la palabra y la justicia. Los galos fueron escogidos para representar el desorden y el miedo de ver que Roma podía ser invadida y ahogada por la barbarie. Un romano poseedor de todas las virtudes necesarias para restablecer el orden es Camilo, considerado como el segundo fundador de Roma. Su historia ha sido embellecida con el propósito de hacer de este romano un prototipo del buen ciudadano, un hombre ejemplar que sabe dar a cada acción la respuesta adecuada. Camilo se había condenado él mismo al exilio al enterarse que algunos querían acusarlo falsamente y, después de haber respetado las leyes romanas para ser elegido comandante y regresar, llega a Roma. Ve entonces cómo los romanos que habían logrado frenar el asalto final de los galos, gracias al grito de alerta dado por los gansos capitolinos, quieren pagar a los galos para liberar la ciudad. Al llegar, Camilo interrumpe esta acción explicando que los romanos habían aprendido de sus padres a salvar la patria con la espada, y no con oro. Se convierte así en aquel que logra salvar a Roma de la barbarie. Otras acciones políticas muy símbolicas completan la descripción de este romano ejemplar. Se dice que Camilo logra la unión entre ciudadanos romanos, construye el templo de la concordia y acepta que la plebe pueda acceder al Consulado, magistratura romana que solo podían ocupar hasta entonces los patricios.

Para la historiografía estado-unidiense, Joe Biden podría convertirse en un Camilo americano, como aquel que salva y cura, como el hombre que defiende el orden democrático. El asalto del 6 de enero 2021 tuvo como propósito mostrar la voluntad de establecer un poder paralelo, un poder que se niega a seguir las reglas democráticas, morales y retóricas instauradas. Los atacantes fueron vistos y descritos como bárbaros agrediendo un lugar simbólico y su acción ha sido analizada como una ritualización de la transgresión. Biden tildó esta acción de insurrección haciendo un llamado a los ciudadanos americanos por la defensa de la democracia. Luego, en su discurso de posesión, una palabra fue muy recurrente: la unión, es decir, la concordia. Recordemos también que el gabinete de Biden es «multicultural», que representa la riqueza y la diversidad humana americana, que gracias a él aquellos que representan a quienes siempre se les ha apartadodel poder ocupan hoy cargos esenciales. Esta política de Biden nos lleva a compararlo con Camilo, un patricio que salvó a Roma y se convirtió en un «transgesor moderado» al abrir el consulado a la plebe sin olvidar las tradiciones ancestrales y las ambiciones imperialistas de la república romana. Como Camilo, Biden representa la legalidad, la decencia, el honor. Con su equipo multicultural podría acabar con el poder transgesor trumpista, con aquel poder que debemos asociar al poder del trickster que desordena (3). Pero Biden representa igualmente la tradición estado-unidense y el establishment americano. Es probable que critiquemos la política exterior de Biden pues el statu quo en el que los intereses ecónomicos prevalecen se desplegará de nuevo. Hoy, no podemos aplaudir como algunos lo hacen el balance de los años Trump bajo pretexto que no hubo nuevas guerras: los daños causados por la ficciones virales y el descrédito intelectual gratuito de la era Trunmp son tan nefastas para la humanidad como las guerras. Pero tampoco podemos delegar a Biden y a su equipo la defensa de los valores democráticos, pues sería ignorar el regreso al statu quo. Volver al mundo de 2019 nos parece hoy inadmisible, pero regresar al mundo de 2016 no es viable.

El 6 de enero 2021, las redes sociales «tweetearon» un acontecimiento histórico alarmante que nos recuerda cuánto poder tienen hoy los movimientos antidemocráticos. Nuestra reflexión y nuestra protesta debe oponerse a ese poder transgesor para parar la reversión de valores humanos a la cual asistimos. Estemos entonces atentos a los tweets, oigámoslos como el grito de los gansos capitolinos que nos despertará y nos permitirá luchar contra la barbarie, defender la democracia como lo hicieron los romanos. Pero no olvidemos que la democracia por la que luchamos debe ser justa, verdadera, y que debe permitirnos construir el mundo con el que soñamos.

Por Gabriela Salazar Ferro

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