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Las dudas sobre Yahveh, Moisés y Abraham (Los orígenes de la Biblia II)

Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman, autores del libro “La Biblia desenterrada”, pusieron en duda en 2001 que hubiera existido una alianza entre los judíos y Dios, y afirmaron que Yahveh no había sido un ser sobrenatural, único y distinto, como creyeron los israelitas, sino uno más entre otros dioses de Oriente Próximo, y que, hasta mediados del siglo VII a. C., tenía una esposa.

Fernando Araújo Vélez

22 de febrero de 2025 - 02:19 p. m.
Portada del libro “La Biblia desenterrada”.
Foto: Archivo particular
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La decisión de que la Biblia estuviera compuesta por 22 libros, o capítulos, con algunos de los distintos textos antiguos que los judíos consideraban sagrados, no fue obra de sus autores, que ni siquiera sabían que sus escritos iban a ser parte de un gran libro, sino una determinación que llegó con el tiempo, incluso, años después de la muerte de Jesucristo. Hacia el año 37 de nuestra era, un historiador y líder judío, Josefo, escribió dos tomos sobre su pueblo y su gente, “La guerra de los judíos” y “Las antigüedades judías”. Allí, concluyó que 22 de los tantos libros y rollos de los que había sabido y leído podían hacer parte de las Escrituras. “Están justamente autorizados y contienen el registro de toda la historia”, escribió. Cinco de aquellos textos contenían las leyes, trece contaban la historia y cuatro eran “libros de himnos a Dios y preceptos para la conducta humana”.

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Como lo reseñó Peter Watson en su libro de “Ideas, una historia intelectual de la humanidad”, “Es posible que el número de veintidós haya sido elegido por ser también el de las letras del alfabeto hebreo (volvemos a toparnos con la numerología)”. En los tiempos de Jesús no existía todavía una sola versión que hubiera sido autorizada por algún gran jerarca religioso. En realidad, había varios libros dispersos, y algunos se habían multiplicado en distintas versiones que provenían, además, de diferentes años y contaban hechos o historias disímiles, que según los estudiosos habían surgido de la mezcla de cuentos que se dio en el exilio de Babilonia. Las palabras y las fechas variaban, así como la extensión de los libros. Para el de Ezequiel, por ejemplo, había un versión larga y una corta.

Aquello que los cristianos comenzaron a llamar Antiguo Testamento, para los judíos era el Tanaj, “un acrónimo derivado de los tres tipos de sagradas escrituras reunidas en el libro: Torá (la ley), Neviim (los profetas) y Ketuvin (los escritos). En las primeras versiones griegas de la Biblia los cinco libros que conforman la Torá eran conocidos como el Pentateuco”. La Torá, como lo han estudiado casi una infinidad de historiadores, “se compone de cuatro ‘estratos’, reunidos hacia finales del siglo IV a. de C. (Es decir, después del exilio)”. Antes de la Torá escrita, y también paralelo a ella, estaba la Torá oral, que contemplaba las variaciones que se iban dando en la ley, y que era memorizada por unos investigadores y memoriosos a los que llamaron “Tanna`im”. Para Watson y los libros en los que se basó para formar “Ideas”, muy a pesar de que el Génesis iba primero en “el esquema bíblico de la historia”, y así apareció siglos más tarde, no había sido conocido por los primeros profetas.

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Los libros de aquellos primeros profetas no mencionaban absolutamente nada de lo que apareció luego. De acuerdo con la historia y los descubrimientos, con los estudios filológicos y la comparación de los hechos de la Biblia con otros hechos de otras civilizaciones, en sus textos no hablaban en ningún lugar de Adán y Eva, de la Creación o la “Caída”, en términos de los cristianos. En términos de Watson, “Las pruebas de escritura que han sido encontradas por los arqueólogos en siete yacimientos de Judá y que datan de siglos anteriores, son invariablemente de tipo económico (relacionados con entregas de vino y de aceite) o vinculados a cuestiones administrativas o gubernamentales”. Yendo más lejos, y por esas mismas razones, durante siglos incluso se ha dudado de la existencia de Moisés, pues entre tantos hallazgos, jamás se encontró una prueba de su existencia.

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Como lo explicó Watson, “Por ejemplo, el Éxodo que dirigió, debió tener lugar entre 1400 y 1280 a.C., una época de la que conocemos con certeza los nombres de los reyes de Babilonia y Egipto, así como muchas de sus acciones, y de las que se han hablado restos identificables. Sin embargo, la primera figura bíblica cuya existencia podemos corroborar en fuentes independientes es el rey Ajab, que se enfrentó al rey asirio Salmanasar III en el año 853 a. C.”. Si cada vez más investigadores pusieron en duda la vida de Moisés, también crecieron sus reparos con respecto a Abraham, Noé, Josué, el exilio judío en Egipto, la conquista de Canaán y el éxodo heroico, y en un momento dejó de importarles si las figuras existieron y prefirieron estudiar los sucesos que aparecían en la Biblia.

“Además de todo esto -en palabras de Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman, autores del libro “La Biblia desenterrada”- no hubo alianza entre los judíos y Dios y, lo que es aún más importante, Yahveh, el Dios de los Judíos, no fue un tipo de ser sobrenatural totalmente distinto, como aseguran los israelitas, sino uno entre una gran variedad de deidades de Oriente Próximo, y que, hasta mediados del siglo VII a. C., tenía una esposa: el judaísmo no fue siempre una religión monoteísta”. Finkelstein y Silberman cuestionaron en su obra, basada en diversos estudios arqueológicos, sociológicos e históricos, lo que se había escrito y lo que aparecía en la Biblia de los hebreos. En sintonía con ellos, Harold Bloom afirmó que las historias del Antiguo Testamento eran una mezcla de leyendas que bien podrían haber sido creadas por Homero y Hesíodo.

Según el historiador Gabriel Andrade, de la Universidad de Zulia, “Negados los patriarcas, Finkelstein y Silberman continúan su asalto iconoclasta con la negación del éxodo. Si bien la arqueología revela que a Egipto entraban tribus hambrientas provenientes de Canáan, ése no pareciera ser el caso de los israelitas. Un éxodo masivo como el narrado en la Biblia tuvo que generar suficiente impresión en los egipcios como para dejar algún registro, y con todo y eso, fuera de la Biblia no hay confirmaciones del éxodo israelita. Las fuentes egipcias hablan de los ‘hicsos’ que emigran de Egipto, y muchos historiadores creen ver en ellos a los israelitas. No obstante, Finkelstein y Silberman advierten que los movimientos de los ‘hicsos’ son anteriores al supuesto éxodo. Igualmente, Finkelstein y Silberman señalan que no hay evidencia arqueológica del éxodo, por lo cual, lo mismo que en el caso de los patriarcas, la narrativa bíblica no debe ser confiable”.

Una parte de todas aquellas teorías provenía de los trabajos de Raz Kletter, investigador de los servicios arqueológicos israelíes, quien realizó un exhaustivo examen de 850 figuras que fueron desenterradas durante las últimas décadas del siglo XX, y que fueron creadas entre los siglos VIII y IX antes de Cristo. Aunque nadie pudo ni ha podido aún aclarar cómo y por qué fueron hechas, o para qué, las hipótesis de Kletter y de Ephrain Stern en su libro sobre la arqueología en la tierra de la Biblia apuntaban a que aquellas figuras de madera y arcilla, hechas para verse de frente, y en general, del tamaño de una mano, representaban a Yahveh y a su esposa Astarté. Watson aclaró que “la personificación femenina de la ‘Sabiduría’ es presentada como consorte del Dios bíblico en Proverbios, 8″.

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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