Último día del Festival Estéreo Picnic. Los asistentes probablemente iban por Deadmau5 o Wiz Khalifa o Martin Garrix –el jóven Dj que cerraba el evento-, yo iba por Totó. Enlodada, como si el barro se hubiese convertido en arena movedizas, busqué el mejor lugar para ver a esa majestuosa embajadora del folclor colombiano.
Con una despampanante falda roja salió al escenario de Tigo Music. En el lugar, cinco minutos antes, no había más de cincuenta personas. Los timbales, las tamboras y la deliciosa voz de Totó llevaron a que esos cincuenta se multiplicaran por diez. Pocos movían los hombros, pocos trataban de hacerlo, pocos como buenos rolos, o como yo, tratábamos de seguirle el ritmo a La Momposina. Pero todos cantábamos sus canciones y todos gritábamos: ¡Te amamos Totó! Los millenials, como yo, empezaron a corear a Totó. ¡Que dicha, a Totó!
Y bailábamos con carpas y lluvia. Y aguantábamos las inclemencias del clima que parecia desaparecer con cada canción. Y nos moríamos por que sonaran esas que nos hacían sentir mucho más colombianos. O por lo menos colombianos.
Iba “subiendo la corriente” con millenials y Estéreo Picnic mientras Totó, acompañada de sus grandes músicos, cantaba El pescador. La multitud era cada vez más grande, no quiero pensar que por el grupo que seguía luego de su presentación. Igual, el que llegaba, cantaba o bailaba al ritmo de cumbia y porro.
Y los millenials, que llegamos ahí por gusto, por moda, primera vez o por lo que sea, supimos o recordamos la hermosura del folclor colombiano. Los millenials, acostumbrados a la músca anglo, al rock o a la electrónica tratamos de montar coreografías ‘cumbiamberas’ en menos de cinco minutos y con los pies embarrados.
Al Estéreo Picnic gracias por apostarle a Totó, a los millenials gracias por las risas coreografiadas, a los timbales, gracias por el sabor a Colombia.
A Totó, infinitas gracias por su voz, por su folclor.