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Los muros de Ibanasca

Los días 12 y 13 de junio se llevó a cabo de manera oficial el Primer Festival Ibanasca de Arte Urbano de Mujeres. Además de una recuperación de la memoria ancestral y una atracción cultural y turística, el encuentro fue una demostración del poder (estético) feminista.

Leopoldo Pinzón
10 de julio de 2021 - 02:00 a. m.
El Festival Ibanasca de Arte Urbano de Mujeres tuvo lugar en Honda (Tolima), una pequeña ciudad llena de pasado.
El Festival Ibanasca de Arte Urbano de Mujeres tuvo lugar en Honda (Tolima), una pequeña ciudad llena de pasado.
Foto: Festival Ibanasca de Arte Urbano de Mujeres

Dos paredes enormes, carcomidas por el tiempo y el olvido, esqueleto de una trilladora de café muerta hace décadas, situadas en una calle íngrima y anónima. Y, de pronto, en un abrir y cerrar no de ojos sino de color y de belleza, transformadas en una espléndida exhibición de arte urbano, por obra y gracia del poder (estético) feminista. Esos son Los muros de Ibanasca.

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Milagro en los muros

El milagro artístico ocurrió del 8 al 15 de junio, en Honda (Tolima), pueblo patrimonio cultural de Colombia (aunque, para ser exactos, el “broche de oro” lo cerró, con un brochazo delicado, Gleo, muralista colombiana de prestigio mundial, en la mañana del 17).

La causa

Comienzos de 2020. Laura Varón y Estefanía Valencia, jóvenes hondanas, amigas desde la infancia, resolvieron unirse para crear una fundación que trabajara en pro de la mujer, del desarrollo de sus potencialidades, de su liberación de la sumisión y la opresión.

Un nombre, un proyecto

Laura, profesional en Gastronomía, es propietaria, con su madre y su hermano, de un prestigioso hotel de mediana capacidad. Su idea de pintar un mural en una de las paredes del hotel es el origen del milagro. Desde muy joven es feminista activa, aunque no del feminismo radical.

Estefanía, profesional en Negocios Internacionales, tiene una amplia experiencia en el servicio social. Su actividad la llevó a Perú, México y Brasil. Es dueña de un negocio de helados y postres en una esquina neurálgica de la Cartagena del interior.

Juntas de nuevo en Honda, tomada la decisión de crear su fundación, buscaron un nombre y una primera actividad. El nombre Ibanasca (ya se verá el porqué). La actividad: Primer Festival Ibanasca de Arte Urbano de Mujeres.

Kitaen y Los Hijos del Sol

Un día, también a comienzos de 2020, la madre de Laura le mostró una revista que incluía un reportaje con una joven muralista ibaguereña, Kitaen.

—¿No crees que es esta la persona que necesitas para tu mural?

Laura no lo dudó un instante. Impresionada por la belleza de los muros que la revista mostraba, se puso en contacto inmediato con Kitaen: en días, la muralista estaba en Honda, pero no llegó sola. La acompañaban dos jóvenes fusagasugueños, Wilmer Pastrana (Wilom) y Andrés Acuña (Ancu), expertos en la organización de eventos culturales. Formaban, con Paula Kitaen, un microcolectivo lleno de energía: Los Hijos del Sol.

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El adjetivo “inmediato”, ya puesto en acción en el párrafo anterior, es el más adecuado para lo ocurrido a continuación: el acuerdo inmediato sobre el mural, y, mientras Kitaen adelantaba su obra, conversaciones entre Laura, Estefanía y Los Hijos del Sol, que condujeron de manera inmediata a la iniciativa de realizar un festival de arte urbano femenino, que comenzó a organizarse de inmediato. Los Hijos del Sol llamaron de inmediato a algunas de las más prestigiosas muralistas urbanas colombianas (famosas no solo en Colombia, no solo en Suramérica, y no solo en Norteamérica, para absoluta sorpresa del ignorante que redacta estas líneas), quienes dijeron de inmediato que sí.

Pero el adjetivo fue atropellado por una nueva realidad: la pandemia del COVID-19. El Festival, que debió realizarse en mayo o junio de 2020, fue aplazado una y otra vez, hasta que al final se logró una fecha definitiva.

Los muros

Honda es una pequeña ciudad llena de pasado. Desde la Conquista hasta mediados del siglo XX, fue el más importante puerto del interior del país. Canoas, champanes y buques de vapor cargaron desde Barranquilla y Cartagena hasta Honda, a lo largo del Magdalena y de la historia, la mercancía que alimentaba la vida y el comercio desde Santafé de Bogotá hasta Popayán. Transportaron también, de ida y vuelta, a conquistadores, virreyes, libertadores, héroes y mártires y a muchos más; además del tabaco y el café que salían desde el país hacia el mundo.

