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Todos los actores le abrieron paso. Entre algunos sollozos, sentidos abrazos y apretones de manos, Gustavo Vasco llegó a la mitad de la tarima y el bullicioso lugar de entrenamiento enmudeció. Es uno de los últimos ensayos antes del estreno de la obra La muerte de un viajante, del Teatro Nacional. Es el primer ensayo sin Fanny. “El espectáculo continúa, dedíquenle todos su esfuerzos a esto que siempre fue su sueño. Todos somos Fanny”, dijo Vasco entre cabezas bajas y aplausos.
Aunque para el público es un personaje desconocido, en el mundo del teatro y de los actores, Gustavo Vasco no sólo es un hombre relevante, sino que, como él mismo se confiesa, es una de las personas que más saben sobre lo que ha sido el teatro en Colombia… “eso sí, por viejo”, aclara.
Este hombre de edad, de bastón y de infaltable bufanda que ha sido jurista, politólogo, ministro y profesor, es el presidente ejecutivo de la Fundación Teatro Nacional y fue, desde que Fanny Mikey arribó a Cali, su gran cómplice.
“En Cali existía el único centro permanente de teatro. Yo iba todos los años al festival que se celebraba allá y la conocí. Uno no sabe bien por qué es amigo de la gente, por qué se tejen amistades perdurable, es uno de esos misterios maravillosos de la vida, pero allá encontré para siempre a Fanny”.
Vasco fue el fiador de Fanny cuando a ella se le metió en la cabeza la idea de trasladar el famoso teatro La Gata Caliente, que quedaba en la Jiménez, a un edificio al norte de Bogotá. Fue él quien la acompañó, junto con Tito de Zubiría, otro de sus grandes cómplices, a visitar una desafectada sala de cine, en donde sólo había ratas y restos de películas de celuloide que luego convertirían en el Teatro Nacional de la 71. Y fue a él al que llamó Fanny angustiada cuando un día se presentó en una de sus funciones el entonces canciller Indalecio Liévano Aguirre, intrigado por la forma ya famosa, en que la irreverente argentina lo imitaba.
A la batuta de las tablas
Aunque en realidad Gustavo Vasco “la hubiera acompañado hasta el infierno”, quizás asumir su muerte y ese gran vacío que queda en todo el teatro tras su ausencia sea la travesía más dura a la que ella lo ha llevado. “Cuando la estaban sacando de cuidados intensivos y habló por teléfono con el grupo de su montaje, le dijo a Mónica Suárez (la encargada de comunicaciones) que si yo estaba con el equipo, ella estaba tranquila”, cuenta acongojado Vasco. “Oír eso es una de las cosas que me motivan, a pesar de mi vejez, a dejar todos los impedimentos y seguir adelante con todos en este legado”.
Ante el sacudón que supuso la partida de la que por décadas fue el alma de la fiesta, Gustavo Vasco, como presidente de la junta, y los miembros de ésta decidieron no buscarle un reemplazo a Fanny, lo que él reconoce “hubiera sido un despropósito
y una locura”, sino que ratificaron el comité de diez personas que la actriz cuidadosamente conformó y que preside su hijo Daniel Álvarez Mikey.
“Es un grupo humano de unas fortalezas y unas creatividades que sólo Fanny pudo reunir, de manera que tenemos una gran tranquilidad”, dice Vasco. “Cuando ella se enfermaba o viajaba, siempre estaba el grupo humano en el que confiamos. Eso, sumado a la infraestructura física que tenemos, es ya una cosa que hace perenne el teatro y que trasciende la presencia corporal de Fanny”, concluye.
En cuanto al Festival Iberoamericano de Teatro, el más grande de América Latina, su futuro está en manos no de la junta directiva de la Fundación Teatro Nacional, sino de una corporación independiente que se creó para que tuviera una vida propia, legal y patrimonial. “La junta directiva de esa corporación tiene su primera reunión el próximo miércoles 27 de agosto”, explica Vasco, quien añade que esta es una institución que tiene responsabilidades ganadas desde hace mucho tiempo.
Sin proponérselo, tal vez sin que se le pasara por la mente, Fanny, a la que según Gustavo Vasco siempre la persiguió el destino, quiso ir a morir a Cali. Pero antes de partir a su último viaje, convocó la junta de la corporación, les rindió cuentas del último festival y les informó que había conseguido uno de sus más grandes anhelos.
“Por primera vez en los once festivales que se han hecho, este gran evento dejaba un excedente. Por la caja del teatro habían pasado algo así como $8.000 millones y quedaron $300 millones en caja”, cuenta Vasco. Con el superávit se acordó montar una oficina propia para el Festival, oficina que ya está casi terminada.
La frase “Todos somos Fanny”, que Gustavo Vasco le musita al grupo de actores, que por primera vez se reúnen sin la presencia de su mentora, retumba en el recinto. Parece darles cierto sobrecogimiento, porque no suena a poesía, suena a realidad. Tanto, que después de unos segundos de silencio, todos adoptan sus sitios, el director da la orden de empezar y, como si fuera un verdadero homenaje a Fanny Mikey, se oye un “1, 2, 3, el espectáculo debe continuar”.
¡Que siga la función!
El equipo artístico y de producción del Teatro Nacional ultima detalles del montaje La muerte de un viajante, obra original del dramaturgo estadounidense Arthur Miller, seleccionada por la recientemente desaparecida gestora cultural colombo-argentina Fanny Mikey para que fuera la gran producción del año de la Fundación Teatro Nacional. Y todo parece indicar que los deseos de su fundadora se verán totalmente complacidos, porque no se está escatimando en nada.
Esta particular adaptación del drama del viajante Willy Loman y su familia será estrenada a mediados de septiembre. Cuenta con la dirección de Jorge Alí Triana y la actuación, entre otros grandes amigos del teatro y de Fanny, de Luis Fernando Montoya, Juan Sebastián Aragón, Waldo Urrego, Jenniffer Steefens, Conni Camelo y Manuel José Chaves. Además, la música es original del pianista colombiano Óscar Acevedo y el concepto de la imagen es del reconocido fotógrafo y publicista Carlos Duque.