Una estación de ferrocarril abandonada es testigo de los tiempos perdidos del progreso. Y, a uno de sus costados, dos enormes edificios, que fueron grandes trilladoras del café que navegaría hasta Estados Unidos y Europa. Hasta ochenta mujeres trabajaron allí; mujeres, precisamente.

Recorriendo Honda, Laura y Estefanía llegaron hasta el Alto de San Juan de Dios, donde permanecen, en estado de catalepsia, la estación y las antiguas trilladoras. Observaron los muros de una de las edificaciones y encontraron que en la otra, situada al frente, había espacios en los cuales se podrían desarrollar las actividades complementarias a la creación de los murales. Hablaron con los propietarios, dos hermanos herederos de la grandeza oxidada, quienes estuvieron de acuerdo con la iniciativa, también de manera inmediata.

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Siete muchachas

El primer fin de semana de junio llegaron a Honda siete muchachas. Nada podía distinguirlas de las lugareñas (excepto, tal vez, las caras enrojecidas de las tres “rolas” y alguna profusión de tatuajes, tampoco excepcional). Ninguna extravagancia, ninguna pose, ninguna afectación. Ya el 6, temprano, puestos los andamios conseguidos por la eficacia logística de Laura, Estefanía, y, en particular, de Los Hijos del Sol, llegaron las muchachas con sus tarros de pintura, aerosoles y brochas de distintos tamaños.

Comenzaron a pintar, y en siete días no dejaron de hacerlo. Pintaron desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche, aprovechando la iluminación artificial lograda por el apoyo de la Dirección de Cultura y Turismo, en manos, naturalmente, de otra joven mujer, Marcela Prieto, quien aportó gran parte de la logística. Subían y bajaban de los andamios, se apoyaban en Los Hijos del Sol para correrlos un par de metros aquí o allá. Descansaban un rato al mediodía, almorzaban sentadas en los andenes, conversaban entre ellas y reían con una risa asombrosamente fresca, unas jóvenes amigas hablando de cualquier cosa, y otra vez manos a la obra.

Llegaron también otras muchachas, aprendices hondanas, que las apoyaron con denuedo. Avanzaron a una velocidad sorprendente, desde el mediodía hasta las cuatro de la tarde, derretidas por una temperatura de 35 grados a la sombra —y estaban al sol—, sin dejar de sonreír, sofocadas y alegres.

Primer festival

Los días 12 y 13 de junio se llevó a cabo de manera oficial el Primer Festival Ibanasca de Arte Urbano de Mujeres. Joyas, bolsos, piedras pintadas, artesanías... todo esto en los espacios revividos de la trilladora desaparecida; y afuera, jóvenes cantautoras venidas del mar y la montaña, contestatarias, irreverentes; en las noches, más bien tempraneras, cerveza y jolgorio. Pero, sobre todo, murales: Los muros de Ibanasca.

Ibanasca

La tradición oral narra que Ibanasca fue cacica, sacerdotisa y chamán de la tribu de los dulimas, perteneciente a los pijaos, pueblos que constituyeron el peor dolor de cabeza de los conquistadores españoles, y solo fueron vencidos mediante el genocidio, que cobró 40.000 vidas. También Ibanasca defendió heroicamente a su tribu hasta que fue capturada, juzgada como bruja y quemada viva. La leyenda dice que el fuego de su cuerpo fue convertido en nieve por los dioses y que su espíritu reposa en las entrañas del nevado del Tolima. ¿Cómo no llamar Ibanasca a un festival feminista con la magia del arte, y en el Tolima?

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Final

En la mañana del 17 de junio, Gleo terminaba su mural de cuarenta metros cuadrados. Una miniatura; la joven de Cali es autora del mural más grande del mundo en vinilo, en Wichita (Kansas): 1.450 metros cuadrados que defienden el derecho a la migración y la igualdad.

Los Hijos del Sol supervisaban el retiro de los últimos andamios, y Laura y Estefanía organizaban la limpieza de las bodegas. Seis muchachas muralistas habían regresado a sus lugares de origen; Gleo se iría también. Pero el Festival Ibanasca no lo hará, ni en este junio ni en mucho tiempo. En los muros antes carcomidos de la trilladora desaparecida permanece una impactante galería de arte al aire libre. Una recuperación de la memoria ancestral. Una atracción cultural y turística. Una demostración del poder (estético) feminista.

Por Leopoldo Pinzón

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angelica(w32xp)11 de julio de 2021 - 02:04 p. m.
Sr. Leopoldo las seis “muchachas” que usted nombra en su artículo. Son artistas que han dedicado años de su trabajo y oficio y merecen ser nombradas con nombre propio. Las artistas que dedicaron una semana en Honda para generar una transformación más allá de la “estética” son : Nandy Mondragón , Ela Rincón, Azul Luna, Bonie, Psylo Sabin, Kitaen.
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